21/04/2024
Este domingo cuarto del tiempo de Pascua, el domingo del Buen Pastor, nos invita a contemplar el misterio de la unidad de la Iglesia, comienzo aún incompleto de ese único rebaño que sabemos que, un día, será cuidado por un solo y único Pastor, Jesucristo.
Cuando Jesús se define a sí mismo como la puerta de las ovejas, frente a los que saltan por otra parte como los ladrones, y como el buen pastor que da la vida por las ovejas, frente al asalariado al que no le importan, nos ayuda a sabernos cuidados por Él, que además anhela cuidar a las ovejas de otros rediles, a las que no se cansa de llamar a través de nosotros.
Agrupar a todas, juntarnos a todos bajo su cayado amoroso, y ponernos sobre sus hombros de Pastor bueno, es el camino hacia la unidad del rebaño, hacia la unidad en la Iglesia.
Nos enseña el Catecismo que la Iglesia es una debido a su origen, a su fundador y a su “alma”, y que “desde el principio, esta Iglesia una se presenta, no obstante, con una gran diversidad que procede a la vez de la variedad de los dones de Dios y de la multiplicidad de las personas que los reciben” (nn. 813-822).
En nuestro rebaño profesamos la misma fe, celebramos el mismo culto y conservamos la fraternidad gracias a la sucesión apostólica. Aunque herida, la unidad hacia la que caminamos es un mandato del mismo Cristo, el Buen Pastor, que nos toma sobre sus hombros y, conforme al suyo, nos exhorta a renovarnos como Iglesia, a orar en común y convertir nuestro corazón.