31/03/2024
MARIANO MONTERO, SACERDOTE ADSIS
Si alguien preguntara: “¿Tú crees en Jesús Resucitado?”, muchos de nosotros, sin apenas pensarlo, diríamos inmediatamente que sí. Pero el evangelio del Domingo de Resurrección, y los de toda la semana que tenemos por delante, nos revelan que los primeros discípulos tardaron en responder que sí. La pasión y la muerte de Jesús les habían dejado sin suelo –“desolados”-; sin embargo, es Dios quien escribe el final de la historia, y la resurrección de Jesús les abre a un futuro nuevo. Claro que esto requiere un camino: entre el desconcierto de Pedro ante el sepulcro vacío y su testimonio firme en los Hechos de los Apóstoles, hay todo un proceso de transformación interior.
Esto es importante: el encuentro personal y comunitario con el Crucificado /Resucitado lo cambia todo. Los cuatro evangelios dan testimonio de ello. ¿Os habéis fijado en que es en el encuentro con el Resucitado cuando Él llama por primera vez “hermanos” a sus discípulos (Mt 28,10)? Por tanto, la Iglesia será la fraternidad de los que se han encontrado con Jesús Resucitado y han experimentado que eso les cambia la vida. Con Él es posible, aquí y ahora, una vida resucitada: llamar “Padre” a Dios cada mañana, tratarnos como hermanos, devolver bien por mal, preferir los últimos puestos, perdonar a quien te ofende, amar a tu adversario, dar gratis, entregarnos con ardor a la misión, servir y dar la vida… Con Él y como Él.
En contraste con lo dicho hasta ahora, mirando nuestra realidad, pareciera que la Resurrección importa poco a un gran número de fieles de nuestra época. Las ciudades españolas, más allá del mal tiempo, han estado llenas de turistas ávidos de las mejores fotos procesionales. El nuncio apostólico, Monseñor Bernardito Auza, afirmaba hace dos semanas que “España es más un país de cultura católica que de religión católica”. Y podríamos añadir que muchos católicos practicantes vivimos a fondo el sello propio de la Cuaresma-Semana Santa y con desapego el del Tiempo de Pascua.
¿No te llama la atención que tantas iglesias estén el Domingo de Ramos llenas, y mermadas en la Vigilia Pascual? ¿No hay algo revelador en aquel dicho de que “las cofradías son grupos que resucitan al comenzar la Cuaresma y mueren el Domingo de Resurrección”? ¿No es verdad que los propios curas vivimos con distinta intensidad la Semana Santa y la primera Semana de Pascua? ¿Y no es una contradicción que para tantos católicos pase sin pena ni gloria -a la espera del verano- la Cincuentena Pascual, vivida más como “tiempo ordinario” que como el Tiempo central del Año litúrgico?
“Creer en Jesús” no es algo solo mental o emocional, sino “una experiencia de encuentro con Alguien que te mueve hacia una vida resucitada”. ¿Y si intentamos un cambio en esa dirección? Hoy da comienzo la llamada “Octava de Pascua”: ocho días en que la liturgia de la Iglesia nos acerca a aquellos encuentros de los primeros discípulos con Jesús Resucitado. Lo que hemos celebrado el Domingo de Resurrección es algo tan grande que no cabe en un solo día, hacen falta ocho para asumir realmente lo que ha ocurrido y lo que significa. Ojalá tomáramos mayor conciencia y actuáramos más en consecuencia con esto. Porque la Octava de Pascua y la Cincuentena Pascual nos transmiten que también nosotros necesitamos un tiempo, un proceso interior, para reencontrarnos con el Resucitado y para responder con novedad y hondura a esta pregunta central de la vida cristiana: ¿Tú crees en Jesús resucitado?… Es decir: ¿Tú te has encontrado con Jesús Resucitado?