04/08/2020
La Casa de la Iglesia rindió el pasado viernes, 31 de julio, un reconocimiento al personal de la residencia diocesana y el recuerdo especial de los mayores fallecidos durante el estado de alarma. El acto tuvo lugar en el patio del olivo, donde se ha colocado una placa que recuerda este tiempo de pandemia: “A nuestro personal, que con tanta generosidad y competencia afrontó el confinamiento durante la crisis del coronavirus. A los residentes, que fueron son y serán parte de la vida de esta casa. 14 de marzo al 21 de junio de 2020”.
Después de escuchar el Ave María en un silencio patio de la zona de residencia, el acto comenzó con las palabras del obispo de la Diócesis de Salamanca, Carlos López Hernández, quien reconoció que la mejor forma de situar este homenaje al personal de la residencia, “que de forma tan generosa ha prestado su trabajo y atención durante los difíciles tiempos de esta pandemia, es ofrecerlo todo a la luz de Dios, desde una experiencia personal”. Después, invitó a todos los presentes a que rezaran junto a él el Ángelus.
Por su parte, el director de la Casa de la Iglesia, Raúl Izquierdo, apuntó que ya era tiempo de juntar al personal y a los residentes, “y tener este sencillo acto para recordar a las personas que ya no están y agradecer al personal todo su trabajo en este tiempo”. En este sentido, recordó que la pandemia, “nos ha cambiado la vida a todos, y que llegó a nuestra Casa de la Iglesia, y a las nuestras, a las familias, y nos golpeó a todos duramente, y alguno de nuestros hermanos fallecieron, otro estuvieron ingresados, otros han pasado el virus, nos ha golpeado a todos..”. Al respecto, asegura que hay necesidad de encontrar espacios, “para compartir cómo nos sentimos, porque hemos tenido miedo, para llorar, para reír, porque no podemos actuar como si nada hubiera ocurrido”.
El director de la residencia diocesana, el sacerdote Justo Crespo, fue el siguiente en tomar la palabra y dirigirse a los residentes y trabajadores: “Dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha regalado, y por la fuerza que nos hemos ido poniendo al servicio de los demás”, aclaró. Al respecto indicó que durante estos duros meses “nos hemos acordado del Señor, que nos hace sentirnos pequeños ante las contrariedades, pero hemos sentido la mano tendida para sacar la fuerza de la debilidad”.
Para este presbítero, “ha sido un momento de gracia del Señor, y lo sigue siendo”. Asimismo, habló del dolor que ha supuesto ver marchar a la casa del Padre a tantos seres, “con los que nos habíamos encaprichado y compartido los últimos años en la residencia, que han dejado el vacío de su ausencia y el grato recuerdo”. También recordó su estancia en el hospital, o la larga cuarentena en la residencia, “que se hicieron largos por el tiempo, no por el trato y las atenciones”. Justo Crespo evocaba los días en los que cada residente estaba en su habitación, “y nos comunicábamos a diario por teléfono, estábamos unidos en los sentimientos y en la oración“. Y aseguró que en Semana Santa, la Pasión “no se celebró en la capilla pero la vivimos en nuestra propia carne”. Y admitió que da las gracias a Dios, “por el crecimiento espiritual, ahora más presente en nuestras vidas, por el afectivo, más necesitados uno de los otros, y el crecimiento personal que fomenta la autoestima y la valoración de cada uno”.
Otro de los testimonios que se escucharon en el homenaje a trabajadores y residentes fallecidos fue el del sacerdote diocesano, Leandro Lozano, que a sus 85 años recordaba los momentos más duros tras contraer la covid-19. “El trato recibido es impagable, y quier destacar dos palabras para recordar el trabajo humano en toda circunstancia, y en esta de una manera especial”. Porque como resaltaba este sacerdote, “cualquier detalle de una persona hacia otra no se puede pagar con dinero, tenemos que entenderlo, somos hermanos de Cristo, con la misma naturaleza, todos uno en Él, somos familia y nos ha abrazo a todos, que tiene un valor impensable, porque nos ha redimido a todos, nos ha hecho libres”.
Leandro relató sus primeros días en el hospital, “era algo dantesco, cómo sudaba el personal, tapados de arriba a abajo con plásticos, algo inenarrable, “pero tendrán el premio de la vida eterna a la que debemos aspirar todos”.
Antes de dar paso al siguiente testimonio, el director de la Casa de la Iglesia, Raúl Izquierdo, quiso dirigirse al personal de la residencia: “Habéis sufrido, sentido dolor, impotencia cuando se daban situaciones que no podíais controlar, os habéis sentido desbordados muchas veces, habéis sentido que nada tenía sentido, rabia, frustración, y sin embargo, ninguna de esas cosas os ha hecho parar en medio de todo esto, habéis sido capaces de trabajar en equipo, tomar decisiones rápidas…”.
En nombre del personal tomó la palabra una auxiliar, Luz García, que relató lo que había sentido durante la pandemia: “Esta pandemia superó las expectativas de todo, porque hemos sentido miedo, y a veces pensábamos que no íbamos a poder superar esta situación, pero aquí estamos, todos, a la altura de las circunstancias, sin decaer”. Para ella, han sido muchas las lecciones aprendidas en este tiempo, “y mi reconocimiento a mis compañeros, que son guerreros del día a día, que han sabido superar el lado más oscuro de la pandemia a base de humanidad“. Porque como esta auxiliar relataba, la magnitud del problema, “es proporcional al calado que ha tenido en nosotros todo lo aprendido estos meses, tanto en lo profesional como en lo humano, sois fantásticos y cada uno de vosotros ha puesto de su parte para que el día a día del confinamiento fuera lo mejor posible para el resto”.
En este sentido, recordó situaciones vividas en esos meses: “Como hablar desde la distancia a un residente para que le fuera más ameno el día a día, sacar una sonrisa a una compañera en un momento de tensión, o quitarse el EPI en el vestuario y vernos las caras, o los mensajes que nos llegaban de compañeros de turno”. Por último, quiso dirigirse a los mayores de la residencia, “que han librado la batalla de la vida, y cuya pérdida por la enfermedad nos ha hecho darnos cuenta del valor de esta generación, ¡que fuertes son estos guerreros de la experiencia, y que vacío nos han dejado los que se han ido, me quedo con lo vivido con ellos!”. Luz García aseguró que “solo muere aquello que se olvida”.
Antes de la bendición final que impartió el obispo, Carlos López, se volvió a dirigir a los allí presentes para manifestar la gratitud a todos ellos. “Al personal, por vuestro trabajo generoso realizado, y con gran entrega”. El prelado se mostró orgulloso “por la calidad humana, de fe y experiencia”. E indicó que a veces, “cuando todo nos va fácil, no tenemos tiempo de pararnos a pensar, y es en la dificultad y en el sufrimiento, cuando tenemos que afrontar situaciones difíciles, y necesitamos recursos fuertes cuando entramos en nosotros mismos”.
En este sentido, el obispo López recordó que es cuando encontramos en nuestro vaso de barro, “que hay mucho más tesoro escondido que a lo que nosotros mismos nos parece”. Porque las situaciones de dificultad, “nos ayudan a mejorar, a madurar, y en algunos casos, nos hunden, pero si no nos desalientan, son causa de fortaleza, nos animan a sacar de nosotros mismos lo mejor”. Por último, dio las gracias a Dios, “que nos da la fuerzas a todos para sobrellevar estas situaciones, y a los que amamos a Dios todo nos sirve para el bien”.
Y una a una fueron nombradas en voz alta las personas que han fallecido en la residencia diocesana durante el confinamiento: Josefa Borrego, Manuel Díaz, Rodrigo Sánchez, Longinos Jiménez, Manuel Sánchez Vicente, Francisca Barbero, Fructuoso Mangas, Miguel Ángel García, Gertrudis Delgado, María Sánchez López, Elvira Martín, Ángel Rodríguez, María Teresa Castrillo y Marí Luz Borrego. DEP.