01/06/2023
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
Las Oblatas de Cristo Sacerdote llegaron a Salamanca en 1949, once años después de su fundación en Madrid. En la actualidad, están abiertas seis comunidades en España, con el mismo carisma con el que dieron sus primeros pasos, como una congregación religiosa de vida contemplativa y entregada a Dios en soledad y en silencio, y de forma especial, en oración constante por toda la Iglesia y por los sacerdotes.
Su lema da la bienvenida a todo aquel que visita el Monasterio de Santa María de la Vega, en la avenida de los Maristas, en el corazón del Campus Universitario. En su fachada está escrito en Latín: “Pro eis ego, sanctifico meipsum” (para ellos yo me santifico), una misma frase que también está inscrita en la capilla, y se puede leer en el ábside y en el altar.
Las siete hermanas de la comunidad de Salamanca, de entre 49 y 80 años, viven entregadas a Dios, en soledad y en silencio, en oración constante. Si algo distingue a estas religiosas es su espíritu de oblación, con el que quedan unidas de modo especial a Cristo Sacerdote.
Cada año, celebran junto a los presbíteros de la diócesis la festividad de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote, con una eucaristía, que en esta ocasión tendrá lugar el jueves, 1 de junio, a las 19:00 horas en su capilla, y que será presidida por el obispo, Mons. José Luis Retana. En esta ocasión, conmemoran el 50 aniversario de la aprobación de esta fiesta dentro del calendario litúrgico nacional, que la Santa Sede concedió un 22 de agosto de 1973. Fue un jueves posterior a Pentecostés de 1974 cuando se celebró por primera vez en toda España.
El monasterio de Salamanca fue durante años una casa de formación del juniorado, y todas las hermanas pasaban por allí. Dos hermanas de la comunidad, Benita y María José, la primera de ellas como superiora, relatan su día a día desde el locutorio donde reciben las visitas. Ellas son oblatas desde hace 43 y 40 años respectivamente. “Ahora somos poquitas, porque antes en las comunidades teníamos una hermana cocinera, otra enfermera, otra responsable del taller, y ahora ya no es posible, ahora es una hermana con muchos oficios”, subrayan.
Ellas confirman que lo único que hacen entre esas paredes del monasterio es “dar capacidad a Cristo para orar, porque ese es nuestro carisma, con la institución de la eucaristía que se celebra cada Jueves Santo en la Última Cena, con la oración sacerdotal”. Y por eso el sentido de su lema: “Pro eis ego, sanctifico meipsum” (para ellos yo me santifico).
Para estas hermanas, esa es su misión, “escuchar al Señor durante el día y la noche”, y centradas en la oblación, que es la ofrenda y sacrificio que se hace a Dios. Y dentro de sus tareas diarias, o en sus alegrías y tristezas, reconocen que siempre tienen puesta su atención “en escuchar al Señor dentro de nosotras, por el bien de la Iglesia, y especialmente, por los sacerdotes”. Y para eso se fundó su congregación: “Lo fundamental de nuestro carisma es ser oración en la Iglesia”.
La comunidad se levanta cada día sobre las seis y media de la mañana, y además de sus oraciones frente al sagrario, en la que se turnan las hermanas, también rezan la liturgia de las horas. Y en cada jornada, reina sobre todo el silencio y la oración, sin olvidar la formación.
Respecto a la falta de vocaciones, coincidiendo también con la celebración de la jornada dedicada a la vida consagrada, que se celebra el 4 de junio, estas hermanas creen que el hecho de que no haya es “porque no se escucha esa llamada por parte de Dios, y la hay, pero el ambiente no responde a Dios en la mayoría de los círculos”.
Sobre la vida en el monasterio, a veces las plantean desde fuera si no es una rutina “aburrida”, pero las hermanas tienen claro, “que el Señor no es aburrido”. Benita y María José reconocen que se necesita mucha capacidad para estar en situación de entrega, “lo fundamental es la oración, porque la oración es la entrega”.
Ellas oran ante el sagrario durante todo el día y la noche, “siempre hay una hermana en oración en el coro”, siempre que el número de la comunidad lo permita. Desde el locutorio se aprecia otro lema importante para ellas escrito junto a una sencilla cruz de palo: “Per christvm, cvm christo et in christo”, que también tienen impreso en cada celda donde descansan, “Padre Santo, por Cristo, con Cristo y en Cristo sacerdote….”, y que dicen en cada cambio de guardia de la oración ante el Santísimo.
Esta comunidad también ensaya cada día el canto gregoriano, de las pocas religiosas que lo conservan, y que cantan a las diez de la noche, en la última oración de la Liturgia de las Horas, las Completas, y en la eucaristía dominical.
Otra de sus tareas es mantener abierta la capilla gran parte del día, “para todo aquel que quiera venir a orar”, y tan solo la cierran a la hora de la comida. Son muchas las intenciones que también reciben para orar en comunidad: “La gente está deseosa de Dios, pero hace falta sacerdotes que se lo manifiesten, y buenos cristianos”. Cada día, se celebra una eucaristía a las ocho y media de la mañana, y los domingos y festivos, a las diez. Además, los domingos celebran la oración de vísperas y bendición, a las 17:30 horas.
Para ellas, la vida contemplativa es “como la estancia de Dios dentro de la sociedad en favor de todos, porque desde nuestros corazones él ama a todos, y quiere santificarnos en su amor, en su vida de Dios”. Benita y María José tienen claro que cualquier persona que nace, “es querida por Dios”.