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07/02/2025

Paseo por la obra de Vicente Molina Pacheco

En sus paseos de canónigo jubilado, el sacerdote Antonio Matilla nos lleva esta semana a la exposición Peregrinos de la Esperanza, del pintor y sacerdote soriano Vicente Molina Pacheco, que podemos disfrutar en el Palacio Episcopal. Desde su experiencia, relata lo que le han transmitido las obras, donde el arte y la fe se encuentran

 

Decir que uno está jubilado no deja de ser un eufemismo: “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” (Diccionario RAE). Si escuchamos en el corazón la Palabra de Dios, resulta que “si por la mañana nos sacias de misericordia, toda nuestra vida será alegría y júbilo” (Sal 90, 14). O a lo mejor tiene razón Ramón Lucas Lucas, catedrático de Antropología filosófica en la Universidad Gregoriana de Roma, con el título de su libro “El hombre, espíritu encarnado”.

De acuerdo, soy un espíritu encarnado y ahora voy a fijarme en lo de “encarnado”, que me hace sentir moderadamente feliz porque cuando llevo unos veinte minutos paseando a buen ritmo, noto la inyección de endorfinas en mis piernas, liberadas por fin de la cama y del sillón-ball. Ese bienestar es, a la vez, muy “espiritual” porque los sentimientos, los deseos, los recuerdos y las ideas fluyen con más facilidad. También el sentimiento religioso en la oración, que va a resultar que “se aprende también por los pies”.

El sacerdote y pintor soriano posa junto a la obra que ilustra el cartel de la exposición

En mi caso, hay formas de pasear que son claramente dañinas para mi salud, por más culturales o religiosas que sean. Me refiero al “paso de procesión” y al “paso de Museo del Prado”. No tengo remedio, antes de diez minutos empieza a quejarse mi quinta vértebra lumbar, como consecuencia de mi “memoria histórica”, subjetiva por definición. Sucede que, entre los 15 y 16 años, subí unas cuantas docenas de costales cada uno de ellos repleto con dos fanegas de trigo o de cebada –ligeramente menos pesada-, al sobrao de la casa de mis abuelos maternos. Y, entre los 12 y los cuarenta y tantos años, bajé montañas con un mochilón, a veces de veinte kilos a la espalda. Es mucho más dañino bajar que subir, por más que la lógica pueda sugerir lo contrario, amortiguando cada paso con los discos intervertebrales.

Digo todo lo anterior para curarme en salud intelectual, pues he tenido que hacer la visita a la exposición “Peregrinos de la Esperanza”, del pintor y presbítero soriano Vicente Molina Pacheco, en el poco rato que mi quinta lumbar me permite estar incómodamente de pie. La muestra puede disfrutarse en la Sala-Taller “Nuñez Solé”, en el antiguo Palacio Episcopal, integrado desde hace poco en la visita al complejo catedralicio. Algún asiento sería de agradecer.

En el arte contemporáneo, el espectador es, a la vez, actor, y su percepción de la obra artística puede ser complementaria de la del autor, o incluso diferente. Así como las palabras tienen una carga significativa que es herencia de muchos años de empleo por parte de los hablantes, algo similar ocurre con las obras de arte, que llevan la carga significativa que quiere darles el autor, pero pudiera ser que parte de esa carga fuera inconsciente para el autor y, sin embargo, suscitara en el espectador sentimientos, ideas o sensaciones no previstas. O bien, el artista pudiera provocar que el espectador se sienta libre de proyectar sobre la obra de arte lo que lleve en su interior y en su memoria. O pudiera ser una forma de curarme en salud por si se me ocurren cosas raras al contemplar la obra de Vicente Molina. Sea como fuere, me lanzo a poner negro sobre blanco lo que me sugieren algunas de sus obras.

La exposición, comisionada por D. Tomás Gil, director del Servicio diocesano de Patrimonio Artístico y Cultural – ¡Uf! ¡Qué largo!  – se titula Peregrinos de Esperanza y se acoge al itinerario de la bula del papa Francisco Spes non confundit, con la que convoca el Año Jubilar. Tiene cinco capítulos, pero no voy a ceñirme a ellos, sino que expondré las reacciones que en mí han suscitado algunas de las obras, no todas:

    • Comunidad (año 2020) Formada por siete miembros, cada cara se adivina diferente, todas abiertas hacia el espectador, como invitándonos a entrar en ella.
    • Conversión (2017) La figura, humillada en tierra, se blanquea casi totalmente; su mano izquierda rasga lo suficiente el telón negro de la desesperanza y, por ese pequeño roto, fluye la LUZ blanquísima de La Palabra, que transforma al personaje.
    • Esperanza (2003) ¿Inspirado en El Ángelus de Millet (1865)? La lejana LUZ ilumina plenamente lo inmediato. La esperanza consiste en vivir la Luz de cada día, sin perder la referencia lejana del Reino de Dios. O, de otra manera, al Reino de Dios se puede acceder desde la experiencia de lo cotidiano.
    • Pentecostés (2023) El Espíritu desciende y va empapando a los hombres hasta fusionarse con nuestro cuerpo y terminando por empapar y blanquear totalmente nuestro suelo, nuestra materia.
    • Crucifixión (2013) El Cuerpo de Cristo (La Palabra, que se hizo carne) blanquea sobre el fondo de azul de la Humanidad y derrama a chorros el Espíritu de Dios para que pueda transformarnos en espíritus encarnado
    • Místico (1995) Las gotas de oro, o sea, la presencia de Dios, destinada a habitar el espíritu humano, después de dar mil vueltas alrededor del místico, circunvalan su vida hasta que caen en sus manos y, como el que ha encontrado el tesoro y la perla, ya no las deja escapar.
    • Seguidores (2009) cartón ondulado. Dos discípulos se ponen detrás de Jesús; uno de ellos fija su mirada en Jesús, el otro, aunque por un momento se distrae, no cesa tampoco en el seguimiento.
    • La prueba (2009) En este caso es Jesús el que está detrás, apoyando y acariciando al discípulo… pero sin quitarle el peso.ç
    • Enfermedad (2002) Las manos en actitud de implorar son testigos de la vulnerabilidad del enfermo; aunque esté totalmente rodeado por la Luz y por la Gracia, éstas –Luz y Gracia- apenas logran meterse en un hilo por la negrura subjetiva del diagnóstico. No obstante, la cara y las manos del enfermo son blancas porque la gracia y la misericordia habitan en el interior de cada enfermo y son el fundamento, de momento inconsciente, de su total dignidad, de su filiación adoptiva por parte de Dios Padre,
    • Sagrada Familia (2012) La Luz brota del Niño hacia María y José, que se dejan iluminar. María, recogida, guarda “estas cosas”, meditándolas en su corazón; José, en tándem perfecto con ella, ejerce su función, protege.
    • Virgen orante (1994) María, recogida en oración, recibe a raudales la Luz de la Gracia, que la transforma de dentro afuera.
    • Niño enfermo (2017) Le invade la incertidumbre, aunque todavía no es capaz de comprender. No obstante, de modo inconsciente, se aferra a la mascarilla, que es blanca, sujetándola con ambas manos para que no se le escape la dignidad absoluta que atesora, la de ser hijo de Dios, de modo que se aferra a la vida y se mantiene luchador contra la muerte.
    • Comunidad (2015) El amarillo de la presencia de Dios y el blanco de su Palabra, que nos hace ser conscientes de esa presencia, están triunfando sobre el azul de la Humanidad, salvándola, divinizándola, sin dejar de ser plenamente azul, plenamente humana. El abandono del Padre (2014) Chorretones negros parecen estar a punto de destruir la subjetividad de Jesús, recordándonos los nubarrones y la tormenta que estalló en la hora de la muerte de Jesús.
    • Tránsito (¿fecha?) La materia muerta se transforma ordenadamente en vida (¿inspirado en el “Jesús resucitando” de Venancio Blanco?)

Sugiero al lector o lectora que visite la exposición y ordene a su modo el aparente caos de sugerencias que nos hace Vicente Molina.

Por mi parte, después de haber visitado la exposición y tomado mis notas subjetivas, me entero que tanto el autor como yo mismo somos deudores, muy deudores, de los colaboradores –en ambos casos colaboradoras- de Dios que hay en el Servicio de Hematología de nuestro Hospital Universitario. Gracias sean dadas a Dios por ellas. Y a ellas.

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