ACTUALIDAD DIOCESANA

19/11/2018

“Somos una gran familia”: 3 Miradas

Hay realidades en nuestra vida que nos afectan existencialmente pero que necesitan un toque de atención para tomar conciencia más clara de su importancia y de nuestro posicionamiento ante ellas. Acabamos de celebrar el Día de la Iglesia Diocesana y debe ser para todos los católicos un honor y un motivo de inmensa alegría por formar parte de esa gran familia de la Iglesia de Jesucristo. Por el Bautismo fuimos incorporados a ella como hijos de Dios y hermanos pequeños de Jesucristo y miembros de su cuerpo de quien él es nuestra cabeza y nuestro Pastor, que la instituyó para que fuera una comunidad de  vida, de caridad y de verdad y la envió al mundo para ser sal y luz en  medio de la sociedad (Mt 5,13-16).

“Somos piedras vivas, linaje escogido, sacerdocio regio, y nación santa, pueblo adquirido para anunciar las grandezas del que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1Ped 2,9). El Espíritu Santo guía a la Iglesia a toda verdad  y la embellece con sus frutos y la rejuvenece con la fuerza del Evangelio.  Su carnet de  identidad: la dignidad y la libertad de los hijos de Dios; su ley: el nuevo mandato de amar como Cristo nos amó, y como fin: extender el reino de Dios. Sin embargo como pueblo peregrino está sujeta a los dolores de parto en comunión con las demás criaturas esperando la hora de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios. Al contemplar nuestra Iglesia de Salamanca nos gloriamos de formar parte de ella y agradecemos los testimonio de los mejores hijos y lamentamos las arrugas que le han causado nuestros pecados. “Al encerrar en su seno a justos y a pecadores, es al mismo tiempo santa y necesitada de purificación mediante la penitencia y la renovación”(LG. 8). Ante todo, ella es nuestra Madre y como dijo el Papa Francisco al terminar el Sínodo sobre los Jóvenes: “nos corresponde defenderla contra el Gran Acusador con la oración y la penitencia porque a la Madre no se le toca”. O como expresó ardientemente enamorado de ella San Pablo VI “…quisiera abrazarla en sus desdichas y sufrimientos, en las debilidades  y en las miserias de tantos hijos suyos y en su esfuerzo  perenne de fidelidad, de amor, de perfección y de caridad” (Meditación ante la muerte).

Con una atenta y serena actitud  podemos descubrir diversas relaciones y miradas respecto a la Iglesia que proceden tanto de los de dentro como los de fuera. Señalo estas tres: SÚPLICA, ACUSACIÓN y GRATITUD.

Súplica

Representada por el ciego Bartimeo de Jericó (Mc. 10,46-52). En él se hacen presentes los descartados, los ignorados, los heridos junto a las cunetas de nuestra sociedad, los desplazados, los refugiados y otros muchos. Siguen hoy también saliendo a los caminos pidiendo a la Iglesia luz, pan y salvación. ¿Nos acercamos a ellos como lo hizo Jesús?¿Les escuchamos con la debida atención y caridad?¿Les damos ánimo y la luz de la fe, de la esperanza y de la caridad?¿Nos acercamos a esos carros que salen a nuestro encuentro pidiendo compasión y misericordia?

Acusación

Es una  mirada semejante a la de los que se acercaban a Jesús para tenderle una trampa y tener de qué acusarlo: los escribas y fariseos de aquel tiempo. “Espiaban a Jesús para ver si curaba en sábado y tener de qué acusarlo” (Mc 3,1-6)  Son aquellos que, hoy también, tienen una mirada contaminada, manchada  que busca acusar a la Iglesia y condenarla como continuadora de la obra de Jesús. La acusan con falsas verdades o con noticias manipuladas, tergiversadas y con supuestos hechos que se dan por ciertos sin aportar argumentos documentados. Pueden ser también, aunque sin la virulencia de los anteriores, pero que oscurecen el bello rostro de la Iglesia, los que el Papa Francisco llama neo-gnósticos y neo-pelagianos. Se escudan en una autorreferencialidad prometeica y gastan muchas energías en controlar la vida ajena y siembran desconfianza y disensiones.

Gratitud

Es la mirada de los santos que ya han llegado a la Patria y de los de la puerta de al lado: ojos limpios, transparentes, comprensivos. Son los limpios de corazón. Miran a la Iglesia y la contemplan  llena de belleza y limpia hermosura “como una novia ataviada que se adorna para su esposo”(Ap 21,2). Pero también descubren en ella, grietas y arrugas causadas por nuestros pecados, pero como es el rostro de la Madre, y a una madre hay que quererla y defenderla por encima de todo, porque a una madre no se le toca (Papa Francisco) la aman con filial ternura y le manifiestan una inmensa gratitud.

Todos nosotros con nuestras fragilidades, nuestras miserias y pecados pero con un noble y agradecido corazón le rezamos esta oración:

“Te rogamos Señor que en nuestra Iglesia de Salamanca se manifiesten con nueva fuerza la integridad de la fe, la santidad de las costumbres  y la caridad fraterna.  Sigue  alimentando a este pueblo con tu Palabra y con tu Cuerpo sacramentado”. Amén.

Y con San Pablo VI nos dirigimos a ella y le decimos: “Las bendiciones de Dios vengan sobre ti; ten conciencia de  tu naturaleza y de tu misión; ten sentido de las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y camina pobre, es decir, libre, fuerte y amorosa hacia Cristo” (Meditación ante la muerte).

 

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