30/12/2020
Juan Robles ha viajado por todo el mundo para vivir y sentir de cerca las misiones por las que ha velado desde el Servicio diocesano de Misiones que ha presidido durante 31 años, en dos etapas. Desde este puesto de responsabilidad ha sido testigo de la presencia de más de 300 pastores, laicos y religiosos de la Iglesia salmantina en diferentes países, y del descenso en más de un tercio en las últimas décadas. Hace unos días daba su relevo en el cargo tras más de tres décadas a José Miguel González, con experiencia misionera en Cuba, que considera un nombramiento “acertado y esperanzador”.
Su vínculo con las misiones se inició cuando tenía 15 años y estaba estudiando en el Seminario menor de la Diócesis de Salamanca. “Existía un equipo que se llamaba Academia del Sagrado Corazón, que tenía la misión como una de sus dimensiones, y es donde yo lo descubrí y ya no hubo modo de desengancharme”. Después, cuando Juan Robles pasó al Seminario mayor entró a formar parte de la Academia de Misiones, de la que también fue presidente en varias ocasiones.
Durante su etapa formativa siempre tuvo relación con los misioneros, “que nos daban charlas, nos contaban sus vidas, qué es lo que hacían, y todo eso nos impactaba”.
Su primer destino pastoral ya como sacerdote fue a Revalbos y Armenteros, desde donde también tenía contacto con el que por aquel entonces era delegado de Misiones en la diócesis, Ángel Santos. “El obispo don Mauro me solicitó que le ayudara porque el responsable estaba muy enfermo, y cuando falleció me nombraron a mí director del servicio”, recordó Robles.
Un tiempo más tarde también asumió la responsabilidad como delegado de la Obra para la Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana (OCSHA), que le permitió viajar y conocer muchos de estos países. En su primera etapa como delegado del servicio de Misiones de Salamanca, desde 1974, no existía un conocimiento preciso del número de misioneros salmantinos por el mundo, pero sí en la segunda etapa, desde 1997, “que teníamos como unos 300, pero que han ido disminuyendo, porque eran mayores y jóvenes apenas se han ido renovando”.
Según afirma Juan Robles, “desde el principio tuve claro que mi principal tarea en la delegación de Misiones era relacionarme con los misioneros, “e incluso hicimos un boletín trimestral que llamamos ‘Misiorama’, que les llegaba”. Asimismo, cuando regresaban a Salamanca siempre estaban en contacto con ellos, “y siempre nos escribíamos cartas con ellos”, destaca.
En su segunda etapa decidieron iniciar una jornada de misioneros diocesanos, en 1997, “en la que invitábamos a ellos y a sus familias, como signo de agradecimiento por el don que han hecho a la Iglesia misionera”. Unos años más tarde, comenzó a organizarse junto a la Diócesis de Ciudad Rodrigo, alternado la ubicación de la celebración. Y de forma conjunta también hacen la Canción Misionera, tanto infanil como juvenil, etc.
Robles habla de su primera experiencia misionera, en 1978, cuando viajó hasta Benín, en África, “para vivir de cerca la realidad, y donde estuve cuatro meses, de junio a septiembre”. De aquella vivencia confirma cómo se enfrentó al idioma: “El francés lo dominaba a medias, y cuando me tuve que encargar de las misas, tenía que preparar frases cortas en español, traducirlas al francés, aprenderlas de memoria y después, un local lo traducía a su lenguaje nativo”.
De su contacto con diferentes misioneros, este sacerdote diocesano asegura que ha aprendido de su forma de trabajar, “y todo lo que hacen para sostenerse, como el cultivo de una huerta, aunque también recibían donativos y productos de la gente local”. Su primer viaje a América fue a la República Dominicana, y desde allí marchó hasta el norte de Colombia, donde pasó 21 días junto a los indios arhuacos, en la Sierra Nevada de Santa Marta, “Allí vivían seis misioneras seglares españolas, dos de ellas de Salamanca, en plena sierra, y que bajaban una vez al mes a la ciudad para proveerse de víveres”.
A la hora de hablar de los misioneros, Juan Robles recuerda que en cada territorio existe una forma de trabajo, “porque funcionan en relación a la diócesis con la que trabajan”. Este sacerdote admite que ha aprendido mucho de ellos, “de sus dificultades, sus éxitos, de cómo trabajaban, porque vas viendo que el trabajo era bastante diferente al de aquí, y que podíamos aprender mucho de ellos”.
Al repasar su trayectoria, Robles menciona su etapa en Madrid desde 1982, como secretario de la Comisión Episcopal de Misiones y miembro del equipo nacional de Obras Misionales Pontificias, donde siguió un estrecho contacto con muchos misioneros españoles. De esos años recuerda de forma especial la preparación del V Centenario de la Evangelización de América. En 1993 terminó esa experiencia y se fue a Roma para formarse en Misionología, en la Gregoriana de Roma, y en la Urbaniana, “que tenía más relación con los misioneros”. Su tesis doctoral la dedicó a un “gran” evangelizador de México, como él mismo describe, Vasco de Quiroga.
A su vuelta a Salamanca, volvió a hacerse cargo de la delegación de Misiones, donde creó la Escuela de Animadores Misioneros, y con participación en “congresos anuales sobre el tema de las misiones, de la historia de la Iglesia en el mundo misionero, etc.”. En la Escuela comenzaron a trabajar con grupos, “con entusiasmo, junto a varios religiosos y laicos”.
En 1979 destaca su experiencia misionera que decidió llevar a cabo en su destino de Arabayona, “lo tratamos como se hubiese hecho en el mundo de las misiones, y nos fue muy bien, aprendimos mucho y la gente estaba contenta”. De todo lo vivido como responsable de Misiones, Robles se queda con el trato con los misioneros y sus familias, “desde la creación de jornada dedicada a ellos, u otras acciones de difusión, como la Santa Infancia, Sembradores de Estrellas o Canción Misionera…”.
Por otra parte, habla del grupo de personas que siempre ha estado junto a la delegación, “que se sienten cercanas, agradecidas y corresponsables, que ayudan siempre que pueden”. Asimismo, enumera otras tareas, como la administración de la economía, las colectas, las relaciones con los organismos nacionales o con Roma, etc., “que entran en la dinámica ordinaria de cualquier otro sitio, sin mayor trascendencia en principio, aunque uno se da cuenta de que la misión no es una teoría, ni siquiera son solo las personas, sino que tiene que tener un soporte humano de instrumentos y también de economía”.
Tras tres décadas de intensa labor, reconoce que la Iglesia es “fundamentalmente misionera”, y que ha sido creada por Cristo para eso, “y que en este mundo es donde mejor podemos vivir y realizar nuestra vocación cristiana“.