ACTUALIDAD DIOCESANA

06/05/2020

“Recogemos y sentimos el dolor de las famillias”

Cada sábado por la tarde, el sacerdote Isidoro Crespo Panadero  acude al cementerio San Carlos Borromeo de Salamanca para rezar un responso a los difuntos y acompañar a las familias. Él es uno de los doce sacerdotes que están realizando por turnos esta misión desde el pasado 29 de marzo. Compartimos su reflexión.

…Y descendió a los infiernos y al tercer día resucitó…

 

Con toda la potencia y fuerza posible, muchas familias están experimentando vitalmente este TIEMPO PASCUAL cuando acuden al silencioso lugar de los que ya reposan. Con el paso cambiado, la contagiosa y vírica muerte ha zarandeado la existencia de los hombres, confinados en la propia incertidumbre del destino.

Así llegan tres o cuatro personas como representantes y valederos de la historia del familiar fallecido como si de embajadores de esta vida se tratara. La primera imagen que queda grabada en el sacerdote, dispuesto a hacer el rápido tránsito con el vehículo de la oración, es una familia descolocada sin saber ubicarse en una blanca carpa de recepción colocada como epicentro de la acogida, del cariño y de los abrazos. Es curioso ver cómo otras culturas enmascaraban a sus difuntos y hoy son los propios vivos los que llevan máscara para protegerse de los malos espíritus y quizás proteger el alma también.

Resuenan en mi las palabras del Evangelio y “Jesús se con-movió” tantas veces proclamado en otros espacios. Rodeado de tumbas, hago sonar aquellas palabras “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?”. La minúscula representación familiar queda con la mirada fija en el maletero del coche fúnebre convertida en sala improvisada de un velatorio móvil. Mientras esto sucede otras lágrimas salen de otro coche que baja del lugar de los muertos. Hasta la propia muerte tiene prisa en irse.

El trayecto hasta la tumba se convierte en el camino para hacer las paces con la realidad. Muchos aprovechan para desahogarse, dejando un reguero de dolor hacia el sepulcro por no haber podido despedirse, o porque portan la duda de si el que va en el ataúd es su padre, su madre, su hermano…; otros cabizbajos y en absoluto silencio, miran a la tierra que ahora ellos pisan. El sacerdote acompaña a esta minúscula comitiva con agua bendita y con la imagen de ese Jesús de Nazaret acompañante y presente en medio de la ausencia, el dolor, el temblor y el desconcierto de los hombres.

 

Isidoro espera al coche fúnebre y a los familiares en una carpa instalada en el párking del cementerio municipal.

 

Finalmente, se llega hasta la frontera humana y el sacerdote dice: “Concede a nuestro hermano descansar aquí de sus fatigas, durmiendo en la paz de ese sepulcro hasta que tú que eres la resurrección y la vida lo resucites, lo ilumines con la contemplación de tu rostro glorioso”. Momento este intenso donde solo se oye el palear de los operarios que trabajan a destajo rellenando la tumba con la tierra removida, y que parece que descompone antes el alma que el cuerpo.

Mientras haces el camino de vuelta a aquella carpa, punto de partida de una contrarreloj, recoges y sientes el dolor de aquella familia que ha ido dejando, y también su agradecimiento, mientras piensas en el ministerio sacerdotal, en la existencia configurada con Cristo, en el carácter relacional al servicio de los hombres por Cristo y con Cristo.

Un agradecimiento muy especial a todos los compañeros y hermanos sacerdotes solidarizados en esta tarea-misión y a todos los laicos capaces de dar cálidos abrazos en la distancia.

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