ACTUALIDAD DIOCESANA

22/12/2019

Palabra del Obispo: La Luz de Belén

1. La iluminación artística de las ciudades se ha convertido en el signo socialmente más visible de las fiestas de Navidad. Pero esta iluminación carece actualmente de referencia al nacimiento de Jesucristo Luz, celebrado desde el siglo IV en Roma en el día de la antigua fiesta pagana del sol naciente. Incluso no faltan los intentos de sustituir la Navidad por la antigua fiesta del solsticio de invierno.

2. La reciente carta del Papa Francisco sobre los signos del Belén se ha referido a la representación del nacimiento de Jesús en la oscuridad de la noche. Y la ha interpretado como la oscuridad que tantas veces envuelve la existencia humana y las preguntas más fundamentales de la identidad, origen, sentido, camino y meta. Para iluminar estas tinieblas Dios se ha hecho hombre.

3. La liturgia de la Palabra en la noche de Natividad del Señor comienza con esta proclamación: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande. Porque un niño nos ha nacido”. Son las palabras de la profecía de Isaías sobre el nacimiento del “Príncipe de la Paz” (9,1.5), el “Emmanuel” (Is 7, 14) que conducirá a la casa de Jacob a caminar “a la luz del Señor” (Is 2, 3.5), porque es el “Dios con nosotros” (Mt 1,23). En la noche de Belén, María y José las contemplan realizadas en su Niño recién nacido (cf. Lc 2, 16-19), al conocer el anuncio de un ángel a los pastores: ”Os ha nacido un Salvador… acostado en un pesebre” (Lc 2, 11-12). Y poco después, el anciano Simeón reconoció a su Niño Jesús como “luz para alumbrar a las naciones” (Lc 2, 30-32).

“La iluminación artística de las ciudades carece de referencia al nacimiento de Jesús

 

4. El Evangelio de Juan contempla al Niño nacido en Belén como el Verbo, que “era Dios”, “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 1.14). Y explica: “En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió” (Jn 1, 4-5). “Los hombres prefirieron las tinieblas a la luz porque sus obras eran malas” (Jn 3, 16-19).
La vida de Dios es la luz. Por ello, recibir la luz y creer en el nombre del Verbo, la luz verdadera, es recibir la vida de Dios, es nacer de Dios y recibir el poder de ser hijos de Dios (cf. Jn 1,9.12.13). Y concluye diciendo: “La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo” (Jn 1,17). Él es el “Dios unigénito, que está en el seno del Padre”, y “ha dado a conocer” (Jn 1,18) a Dios, a quien nadie ha visto jamás (Jn 1, 18). Porque Jesús está en el Padre y el Padre en él, porque no habló nada por cuenta propia, y porque el mismo Padre hace sus obras, pudo decir Jesús: “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14,9-11). Es decir, Jesús da a conocer a Dios en su propia vida, en su perfecta identidad de amor y de actuación con el Padre que le ha enviado.

La vida del Dios invisible se hace luz para los hombres cuando Jesús pone de manifiesto con su palabra y sus obras que “Dios es amor”. Y porque el Hijo es amor como el Padre, dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12).

En la gruta de Belén comienza a realizarse la manifestación visible del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo como comunión de amor y luz que ilumina el misterio de la vida de los hombres. El apóstol Juan resume la revelación de Jesús diciendo: “Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él… Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros” (1 Jn 4, 8-11).

Así pues, estamos llamados a seguir las huellas de Jesús para tener la luz de la vida, permanecer en su amor, dar fruto en él y ser luz de amor, de alegría y de libertad en medio del mundo (cf. Jn 15,5-11; Jn 8,31-36; Mt 5,14). “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna… Si caminamos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1, 5-7).”Pero quien aborrece a su hermano está en las tinieblas, camina en las tinieblas, no sabe adónde va, porque las tinieblas han cegado sus ojos” (1 Jn 2, 9-11). La luz de Belén es Jesucristo, que nos da a conocer a Dios y al hombre que lleva su imagen.

5. Son luz de Belén la pobreza extrema de la gruta y las demás condiciones de soledad y abandono, que Dios ha elegido para el nacimiento de su Hijo. En Belén comienza a vivir Jesús el ideal de pobreza, humildad, mansedumbre, sufrimiento y confianza en el Padre, que propondrá a sus discípulos como camino de bienaventuranza en el Reino. Allí comenzó a manifestar cuál es la verdadera forma de ser y actuar que debe asumir cada hombre en orden a su plenitud. Asimismo, la forma del nacimiento del Hijo de Dios en Belén es luz que ilumina la oscuridad que envuelve el ser y la vida de cada persona con afanes de riqueza, soberbia, reconocimiento, poder y dominio. De estas formas diversas comienza a hacerse real en Belén la total y revolucionaria alternativa del amor de Dios y de su predilección por la pobreza.

6. María y José son luz de Belén para las familias.
María contempla con fe y amor a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su vida ha quedado envuelta en el gran misterio de Dios que ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado para pedirle que fuera la madre del Hijo de Dios. Ella respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38), son testimonio de abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre virgen del Hijo de Dios. Ella es la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que hagan lo que él les diga (cf. Jn 2,5).

«Gracias a María y José, el pesebre de Belén se llenó de la vida de Dios»

 

José es el hombre justo elegido por Dios como protector del Niño Jesús y de su madre. Y cumple su misión con ternura y solícita y abnegada fidelidad. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica.

Gracias a ambos el pesebre de Belén se llenó de la vida de Dios, que es luz para los hombres y las familias de todos los tiempos. En debilidad y fragilidad de Niño se hace presente “Dios con nosotros”, que todo lo ilumina y llena de vida. Parecía imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido Niño y en esta condición humilde ha querido revelar la grandeza de su amor. Mirando al Niño Jesús descubren María y José la presencia de Dios en sus vidas.

¡Feliz Navidad en la luz de Belén!

 

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