07/02/2025
Decir que uno está jubilado no deja de ser un eufemismo: “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” (Diccionario RAE). Si escuchamos en el corazón la Palabra de Dios, resulta que “si por la mañana nos sacias de misericordia, toda nuestra vida será alegría y júbilo” (Sal 90, 14). O a lo mejor tiene razón Ramón Lucas Lucas, catedrático de Antropología filosófica en la Universidad Gregoriana de Roma, con el título de su libro “El hombre, espíritu encarnado”.
De acuerdo, soy un espíritu encarnado y ahora voy a fijarme en lo de “encarnado”, que me hace sentir moderadamente feliz porque cuando llevo unos veinte minutos paseando a buen ritmo, noto la inyección de endorfinas en mis piernas, liberadas por fin de la cama y del sillón-ball. Ese bienestar es, a la vez, muy “espiritual” porque los sentimientos, los deseos, los recuerdos y las ideas fluyen con más facilidad. También el sentimiento religioso en la oración, que va a resultar que “se aprende también por los pies”.
En mi caso, hay formas de pasear que son claramente dañinas para mi salud, por más culturales o religiosas que sean. Me refiero al “paso de procesión” y al “paso de Museo del Prado”. No tengo remedio, antes de diez minutos empieza a quejarse mi quinta vértebra lumbar, como consecuencia de mi “memoria histórica”, subjetiva por definición. Sucede que, entre los 15 y 16 años, subí unas cuantas docenas de costales cada uno de ellos repleto con dos fanegas de trigo o de cebada –ligeramente menos pesada-, al sobrao de la casa de mis abuelos maternos. Y, entre los 12 y los cuarenta y tantos años, bajé montañas con un mochilón, a veces de veinte kilos a la espalda. Es mucho más dañino bajar que subir, por más que la lógica pueda sugerir lo contrario, amortiguando cada paso con los discos intervertebrales.
Digo todo lo anterior para curarme en salud intelectual, pues he tenido que hacer la visita a la exposición “Peregrinos de la Esperanza”, del pintor y presbítero soriano Vicente Molina Pacheco, en el poco rato que mi quinta lumbar me permite estar incómodamente de pie. La muestra puede disfrutarse en la Sala-Taller “Nuñez Solé”, en el antiguo Palacio Episcopal, integrado desde hace poco en la visita al complejo catedralicio. Algún asiento sería de agradecer.
En el arte contemporáneo, el espectador es, a la vez, actor, y su percepción de la obra artística puede ser complementaria de la del autor, o incluso diferente. Así como las palabras tienen una carga significativa que es herencia de muchos años de empleo por parte de los hablantes, algo similar ocurre con las obras de arte, que llevan la carga significativa que quiere darles el autor, pero pudiera ser que parte de esa carga fuera inconsciente para el autor y, sin embargo, suscitara en el espectador sentimientos, ideas o sensaciones no previstas. O bien, el artista pudiera provocar que el espectador se sienta libre de proyectar sobre la obra de arte lo que lleve en su interior y en su memoria. O pudiera ser una forma de curarme en salud por si se me ocurren cosas raras al contemplar la obra de Vicente Molina. Sea como fuere, me lanzo a poner negro sobre blanco lo que me sugieren algunas de sus obras.
La exposición, comisionada por D. Tomás Gil, director del Servicio diocesano de Patrimonio Artístico y Cultural – ¡Uf! ¡Qué largo! – se titula Peregrinos de Esperanza y se acoge al itinerario de la bula del papa Francisco Spes non confundit, con la que convoca el Año Jubilar. Tiene cinco capítulos, pero no voy a ceñirme a ellos, sino que expondré las reacciones que en mí han suscitado algunas de las obras, no todas:
Sugiero al lector o lectora que visite la exposición y ordene a su modo el aparente caos de sugerencias que nos hace Vicente Molina.
Por mi parte, después de haber visitado la exposición y tomado mis notas subjetivas, me entero que tanto el autor como yo mismo somos deudores, muy deudores, de los colaboradores –en ambos casos colaboradoras- de Dios que hay en el Servicio de Hematología de nuestro Hospital Universitario. Gracias sean dadas a Dios por ellas. Y a ellas.