22/04/2021
El Instituto Secular Cruzada Evangélica lleva 70 años apoyando a la familia y a la vida en Salamanca a través de su centro materno infantil Ave María, por donde han pasado cientos de mujeres junto a sus hijos, en búsqueda de un futuro lleno de esperanza. Historias duras, ninguna igual a otra, pero con un sentimiento común de luchar por sus pequeños y salir adelante.
La iniciativa #HazMemoria, para recordar la labor de la Iglesia, se centra esta semana en el apoyo a la familia y vida, como la que realizan estas religiosas en su casa de Santa Marta de Tormes, junto a la capital. Rosario Álvarez es la directora del centro materno infantil Ave María, que recuerda que su labor “quiere ser la imagen de la Iglesia en la atención a mujeres gestantes o con hijos en dificultad, y cómo defendemos a la familia, a la mujer, a los hijos”, apunta.
Esta responsable asegura que es una apuesta clara “por la vida de estos niños”, y que muchos de ellos “no hubieran nacido si no hubiera sido por nuestro recurso”. Álvarez también reconoce que es una apuesta por la mujer, “la mamá, que si no se siente bien difícilmente va a crear una familia”.
Y Rosario Álvarez se plantea: “¿Cómo lo hacemos?”. Y añade que lo primero de todo es una acogida abierta, “sin prejuicios, y no solo a la mujer, sino a toda la carga de problemas que esa mujer trae detrás”. En este sentido, en el centro se le ofrece un hogar donde pueda vivir tranquila, “pasar su embarazo, se le enseña habilidades maternales, el despertar en ella esa sensibilidad, que a veces tienen escondida porque no han tenido una familia ejemplar”.
También se trabajan aspectos como el cuidado del bebé, “cómo se le pauta, y cómo se trabaja el vínculo madre e hijo”. La directora del centro Ave María también insiste en que se trabaja con ellas su autoestima, “a cómo resolver conflictos, a cómo desenvolverse en la vida, o cómo tener habilidades sociales para poder relacionarse con los demás, etc.”.
A las mujeres más jóvenes se les ofrece estudiar, “la posibilidad de elevar su nivel cultural, porque será la manera de que ellas se sientan autorealizadas, que la maternidad no sea un impedimento para realizarse en la vida”. Asimismo, se les facilita un itinerario laboral, “y se les ofrece también ayuda en la conciliación, porque están solas, sin apoyo familiar, y cuando empiezan a trabajar tienen dificultades para conciliar, y las seguimos ayudando, que puedan alcanzar su normalización, vivir una vida plena”.
En la actualidad, en el centro viven ocho chicas, embarazadas o con sus hijos. “Estudiamos perfiles que realmente quieran salir adelante, que tengan una apuesta clara, si no es ocupar una plaza para alguien que va y viene”, subraya Álvarez. Lo primero que las preguntan es el lugar que ocupa su hijo en su vida, “en su pensamiento, en su proyecto, y lo demás lo podemos ir trabajando”. Dos de las mujeres que viven en el centro Ave María acaban de llegar, “una de 16 y otra de 20, con una historia dura, y tenemos bastante trabajo ahora mismo con ellas”.
Rosario Álvarez relata la historia del centro: “El Instituto Secular Cruzada Evangélica fue fundado por Doroteo Hernández Vera, un sacerdote español de Guadalajara, que pensó dar respuesta al tema de la mujer en situaciones delicadas”, argumenta esta religiosa.
Para conocer la labor que realizan en el centro Ave María nadie mejor que las mujeres que viven allí bajo el cobijo de las Cruzadas Evangélicas. María es el seudónimo de una joven de 26 años que llegó hace dos meses a este recurso. Ella está embarazada de cinco meses y espera una niña. “Yo sufrí de violencia de género durante mis primeras semanas de embarazo, y aquí me han ayudado muchísimo porque me encontraba en una situación muy crítica, y he encontrado una familia, apoyo emocional y moral, y me siento muy bien, acompañada, porque siento que tengo una familia”.
María lleva un año en España, y en su país de origen tiene un niño de 6 años, “vine buscando un futuro mejor, pero no salió como esperaba”. Y su segundo embarazo fue muy duro para ella, “no sabía qué hacer, estoy sola, y tuve muchas dudas, y el padre de mi hija me agredía… pero ahora que estoy aquí he encontrado esperanzas y las ganas de querer seguir por mis dos niños”. En el centro Ave María reconoce que se siente tranquila, “pasando bien mi gestación”. De cara al futuro espera poder traer a su hijo mayor de su país, “y darle un mejor futuro, y trabajar mucho, que es constancia y disciplina y tener un lugar donde vivir para dar lo mejor a mis hijos, sobre todo amor”.
Mónica tiene 22 años y es española. Vive en el centro con su hijo de dos años y como ella misma relata, su infancia fue muy dura: “Mi madre tiene un problema con el alcohol, y vivía con ella y con mi hermano, porque a mi padre no le conocí”. Pero si su infancia fue mala, ella misma reconoce que la adolescencia fue peor, “porque acabé en las drogas y en una vida mala”.
En un momento dado, Mónica conoció a un chico, que es el padre del niño, y como confirma, “los dos tenemos muchos celos, no nos respetamos mucho, y me quedé embarazada. Pero con el niño no podía estar con la situación de mi casa, y encontré este centro después de investigar por internet, llamé, me hicieron una entrevista y me dijeron que podía venir“.
Al principio, esta joven llegó a Salamanca asustada, “pero cuando te acogen ves que te quieren y te echan una mano”. Mónica tiene claro que quiere una vida mejor para que el niño, “pueda salir adelante”. En este centro esta joven ha sido guiada para sus próximos pasos, “aunque tengo muchos altibajos, llevo dos años y medio, pero tuve una época en la que me salí por mis altibajos”. Pero Mónica volvió al centro, “tuve que volver porque mi situación no fue bien, me fui con mi pareja”.
En Ave María ha aprendido a tener rutinas y realizar labores que ella admite le vienen bien. Mónica ha empezado a estudiar, está terminando la ESO, “y he empezado a trabajar”. Además, admite que ha conseguido muchos logros aquí.
Aren es la más veterana de las tres y lleva casi tres años en el centro Ave María. Tiene 26 años y es de Nicaragua. Ella relata su historia, desde que su padre emigró a Estados Unidos cuando ella tenía cinco años. “Tengo tres hijos, uno de ellos en mi país, y dos niñas conmigo aquí”, apunta. “Cuando estaba embaraza del primer niño, mi padre me dijo que fuera de ilegal a Estados Unidos, con 18 años, y viví varios intentos para llegar, pero nunca lo logré”, subraya. En el primero, la deportaron de Monterrey, y en el segundo, ya en Estados Unidos, “me deportaron a Nicaragua”. Fue entonces cuando decidió viajar a España.
“Conocí al padre de las niñas y tuvimos a la primera, Rosaneli, y ya entonces teníamos problemas, porque peleábamos, y a pesar de los pleitos, me quedé embarazada otra vez, y con la segunda fue a peor, aunque pensé que se arreglaría”, señala Aren. Ella estaba sola en España, sin familia, “me fui al hospital sola, a todo, a las revisiones, él no iba conmigo”.
Esta joven se llegó a plantear no tener a su segunda hija, “porque no tenía trabajo ni familia, y tampoco el apoyo del padre de ella”. La idea de Aren era que al nacer se la llevaran, “pero cuando llegó el día del parto, llegué sola al hospital, con mi maleta y la de ella. Ya allí me preguntaron en el paritorio que qué quería hacer, y les dije que quería quedármela, después de pasar tanto con ella, y me dijeron que era la mejor decisión que había tomado, y es verdad, me hubiera arrepentido toda mi vida”.
Del hospital contactaron con la directora del centro Ave María, pero en un primer momento, Aren rechazó la ayuda. “Pero después, al verme encerrada en una habitación, sin salir de esas cuatro paredes, que no recibían ni el sol, al final acepté venir aquí”. Esta joven reconoce que las niñas se adaptaron enseguida, “y nosotras tardamos algo más pero al final da tranquilidad, descansa la cabeza, y aquí venimos en búsqueda de un trabajo, pero va poco a poco”.
En el centro, Aren ha realizado varios cursos para formarse y poder trabajar, “de cocina, de asistente personal… “. Cuando llegó a la casa no tenía papeles, “pero ya los tengo. La primera tarjeta de residencia, y ahora, ya con permiso de trabajo”. En la actualidad trabaja en la limpieza de un colegio, y las niñas están escolarizadas, “me veo más capaz de hacer las cosas, con más fuerza para salir adelante y seguir luchando por salir de la casa, tener un lugar donde vivir, con un trabajo estable e ingresos”.
Para Aren, venir al centro de las Cruzadas Evangélicas ha sido la mejor decisión que ha tomado en su vida, “porque quién sabe dónde estaríamos después de la pandemia, con las niñas, qué hubiese pasado con ellas, quizás me las hubieran quitado, no sé”.