ACTUALIDAD DIOCESANA

14/01/2025

Una ruta de senderismo rural: de la “función” a la “unción”

En su columna de opinión de este mes, el sacerdote Tomás Durán reflexiona sobre la necesidad de que la Iglesia revitalice su misión en el mundo rural. Inspirado el modelo de Jesús en Galilea, propone una presencia más cercana y espiritual, que acompañe a estas comunidades en sus desafíos, valore su cultura y siembre esperanza

 

 

A los que permanecen. Gracias.

Las notas que ofrecemos para una presencia de la Iglesia en el medio rural, son provisionales, parciales… Fruto más del hondo recuerdo agradecido por lo vivido que de su factibilidad actual. De todas maneras, este “paso” de la “función” a la “unción” está sembrado. Está ya ensayado. Nuestros ojos lo han visto en la existencia de sacerdotes sembrados en el surco de esta tierra de Castilla. Y ya este hecho le priva de que sea una ruta vista como “romántica”. Aunque, si no se “enamora” en los seminarios para ello, será muy difícil no verla así.

El camino de Jesús por Galilea es un paradigma establecido para siempre: de silencio, de escucha, de cercanía, de misericordia, de profecía, de servidumbre de amor. Una parábola que une la experiencia agraria del orden de la creación y la experiencia humana con la revelación de la salvación. Es un intercambio de idiomas, especialmente en Nazaret. Él vive de la palabra del Padre y la traduce en palabras de los hombres: las parábolas. Admirable intercambio. ¡Oh trueque nunca visto!

El camino de la Iglesia no puede ser una arqueología de aquel camino (“ruralismo galilaico” se llamó despectivamente alguna vez), pero, al soplo del Espíritu, debe mantenerlo como presencia y profecía de morir juntos (pueblo rural e Iglesia, compañía inseparable de esperanza), con presencias muy cuidadas por los pastores diocesanos (los obispos). Estar, escuchar, aprender, vivir, caminar, orar en silencio… ¡vivir como ellos! Vivir la “unción” del Espíritu Santo unos años, -¡o todo un ministerio!-, sin “función” eclesiástica (ni delegaciones, ni clases, ni vicarías, ni canonjías, ni…). ¡Ya llegarán!

En los seminarios se ha de educar para eso: vivir el ministerio, por un tiempo o durante todo su ejercicio, como compañía gratuita en medio de los que quedan amando sus ruinas; para aprender del tiempo de Dios, de la presencia evangelizadora sin eficacia inmediata; del darse sin activismos, sino con “el ser y tiempo” fecundo en oración, estudio y camino, para crear fidelidades esenciales, eclesiales e históricas al estilo de las raíces de la encina (Olegario González de Cardedal)[1]; y aprender de los ritmos de la naturaleza como parábola del paso pascual: siembra, muerte, cosecha… Tiempo acompañado por los pastores de la Iglesia (obispos), insistimos.

El Año litúrgico, celebrado en su desnudez y con profundidad, sin prisas, es una escuela vital para la Iglesia del futuro, que no se puede privar ni tergiversar a los jóvenes curas de hoy. Vivirlo con “las orantes sencillas y humildes” del medio rural es una escuela de oración y liturgia que une el Misterio de Cristo con la Palabra, la piedad y devociones populares, los ritmos de las estaciones y la cercanía materna de las discípulas -¡verdaderas místicas y “santas de la puerta de al lado”!- que permanecen. Puede ser un “mistagogía viva” preciosa para todo el Pueblo de Dios y para los sacerdotes, porque después entenderán mucho mejor otros encargos y tareas en la vida diocesana. Educarán allí su mirada y forjarán su corazón apostólico de una manera nueva.

Es verdad que hoy no en todos los altares podemos celebrar la Eucaristía, ni en todas las pilas de Bautismo bautizar. Es necesario ir estableciendo, poco a poco, “templos centrales” o “centros eucarísticos” desde donde se evangelice, se convoque a la vida de oración y litúrgica, y de donde se parta para la misión. Hay que pasar de “atender pastoralmente toda la red territorial con los mismos servicios” -tarea imposible- a una “presencia apostólica” viva, sencilla, honda, itinerante, ofreciendo otros manantiales… Pueden unirse fieles laicos, hermanos y hermanas de la vida consagrada, para ofrecer espacios de acogida, oración, escucha, fraternidad… en casas parroquiales sencillas. Monasterios provisionales, “palomarcillos que, cuando se caigan, no hagan ruido, como las casas de los pobres” (Santa Teresa de Jesús) [2]. Sin nombre, con infraestructura sencilla, como una sencilla parábola de acogida…

 

 

El medio rural es lugar inigualable para iniciar a la oración en espacios de desierto y creación, como son las casas parroquiales sencillamente acondicionadas; para ofrecer rutas de camino evangelizador y contemplativo a jóvenes, con itinerarios que contengan una metodología de mistagogía de la fe; establecer rutas de historia del arte -cristiano y civil- y de historia de las gentes a través de templos, castillos, hospitales, universidades… para saber cuáles son las raíces castellanas; y para procurar momentos largos de recogimiento, oración y evangelización ante retablos y pinturas de las iglesias y ermitas. Y todo ello, sin que se lo trague el mercado. Con medios simples y sencillos, al estilo de Galilea. Presenciales. Caminantes.

Hay una cultura castellana amplia, que crea universalidad en el pensamiento y ensancha el alma y es necesario conocer y amar si queremos ofrecer y decir algo nuevo y serio a la cultura actual y a la antropología emergente. (J. Jiménez Lozano) [3].

Es vital acompañar, con independencia y sin partidismos, las reivindicaciones de los agricultores y ganaderos jóvenes por el reconocimiento de una vida “campesina” en igualdad de oportunidades económicas, laborales, familiares, educativas y sanitarias con respecto al resto de la sociedad. Han de encontrar siempre en la Iglesia una aliada de sus justas aspiraciones. Es igualmente importante ser “compañía” en la soledad de sus mayores, viviendo con ellos y entre ellos, para sentir la soledad de la existencia humana, como escuela de finitud, de silencio, de pobreza, y de la desnudez y la nada en la que debemos caminar en esa tierra (San Juan de la Cruz [4]), como oferta gratuita de existencia y otra forma nueva de vivir.

Habitar en el campo es un lugar único y muy válido para educar en la espiritualidad ecológica (Papa Francisco, Laudato Si [5]), que nos lleve a vivir con lo puesto y reducir necesidades; a valorar cómo la naturaleza brota desde lo pequeño; a no contaminar; a confraternizar con la hermana tierra, cultivándola y entrando en contacto con ella; a experimentar el trabajo del suelo como algo distinto del empleo laboral y del comercio, sembrando gratuitamente y compartiendo los productos; y a guardar sólo lo que se necesita para cada año.

Es urgente aprender de la ecología cultural que está al borde de extinguirse. Los hombres y mujeres del campo, que nos van dejando, serán eternamente un paradigma de autenticidad frente al hombre que diseñe la inteligencia artificial, o la comunicación digital. Su naturalidad, su saber conversar, su estar en el cosmos, danzar, cantar, arar, amar, comerciar…; su hábitat y cultura familiar, sus trabajos y sus días, su sentido de Dios y del prójimo, hay que recogerlo, porque nos servirá de mucho para el futuro (M. Delibes) [6]. Todo ello, a punto de desaparecer, es un “desastre de ecología cultural” de gran magnitud. Esta será fuente de fecundidad nueva para el futuro, en fidelidad y novedad de diálogo y escucha con la humanidad presente.

La Iglesia en Castilla, con su presencia en el mundo rural y la teología y espiritualidad desarrollada en Villagarcía de Campos (J. Delicado Baeza)[7], ha enseñado no un camino pastoral, sino una mística apostólica para afrontar su presencia como un itinerario de compañía al estilo de Jesús, el Dios-con-nosotros, en Galilea. Pero también de cruz y Pascua, en una realidad eclesial que muere, como grano de trigo que se siembra y muere en una noche eclesial e histórica, del sentido y del espíritu (M. Legido) [8] “para dar mucho fruto” (Cf. Jn 12,24). Esta es la gran aportación a la Iglesia europea que, con la modestia y desnudez invernal que la tierra alzada al cielo de Castilla expresa al acoger la semilla, se puede ofrecer desde aquí en gratuidad y sin polarización.

Todo esto, ahora, no se percibe. Es verdad. Está sembrado. Es tiempo de esperanza y paciencia. También a la ruta de senderismo descrita le podemos dar otro nombre: sicut cervus ad fontes. A lo mejor engancha más.

Tomás Durán Sánchez, párroco “in solidum” de Doñinos de Salamanca

 

[1]  Cf. Olegario González de Cardedal, Elogio de la Encina. Salamanca: Sígueme, 1973.

[2] Santa Teresa de Jesús. Obras completas. Madrid: EDE, 1984, 3ª edición.

[3].  J. Jiménez Lozano, Guía espiritual de Castilla. Ámbito, 1984.

[4San Juan de la Cruz, Obras completas. Madrid: EDE, 1988, 3ª edición

[5]  Francisco, Carta Encíclica “Laudato Si”. Roma, 24 de mayo 2015. 

[6]  Cf. Real Academia de la Lengua Española, El sentido del progreso en mi obra. Discurso de entrada de D. Miguel Delibes. Contestación de D. Julián Marías. Madrid, 1975.

[7] Cf. Mons. J. Delicado Baeza, Pastoral diocesana al día. Estella, 1966.

[8] Cf. Marcelino Legido, Misericordia entrañable. Salamanca: Sígueme, 1987.

 

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