17/04/2020
Me llamo José Carlos Rodríguez y soy médico de Atención Primaria en el Centro de salud de San José de Salamanca.
En el ejercicio de mi profesión me contagié del coronavirus. Al principio, la sintomatología fue muy leve durante 10 días, al cabo de los cuales empeoré de forma evidente, hasta el punto de que el mínimo esfuerzo me provocaba fatiga. Acudí a Urgencias al hospital, donde se me hizo una radiografía y se diagnosticó neumonía por el coronavirus, siendo ingresado en la 7ª planta del Hospital Clínico.
Con el tratamiento inicial y el oxígeno estuve estable los tres primeros días, pero al cuarto, el procesó empeoró, hasta el punto de que se planteó mi traslado a la UVI. Me visitó una médica de la UVI que recomendó observación, y en caso de que continuase el empeoramiento, trasladarme a la UVI. Ese día le dieron el alta a mi compañero de habitación y estuve solo en la habitación desde las 13:30 hasta las cinco de la mañana del día siguiente.
Fui consciente de que podía morir en cualquier momento. Se me aplicaron todos los tratamientos posibles, y poco a poco, comencé a mejorar, hasta que al cabo de 14 días se me dio el alta para trasladarme a mi casa. Ahora continúo la recuperación, que sé que va a ser lenta.
Hasta aquí el relato de la enfermedad. Paso ahora a exponer cómo la he vivido. En primer lugar, decir que ha sido una bendición y una gracia del Señor, aunque cuando lo cuento, la gente se extraña. Vivir la enfermedad desde la fe, sabiendo que todo sucede para bien de los que Dios ama, es un don. Experimentar que en medio del sufrimiento no he sentido angustia en ningún momento, sino una paz que viene del Señor, y cuando pensé que iba a morir, estar contento porque con la indulgencia plenaria que concedió el Papa Francisco, estaba convencido de que iría al cielo, y decirle al Señor que tomase mi vida, pues es suya.
Me dolía el sufrimiento de los que quedaban aquí, pero le pedía al Señor que los consolara y les diese esperanza de vida eterna. Esta paz que he sentido, estoy convencido que tiene mucho que ver con la oración que han hecho por mí tantos conventos de clausura y tantos hermanos, y esto me ha ayudado a vivir la comunión eclesial. Ha sido un tiempo de intimidad con el Señor. Poder estar muchas horas en oración y contemplación del Señor ha sido fantástico. Nunca había estado tanto tiempo tan cerca del Señor, porque el ritmo de la vida te arrastra y al final al Señor le racionas el tiempo.
El Señor me ha mostrado cantidad de cosas importantes para mi vida de fe. Sería muy largo intentar explicitarlas todas, pero como muestra, puedo decir que he descubierto el valor de la obediencia, el ejercicio de la paciencia y el agradecimiento. Obedecer a todo lo que me decían los médicos, estar en reposo, sentarme, colocarme boca abajo, hacer analíticas, radiografías, etc., ha servido para devolverme la salud. Si lo extrapolo a la relación con el Señor, obedecer a su voluntad, aunque a veces sea dolorosa, como los pinchazos, me proporciona salud de espíritu. He descubierto que el gran problema existencial es no obedecer a Dios, renegar de la historia. Poder ejercitar la paciencia, horas y horas postrado y solo, me ha ayudado a descubrir que los tiempos de Dios no son los míos y que lo importante no es la inmediatez sino la transcendencia.
En cuanto al agradecimiento, no puedo sino tener palabras para todo el personal de la 7ª planta del hospital, no solo por su trato profesional, que ha sido impecable, sino sobre todo por su trato humano. El ánimo que transmitían, la personalización, llamándote siempre por tu nombre, y la ternura en el trato ha sido un consuelo importante. También esto me ha hecho comprender la ternura con la que Dios siempre me ha tratado y lo desagradecido que he sido tantas veces. Podría seguir, pero pienso que como muestra es suficiente. A quien lo lea, le pido que rece por mí para que el maligno no me arrebate esta experiencia del amor de Dios.