ACTUALIDAD DIOCESANA

13/12/2022

Paula Ciudad, una vida entregada a la misión

Natural de Tordillos, esta misionera comboniana ha tenido que abandonar de forma temporal su último destino tras sufrir un atentado islamista donde falleció una de las hermanas. Ella se libró al haberse desplazado a otra ciudad para realizar compras

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN

El 6 de septiembre se paralizó la vida y la misión en Chipene, en Mozambique, cuando un grupo de islamistas arrasaron con las casas y los sueños que durante años han ayudado a construir allí las misioneras combonianas. Lo peor fue la pérdida de una vida humana, la de la hermana italiana, Maria de Coppi, que dejó asoladas a sus compañeras de la congregación, entre ellas, la salmantina, Paula Ciudad.

Desde aquella fatídica fecha, tuvieron que abandonar sus tareas con jóvenes y familias, a la espera de que el conflicto deje de ser una amenaza para todos. Hace unos días, esta misionera de 78 años, natural de Tordillos, participó en un encuentro organizado por el Servicio diocesano de Misiones, con motivo de la festividad de su patrón, San Francisco Javier. Allí relató su vida en misión poniendo hincapié en lo sucedido el pasado 6 de septiembre en su destino de Mozambique.

“Yo había salido el día 5 a Nampula, a la casa provincial, porque vamos a veces a comprar algunas cosas, y a por piezas para el coche”, aclaró. Por ese motivo, Paula Ciudad no vio cómo mataban a su compañera de la congregación, la italiana, Maria de Coppi, a manos de los islamistas, que también quemaron las casas y todo lo que había construido la misión en Chipene, al norte de Mozambique.

Sufrimiento del pueblo de Chipene

“Nos empezaron a llegar mensajes en los que nos decían que los terroristas estaban quemando todo, y recibimos la noticia de que a una hermana la mataron”, recuerda. Ahora en España, mantiene contacto con la gente de Chipene, “cuyo pueblo está sufriendo mucho, todos salieron de allí y ahora están volviendo, pero por la noche no duerme”. Como apunta esta misionera salmantina, “allí ya no hay misioneros ni nadie, lo quemaron todo, terminaron con la misión y su centro de pastoral, donde no reuníamos, todo aquello es ceniza”.

 

 

De momento, Paula Ciudad y sus compañeras religiosas no pueden volver a esta zona de Mozambique según indicaciones de su obispo, “los terroristas tienen mira a la misión, ellos están matando, no solo mataron a la hermana, cortan cabezas, queman los pueblos…”. Ella habla de Mozambique, un país rico, “están encontrando gas cerca de donde nosotros estamos”, y además, es zona de piedras preciosas, “pero los pobres siguen pobres, y para conseguir agua tienen que caminar muchos kilómetros”.

Este año, las misiones combonianas cumplen 150 años de su fundación, y como menciona esta misionera, “el carisma de su fundador era África, Daniel Comboni era una persona que creyó mucho en los africanos, pensaba que era los africanos los que podían salvar África, que eran los autores de su historia”. Las vocaciones van surgiendo en aquel país, en su diócesis de Nampula tienen unas 14 o 15 chicas que quieren ser combonianas.

Sus primeros destinos en Ecuador y Brasil

Paula Ciudad se fue de Tordillos para iniciar su vida en misión como comboniana en 1965, y en 1968 hizo sus primeros votos. Tras formarse en Italia, se quedó unos meses en Madrid, y su primera misión fue en Ecuador, donde estuvo cuatro años. Después, volvió a España para trabajar en la animación misionera, hasta que se fue a Brasil, a la selva amazónica junto a otras dos hermanas. “Fuimos las primeras que llegamos, allí estaban como Dios nos trajo al mundo, con una vida muy sencilla”, relata.

Lo primero que detectaron fue un problema con las lenguas, “no tenía gramática”. El gobierno no quería misioneros en la zona, “pero vimos que era importante dar una educación, el portugués, era una selva protegida, no se podía entrar allí”. Paula Ciudad estuvo allí 14 años, y tras pasar unos años en España, en Zaragoza y Asturias, su siguiente destino fue Mozambique, donde llevababa 12 años.

Sobre su trabajo en África, la comunidad estaba formada por cuatro hermanas y dos padres diocesanos. “Llevábamos la pastoral, con las mujeres, los jóvenes, las familias y Justicia y Paz, con hogares para las chicas que viven en el bosque, para que puedan hacer educación primaria, aprender a leer y escribir”. Ella confiesa haber sido muy feliz en todos los lugares donde ha estado, “y animo a los jóvenes para que sigan este camino”. De ellos subraya la acogida, “lo comparten todo”.

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