23/02/2023
“Movido por el Espíritu… tomó al niño en sus brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, puedes, según tu promesa, dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”.
Este cántico tan lleno de belleza y de ternura se refiere a las palabras pronunciadas por el anciano Simeón al sostener en sus manos al Hijo de Dios, a Jesús, un encuentro que marca en la vida del anciano un antes y un después. El “antes” que resume una existencia a la espera, casi angustiosa, de esa visión beatífica y un “después” que brinda una vida serena, apacible y tranquila.
Algunos podrían deducir de esas palabras del “nunc dimittis” que lo que realmente transmiten es un fuerte deseo de acabar con el tiempo que todavía le restaba a Simeón por vivir o si se quiere sus ganas de morir, pues la vela de la ilusión por la vida se habría apagado. Sin embargo, creo es falsa esa imaginada desilusión, porque si bien es cierto que a Simeón ya no le interesan las grandes empresas a realizar, ni proyectos ambiciosos de futuro, sí quiere continuar con su vida pero al calor de esa vivencia con el Salvador del mundo.
Realmente éste es un modo, nuevo, gozoso de vivir ese estado de senectud en el que se encuentra Simeón porque le sostiene la alegría de haber experimentado lo más sublime de su existencia, y por ello, ya no espera nada más importante ni atractivo. Para él nadie ni nada pueden superar el gozo de ese abrazo con el niño Dios.
Vistas así las cosas, creo, es muy provechosa esta actitud de Simeón para afrontar nuestra propia senectud con ánimo y tranquilidad. La mayoría de las personas guardamos en nuestro interior experiencias fundamentales que también marcaron nuestra vida: la creación de una familia, una vida laboral bien realizada o simplemente el recuerdo de buenas amistades, éstas son las que tienen que transmitir esa paz y esa complacencia a todas las personas que viven ya su vejez y también a los que nos acercamos a ella.
Desechemos por tanto esas vacías y desatinadas expresiones dichas para levantar el ánimo y que tienen el efecto contrario como: “todavía te queda mucho por vivir o todavía tienes que hacer muchas cosas”. Alentemos a las personas mayores para que vivan su ancianidad al calor de sus vivencias fundamentales a la manera que la vivió el anciano Simeón.
Ya sé que a esta visión gozosa de la ancianidad se le podría contraargumentar diciendo que hay personas, que no sólo no guardan experiencias felices de su vida, sino que para ellas su vivir fue un verdadero tormento.
Pues bien, a estas personas, dichosas para el Señor, se les debe dar a conocer lo que San Pablo (Rm, 8 ss.) nos ofrece: “… por muy grandes que sean los sufrimientos de este mundo no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros”.
Pero, por supuesto, ese cambio de actitud frente al sufrimiento es una cuestión de fe, y ésta hay que pedirla y después cultivarla.
Andrés Pinto, capellán en el Complejo asistencial de Salamanca