08/03/2019
El papel de acólita en la Catedral de Marisa Beltrán no pasa desapercibido. Ella se considera una más del equipo que realiza esta labor, sin ningún tipo de distinción entre hombres y mujeres, pero que despierta curiosidad de propios y extraños que acuden a la celebración. En el marco del Día Internacional de la Mujer, que se celebra el 8 de marzo, da su testimonio sobre su labor, que comenzó a realizar en el año 1995. “Comencé a colaborar con el obispo don Braulio Rodríguez en las misas mozárabes, donde necesitaban mucha gente en el altar”, apunta. Ella comenzó con esta tarea al ser miembro de la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz, a la que se pidió ayuda para ello.
Marisa realiza el papel de acólita en las eucaristías que preside el obispo Don Carlos López, con una liturgia especial, como puede ser la misa crismal, el triduo pascual, la festividad de San Juan de Sahagún o la de Nuestra Señora de la Vega, entre otras. Sus funciones varían, y van desde llevar el cirio, acercar la naveta, lavatorio de manos, llevar la mitra y el báculo, etc. “Algunas personas de la calle me preguntan si estoy consagrada porque les llama la atención que una mujer sea acólito”, relata, pero nunca ha tenido ningún problema, sino todo lo contrario, “me siento una más”.
A sus 64 años asegura estar encantada de su labor, “y lo dejaré cuando ya no pueda servir, porque se trata de un servicio a la comunidad que me aporta muchas cosas, como la serenidad, rezar, la comunidad con Dios”, enumera. Para Marisa Beltrán, de esta forma se siente más partícipe de la eucaristía, “y lo dejaré de hacer cuando no pueda o se decida prescindir de mí”, pero tiene claro que mientras pueda y la Iglesia quiera, “lo haré, es un servicio que me aporta”.
La tarea de acólita no le parece algo extraordinario por ser mujer, “para mí es normal, es una forma de decir a la gente que las mujeres podemos hacer esta tarea”, a ella le gusta la liturgia, “lo vives y lo comprendes, porque hay que dar una solemnidad a ciertos actos, y poder diferenciar entre una misa de domingo de otra fiesta solemne, con la liturgia y otros símbolos”.
Marisa Beltrán y el resto de acólitos visten el alba en la eucaristía, y asegura que con ese papel vive la eucaristía más de cerca, “no te distraes, estás pendiente de todo”, y además, asegura que tiene tiempo de rezar, “me siento segura, sé lo que tengo que hacer en cada momento, es una vivencia íntima”. Y aunque reconoce que en la Catedral pasa frío y tiene que ir abrigada, “llegas allí y Dios te ayuda, todo fluye”.
Alumna de las Siervas de San José
La congregación de las Siervas de San José, fundada por la Santa salmantina Bonifacia Rodríguez (1837-1905), ha impulsado la petición a la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos para que sea declarada patrona de la mujer trabajadora, petición a la que se ha adherido la Conferencia Episcopal Española. Bonifacia fue pionera en la defensa y dignificación de las mujeres en la revolución industrial.
Beltrán estudió en el Colegio Sagrada Familia de las Siervas de San José de Salamanca, desde los 3 hasta los 16 años, “para mí son mi vida”, y por lo tanto, allí pasó su infancia y la adolescencia. Por ese motivo conoce bien la biografía de la santa salmantina y aplaude la propuesta de que se convierta en la patrona de la mujer trabajadora. “Me parece muy bien, fue una persona que cuando las mujeres estaban denigradas luchó por ellas. Apostó por la formación de las mujeres desde su taller de costura, para darlas un oficio cuando no podían estudiar y el papel más habitual de la mujer era casarse y tener hijos”, como también resalta.
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