11/11/2021
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
A sus 85 años, el sacerdote diocesano, José Adolfo Sánchez, relata su vida en Angola con detalle, como si hubiese sido ayer, con la dureza de haber vivido un atentado que acabó con la vida de un hermano de la comunidad cisterciense a la que pertenecía. Porque antes de formar parte de la Diócesis de Salamanca como presbítero, fue religioso, de vida contemplativa, en la orden cisterciense en la Abadía de San Isidro de Dueñas, más conocido como La Trapa, en Palencia, donde llegó con tan solo 14 años.
En este país africano fue uno de los fundadores del monasterio de Bela Vista, en Huambo, donde llegó en 1959, con 23 años. Los pontífices de la primera mitad del siglo XX, sobre todo Pío XI y su sucesor Pío XII, mostraron una gran preocupación por las obras misionales a todos los niveles, publicando diversas encíclicas encaminadas a preparar el ambiente para que el mensaje evangélico se difundiera por todas las naciones.
Al respecto, consideraron que uno de los factores más decisivos para intensificar el catolicismo en países de misión era llevar religiosos de vida contemplativa, dedicados única y exclusivamente a orar y dar testimonio vivo con sus obras de trabajo y sacrificio. Y por este motivo, la orden cisterciense fundó un monasterio en Angola.
“Allí estuve 17 años, donde fui muy feliz”, apunta. Este sacerdote no dudó en formar parte de aquella primera expedición para abrir casa en ese país africano, “para fundar teníamos que ser doce más el presidente, aunque después fueron llegando más hermanos, hasta 30 estuvimos, aunque no todos tenían los votos solemnes, pero comenzaban el noviciado”.
De sus años en Angola recuerda esa vida monástica, “contemplativa, de oración, adaptada a las circunstancias que nos encontrábamos, porque trabajamos en el campo con un grupo de chicos locales que habíamos acogido, y les ayudábamos”.
De aquella etapa relata el atentado de los guerrilleros que sufrieron en julio de 1975, del que salió ileso. “Las religiosas teresianas nos pidieron ayuda por medio de un seminarista y un joven que acababa de terminar la carrera, para que fuésemos a buscar un vehículo grande y ser evacuadas”, apunta Sánchez. Esos días se estaban viviendo en la zona muchas revueltas de guerrilleros, ante la situación del país tras su independencia de Portugal en 1975.
El convento de dichas monjas estaba cercano al cisterciense y salieron en su ayuda el entonces padre José Adolfo Sánchez, junto al hermano Domingo Félix Badía, y los dos jóvenes que habían acudido a pedir auxilio. En el mismo área de la finca, a unos 1.500 metros del monasterio, en la carretera de Bela Vista, los guerrilleros les esperaban a la izquierda, “armados con metralletas, nos atacaron y dos que venían conmigo quedaron instantáneamente muertos, el que iba a mi lado, a 40 centímetros de mí, que era el padre Domingo Félix, y el estudiante de magisterio, que estaba sentado detrás”, para siempre mártires de la guerrilla angoleña.
La noticia fue transmitida por los medios de comunicación españoles, según se recoge en un artículo sobre Domingo Félix Badía en la Real Academia de la Historia: “Misionero valenciano ametrallado en Angola, el monje trapense, de 39 años, fue ametrallado el 14 de julio por un grupo de guerrilleros en la misión que las madres teresianas tienen en la localidad de Bela Vista”. Como se recoge en este texto, las religiosas habían pedido el auxilio de los hermanos tras sufrir un ataque donde se llevaron consigo varios sacerdotes portugueses.
Unos años después, Sánchez González regresó a España, al convento de La Trapa, desde donde había partido 17 años antes. “Y estando de hospedero en San Isidro conocí a Domingo Martín, sacerdote de Salamanca, que era el rector del Seminario de Calatrava, al que comenté que quería ordenarme como presbítero”, matiza. Le animó a ir a estudiar en la Universidad Pontificia de Salamanca, y tras pedir permiso a su abad, inició el camino a la ordenación sacerdotal. “Fui administrador del Seminario y educador de los chavales”, subraya.
José Adolfo Sánchez se ordenó en Salamanca el 1 de mayo de 1981, y como presbítero se encargó de la labor pastoral en cinco pueblos de la Sierra de Francia. Pasado un tiempo, en el monasterio le plantearon una vuelta a la vida religiosa o que se quedase en la diócesis, y finalmente, este presbítero optó por seguir en la provincia salmantina.
En la actualidad, a sus 85 años, vive en la residencia diocesana, donde pasea por sus claustros y conversa a menudo por los pasillos con otros compañeros. Poca gente de la casa no conoce lo que vivió en África, que recuerda con pelos y señales. Un testimonio de vida y de fe en mitad de las adversidades, como él mismo reconoce, pero que pese a todo, “he sido muy feliz”.