15/01/2021
Ante la próxima aprobación en el Senado de la ley orgánica de regulación de la eutanasia, iniciamos una serie de testimonios para abordar las inquietudes al respecto de la comunidad diocesana, desde el punto de vista de personas de diferentes ámbitos y edades. Comenzamos con el médico de Atención Primaria, Tomás González Blázquez, integrante del equipo de la Coordinadora diocesana de Cofradías y Hermandades.
En su caso, una vez entre en vigor la ley, se amparará como médico en el artículo 16 de dicha ley, “para ser registrado como profesional sanitario, como objetor de conciencia a realizar la llamada ayuda para morir”.
González Blázquez insiste en que el texto legal habla de la figura de médico responsable, y lo define como facultativo que tiene a su cargo coordinar toda la información y la asistencia sanitaria del paciente, con el carácter de interlocutor principal del mismo, en todo lo referente en su atención e información durante el proceso asistencial. “Nada dice de a quién hay que dirigir la solicitud de esta persona interesada en poner fin a su vida, por lo que podrá hacerlo ante cualquier médico”, subraya. E insiste en que, a los médicos, “se nos exige que anticipadamente, y por escrito, comuniquemos esta objeción de conciencia”.
A este médico salmantino lo que más le inquieta de esta ley de eutanasia es, “el potencial riesgo que entraña para las personas más vulnerables, porque ya están en una situación de inferioridad, son libres y autónomas, pero solo en apariencia, porque por razón de dependencia, de edad o de enfermedad, les ponen en una situación de inferioridad, y no hace falta que sobrevenga una presión externa, porque ya su misma inferioridad es una presión para ellas”.
En este sentido, también lamenta que ya se ha decidido política y mediáticamente, “lo que es vida digna y lo que no, y lo que es muerte digna y lo que no”. Y añade que muchos médicos, “casi todos”, “no sabemos diagnosticar la dignidad, para nosotros, todos los pacientes son dignos, en la vida y en la muerte”.
Asimismo, aclara que cuando sea publicada la ley en el BOE, y muchos de sus compañeros se inscriban como objetores de conciencia, “pasamos a engrosar un listado, y será un listado de los médicos que permanecemos fieles a esa cosa tan desconocida y fundamental como es el código de deontología médica“, relata. Tomás González señala el preámbulo del código, donde se describe su sentido: “Sirve para confirmar el compromiso de la profesión médica con la sociedad, a la que presta su servicio”, determina. Y asegura que no es un conjunto de prescripciones “caprichosas”, sino de normas que comparten los médicos, “y que es la guía ética de una profesión que a lo largo de los siglos ha demostrado su compromiso con las personas“.
Para este joven médico, no se trata de que estos profesionales sanitarios sean católicos , “aquí no se trata de fe y de conciencia, se trata de fidelidad a unas normas que creíamos respetadas por los poderes políticos, pero se ha revelado que no”. E insiste en que en el artículo 36 del código deontológico se especifica que el médico, “nunca provocará intencionadamente la muerte de ningún paciente, ni siquiera en caso de petición expresa por parte de éste“.
Tomás González asegura que cuando se apruebe la ley, “se habrá convertido la provocación de la muerte del paciente en un acto médico, y se habrá roto un escudo social, que es la medicina y el resto de profesiones sanitarias para muchas personas vulnerable”, porque este médico reitera que con esta ley, el que a veces cura, el que alivia, el que debe reconfortar, “siempre podrá matar, y eso no es compasión, eso no es un acto médico”.
Por otro lado, lamenta que mientras la nueva ley prevé que se articule una formación continuada sobre la realización de la eutanasia, “los médicos seguimos haciendo lo que podemos, no tenemos tiempo en nuestra jornada laboral para formarnos y actualizarnos en cuidados paliativos“. En este sentido, González denuncia que, desde hace años, “no hay sitios para cubrir las consultas necesarias, ni una perspectiva de mejora que permita que dediquemos más tiempo a esos pacientes más vulnerables, que muchos de ellos no tienen el apoyo familiar y social adecuado”.
Por último, admite que en este contexto de deterioro de la sanidad, “de olvido de los dependientes, de abandono en algunos casos de los ancianos, a nuestros legisladores parece que esta ley individualista y economista, frontalmente contraria a la deontología médica, les parece un avance, un progreso”.
Sin embargo, apunta Tomás González, “muchos médicos, católicos o no, seguimos yendo a visitar a nuestros pacientes siempre al servicio de su vida y de su salud, y transitaremos por carreteras heladas para llegar a pueblos, donde nadie quiere ir, y les escucharemos lo mejor que sepamos, no nos obstinaremos en tratamientos innecesarios, intentaremos calmar científicamente, emocionalmente, e incluso, espiritualmente su agonía cuando llegue, y seguiremos luchando para que esta nueva ley, que nos remonta a viejos tiempos y oscuros, un día sea revocada“.