19/03/2024
FLORENTINO GUTIÉRREZ. DELEGADO DIOCESANO DE FAMILIA Y VIDA
Queridos padres de familia:
Con motivo de la celebración del Día del Padre he soñado con vosotros, con vuestras familias y el porvenir que deseo para todos.
Recordando los sueños de Martin Luther King, he soñado cinco historias, que flotaban entre mis más profundos deseos, y por las que pido a San José que las transforme en realidades como brindis y felicitación para todos vosotros.
Contemplando una veleta alocada, movida por fuertes ráfagas de viento, comencé a soñar durante varios días sucesivos que nuestros legisladores, como revestidos con los papeles de aquellos “corazones con freno y marcha atrás” de Jardiel Poncela, habían revisado algunas últimas leyes y habían decidido frenarlas y dar marcha atrás a su contenido porque siempre se dijo, pensaron, que rectificar era de sabios.
El primer día soñé que en nuestro Parlamento la mayoría de sus señorías habían votado una nueva ley de familia en que constaba ya claramente, sin vergüenza y con claridad, que, defendían la familia natural. Seguiría por tanto habiendo “padres” y “madres” en nuestro ordenamiento jurídico y no solamente “cónyuge-a” o “cónyuge–b” como determinaba la ley anterior. Toda una revolución en favor de la naturaleza y la verdadera y única familia.
Me alegré porque devolver la paternidad y la maternidad a la sociedad es tomar en serio la dignidad de la persona humana, el triunfo de la familia y el respeto al sentido común.
En mi sueño contemplé al día siguiente una multitud de ciudadanos saliendo a la calle en curiosa manifestación: eran un millón de manifestantes, coincidiendo en el dato por primera vez en la misma cifra, tanto por los promotores como por la delegación del Gobierno. Por otra parte, esta gran movida no era, y esto también es novísimo, una manifestación de protesta y reivindicación sino de gratitud y aplauso. Se oyeron vítores para el presidente del gobierno y para los legisladores de la cámara, mientras se coreaba por todos el Himno a la alegría de Beethoven. Una gran pancarta abría el desfile. Decía sencillamente: “Gracias”.
Al día siguiente soñé con el momento en que nuestro parlamento derogaba la controvertida ley de la violencia de género y proponía una ley nueva que titularon “ley del amor familiar”.
Nunca habíamos entendido que una ley se dedicara a manipular la violencia (como si fuera conveniente hacer leyes para manipular la mentira o el robo o la pederastia) y mucho menos hablar de la violencia “de género”, invento fuera de la realidad y lo prudente.
Soñaba que entre los legisladores de nuestro parlamento, unas pocas voces críticas con la antigua ley, eran capaces de ayudar a comprender a la mayoría que la ley de la violencia de género era injusta además de ineficaz por poner el peso de la ley en la defensa de la mujer en contra del hombre. Contemplé por televisión cómo votaron en masa anulando la ley anterior y defendieron la nueva ley que equilibra el respeto debido tanto a las mujeres como a los hombres y castiga sencillamente al que obre mal en igualdad de condiciones sea hombre o mujer.
¿Era posible este cambio de ley? Parecía mentira, pero lo he soñado y ciertamente ha sido posible. Soñé de nuevo la obra teatral, “Doce hombres sin piedad” de Reginald Rose, en que se nos muestra el radical cambio de opinión de aquellos miembros del jurado ante la palabra de un solo hombre que supo llevar la contraria al resto. Fue por tanto posible el cambio, y todos lo celebramos.
Al día siguiente de la derogación de aquella equivocada ley cientos de personas y familias se dirigieron al monumento, tan olvidado, dedicado a la familia en nuestra ciudad y lo llenaron de flores, cirios e incluso globos mostrando así la alegría por la nueva vida que se abría para nuestras familias.
El día del gran sueño fue cuando nuestro Parlamento sepultó bajo tierra el holocausto que ha posibilitado entre nosotros la fatídica ley de aborto.
Cien mil abortos anuales han obligado a reflexionar a los legisladores y decidir la necesidad de marginar de nuestras vidas semejante atrocidad. Aunque parezca mentira, se enseñaba y se animaba a las madres a defender su libertad quitando la vida del ser que llevaba en sus entrañas. Y, ¡asombroso!, lo hacía ella sola sin contar para nada con el hombre que había puesto su semilla en su nido. Nunca habíamos visto tanta humillación para los padres, para las madres y para los hijos. Soñé que se había acabado definitivamente tal disparate.
Este sueño me llenó de esperanza pues siempre lo había deseado. Sentí alegría porque os vi a vosotros los padres de familia pudiendo ser verdaderamente corresponsables de la vida de vuestros hijos.
El mismo día, con asombro emocionante, vi bajar del cielo, jugando con las nubes, un tropel de niños concebidos y no nacidos que venían en busca de sus padres biológicos para agradecerles que, a pesar de todo lo pasado, ellos ahora tenían vida y residían en el cielo. El sueño me permitió ser testigo del encuentro de algunos niños con sus padres y abuelos en la misma puerta de sus hogares.
He soñado también con la aprobación por mayoría absoluta de una nueva ley de enseñanza en la que los diversos grupos parlamentarios, ¡por fin!, se han puesto de acuerdo y nos ofrecen una única ley. La nueva ley permite a los padres la elección del centro escolar y ofrece un conjunto de asignaturas que todos han aceptado.
Estos parlamentarios, con un nuevo consenso que han hecho posible con su generosidad, potencian a la vez, sin desconfianzas mutuas, tanto la enseñanza pública como la privada, sin imposiciones de reglamentos lingüísticos y con unos temarios para el estudio y los exámenes comunes en todas las regiones. Las clases de Religión se valorarán en conformidad con el resto de asignaturas.
Ante este gozoso sueño me restregaba los ojos para comprobar que era consciente del mundo que se nos avecinaba.
Soñé que todas las asociaciones de padres, olvidándose de las ideologías o sus partidos políticos, y con los directores y profesores de sus centros de enseñanza y una multitud de estudiantes de todas las edades, se reunían en el Palacio de Congresos para celebrar juntos tan gran acontecimiento. Presidían este acto académico los ministros de Educación y Familia del Estado. Toda la familia educativa se felicitó y descansó definitivamente de las penurias escolares que habían sufrido inútilmente en años anteriores.
He soñado finalmente con una gran fiesta en que tomaba parte la población arropando a las familias con sus padres, hijos y abuelos. Querían celebrar la acción de gracias por los grandes beneficios que habían recibido en los días anteriores por el Gobierno que les trataba por fin como personas adultas y dignas. Todos necesitaban dar gracias a Dios y, por eso, se dirigían en masa a la catedral hasta llenarla totalmente.
Una cosa me sorprendió al entrar en el templo: en el primer banco dedicado a las autoridades estaban sentados, en primer lugar, San José y su esposa Santa María.
Los órganos barrocos y el coro entonaban los cantos litúrgicos propios de la misa e, inesperadamente, al cantar el Santo, Santo, Santo una multitud de ángeles se hicieron presentes en el templo y se mezclaron con los asistentes. Así, el cielo y tierra cantaron juntos el himno a la Trinidad.
Al final de la misa, ángeles y fieles, cada uno con un cirio encendido en sus manos, empezaron a salir del templo hacia las hogares y hacia las nubes del cielo entre un glorioso toque de campanas y escuchando de fondo desde la torre catedralicia la Música para unos Fuegos Artificiales de Händel. Nunca olvidaré este último sueño.
Al comentar estos sueños a mi mejor amigo me dijo fríamente: “No olvides que Calderón afirmó que los sueños… sueños son”. “Sí, le contesté, pero también dice el Libro Santo que el faraón de Egipto tuvo unos sueños que ni él ni sus sabios lograban descifrar. Solamente un joven hebreo, llamado José, acertó a discernir sus significados y al poco tiempo sus palabras, con el asombro de todos, se hicieron realidad”.
Mis sueños, adornados con tan pobre imaginación, son más sencillos de explicar: el primero, anuncia el triunfo de la naturaleza sobre la fantasía humana; el segundo, el triunfo de la paz sobre la guerra; el tercero, el triunfo de la vida sobre la muerte; el cuarto, el triunfo de la verdad sobre la ideología; y el quinto, el triunfo de la fe sobre la apostasía.
Es fácil comprender que estos objetivos, más pronto que tarde, deberán hacerse realidad porque no se puede construir la vida en falso y menos conseguir mantenerla así durante mucho tiempo. Es seguro que el bien, definitivamente, triunfará sobre el mal para humillación y vergüenza de sus promotores.
Termino con una historia real. El 7 de junio de 1660 San José se apareció a un joven pastor en el monte Bessillon, en la localidad francesa de Cotignac. Alrededor de las 13 horas, Gaspard Ricard, el joven pastor de 22 años, cuidaba a su rebaño. El calor era sofocante y tenía mucha sed. De repente, percibió a ‘un hombre a su costado’, que le señaló una gran roca y le dijo: “Yo soy José, muévela y beberás”. Relatos de la época indican que la roca era tan grande que se habría necesitado a unos ocho hombres para moverla. Ante la sorpresa y la duda del joven pastor, la aparición reiteró su consejo. Gaspard hizo caso, movió la roca sin problemas y descubrió una fuente donde bebió hasta saciarse”.
Pienso y deseo que San José nos invite a mover hoy estas rocas pesadas y podamos beber pacientemente las aguas que brotarán de su fuente escondida.