03/10/2024
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
El escenario del auditorio de Calatrava se convirtió en un salón improvisado con varios sillones, dos mesitas y unas pequeñas lámparas. Las luces bajaron su intensidad y el calor que simulaba un hogar era para que Ana María, Justi, Xavier y Patricia abrieran su corazón. En el programa de la Semana de Pastoral se había reservado ese tiempo a una mesa de experiencias vivas de encuentro con el Resucitado, moderada por la periodista de COPE Salamanca, Verónica Martín.
La primera en compartir su historia fue Ana María Sánchez: “Tengo 60 años, estoy soltera, y me diagnosticaron trastorno bipolar a los 20 años”. Ella relató que tras varios ingresos en la planta de Psiquiatría fue asumiendo su enfermedad. “Mis crisis eran bastantes llamativas y evidentes, creía que me iban a secuestrar, o que los intermitentes de un coche me enviaban señales para rescatarme”.
Llegó un momento que se sintió sola, al perder el contacto con su grupo más cercano, y sin apoyo familiar. “Me alejaba de cualquier círculo social donde pudiera sentirme como una más, porque también veía prejuicios en los demás, con miradas hirientes”, subrayó. Pero Ana reconoció que poco a poco fue encontrando a gente que se cruzó en su camino y apostaron por ella. “Mi padre, mi tío Moisés, que era sacerdote de la diócesis, las Carmelitas vedrunas, profesionales de salud mental…”, enumeró. Y desde hace unos años, su presencia en el centro Ranquines, donde ofrecen una atención integral a personas con diferentes trastornos mentales, coordinado por Cáritas diocesana de Salamanca.
Ana asegura que desde que está con ellos, “se me ha abierto el cielo“, y destaca que ha podido cerrar muchas heridas, “también ha mejorado mi autoestima y autocompasión”. Allí forma parte de un grupo para crecer en la fe, donde ha descubierto la importancia de la comunidad, “que me ayuda a estar cerca de Jesús y vivir como él”. Ella sostiene que todas las personas y realidades que le han ayudado en este tiempo, “Dios las ha puesto en mi camino, y doy gracias por cada una de ellas”.
Justi González compartió como ha afrontado la soledad tras el fallecimiento de su marido y cómo su colaboración en la Iglesia le ha aportado mucho. Ella es feligresa de la parroquia de Jesús Obrero y colabora en la Pastoral de la Salud. “Durante el proceso de cuatro años de enfermedad de mi marido me agarré mucho a Jesucristo, y aunque a veces dicen por qué Dios me ha dado esto, yo siempre decía todo lo contrario, que Dios me ha dado una prueba que tengo que superar y ayudar todo lo que pueda”.
Cuando su marido falleció fue muy dura la soledad inicial, “después de 51 años casada, lo pasé muy mal”. Y en ese proceso, la ofrecieron participar en las actividades de la Delegación diocesana de Familia y Vida, “y ya llevo tres años participando en todo lo que ofrecen”. También colabora en la Pastoral de la Salud, “donde recibimos más de lo que damos, y yo, hasta el momento, he recibido mucho”.
De su proceso migratorio habló Xavier Carbonell, que llegó a Salamanca desde Cuba, “buscando una vida mejor”. En su país, la Iglesia es uno de los pocos espacios en los que funciona “como un oasis de libertad de pensamiento y de palabra”. Este joven aseguraba que esta institución eclesial ha resistido durante 60 años a un sistema que no la quiere, “y que aspira a dominar no solo los espacios públicos, sino el sentir, el pensar, las creencias, y que intenta suplantar todas estas cosas”.
Xavier insistía en que en medio de todo eso, “todavía hay espacio para vivir la fe de manera profunda y meditada”. En su país, trabajó en una biblioteca diocesana, “que era uno de esos espacios de libertad, donde teníamos acceso a una infinidad de libros que están prohibidos fuera de aquellas paredes”.
Ahora en Salamanca, ha encontrado a personas que le han cambiado la vida, “y que son familia“. Xavier trabaja como periodista en un periódico cubano independiente, “que intenta luchar desde fuera por la libertad”.
El último testimonio fue el de Patricia Mateos, del movimiento de Fe y Luz, que relata cómo su vida se transformó con la llegada de su hermana María, con Síndrome de Down. “Yo soy la mayor de cuatro hermanos, y cuando nació ella, yo tenía 16 años”, apuntó. El primer momento tras su nacimiento fue de desconocimiento, “¿y qué va a pasar ahora?”. Pero conocieron el movimiento Fe y Luz en la parroquia de Villares de la Reina, “y empecé a ir cuando mi hermana tenía dos años”.
Patricia asegura que su fe fue creciendo según crecía su hermana María, “y he tenido la oportunidad de acompañarla en toda su etapa también”. Y hace unos meses, que se confirmó junto a otros jóvenes de Fe y Luz. “Mi fe la comparto en Fe y Luz, con ellos. Es donde siento a Jesús, en cada abrazo, en una mirada… con ellos el tiempo pasa volando, te olvidas de todo, y allí ves la sencillez”, reconoció. Entre el público estaba su hermana María, que emocionada le dio las gracias por las palabras que le había dedicado.