11/02/2025
Las personas de cierta edad, con toda seguridad, recordarán la imaginación que despertaban en nosotros los mapas que había colgados en las paredes de las escuelas unitarias de niños y niñas. El mapamundi, político y físico; el mapa de Europa, también político y físico; y, como no, el mapa de España, con sus provincias, capitales, pueblos, ríos, golfos, cabos…, que aprendíamos de memoria.
¡Qué impresión leer Siberia, Amazonía, Australia…, Congo, Dahomey, Tierra de Fuego, Antártida! Y los lugares más cercanos: Machichaco, Teide, Pico de Mulhacén, Barcelona, Júcar… Estos nombres y lugares, iban configurando nuestra relación con el espacio, la geografía. Y, sobre todo, creaban, desde niños, un acervo cultural, espiritual, que nos iba configurando con símbolos, mitos, ciudades, historia y política, geografía humana y paisajística. Difíciles de olvidar, pues en todos nosotros crearon un imaginario lleno de deseos, realidades y sueños por conocer aquellos lugares.
Un mapa siempre es una representación de los espacios en los que se narra una historia. Así sucede con los pueblos y las iglesias, que van dibujando y modificando sus mapas de diferentes modos. Desde aquel lejano año 1102 del obispo Jerome, en el que nuestra diócesis adopta su primer estatuto eclesial, han sido muchos mapas dibujados a través del tiempo: los mapas de la diócesis de la Reconquista y siglos posteriores; el del siglo XVI, con su riqueza y esplendor; el del siglo XIX-XX del padre Cámara, hasta los actuales que las sucesivas guías diocesanas han ido publicando.
Todos nos hemos ido creando en nuestro interior un mapa pastoral territorial, con sus parroquias, arciprestazgos, santuarios… Y todo ello ha estado en modificación, casi siempre propiciado por los cambios demográficos, sociales y culturales y pastorales. En la actualidad, tenemos un mapa territorial formado por siete arciprestazgos: tres en la ciudad y cuatro en el medio rural, las unidades de pastoral, y 375 parroquias rurales y 30 urbanas.
También este mapa diocesano, cambiante y adaptado en cada época, ha ido creando en nosotros, en nuestro corazón, un mapa espiritual hondo, de geografía humana, de entornos y paisajes entrañables para nuestra alma. Un mapa con unos templos llenos de belleza, caminos de experiencias, ermitas humildes, barrios antiguos y nuevos, romerías, fiestas, santuarios llenos de simbolismo de fe, caminos, paisajes, carreteras, valles, calles procesionales, casas de espiritualidad irradiantes de luz, monasterios, lugares muy humildes de oración y sabiduría, casas… Mapas que se traducen en edificios que han sido semillero, lugares de oración ante imágenes grabadas en nuestro interior, universidades del saber, hogueras de oración, campamentos, lugares de iniciación, escuelas de la justicia, hogares de fraternidad y de acogida para los más pobres y olvidados…
Y siempre, siempre, asociado todo a rostros de personas, hombres y mujeres, que están grabados en el mapa de la vida, quienes nos han guiado y guiarán el mapa espiritual que dibujaron en nuestro corazón. No está mal preguntarnos: ¿qué mapa de la diócesis está más grabado en nuestro corazón, el territorial o el espiritual? Son una unidad. Pero no olvidemos qué es lo que más bien nos ha hecho y qué más fuego ha encendido en nosotros.
El papa Francisco nos dice que la sociedad actual está cambiando de mapas. Lo señala refiriéndose a las ciudades, y que nosotros hacemos extensivo a la cultura del momento. Escuchemos: “En las grandes ciudades necesitamos otros “mapas”, otros paradigmas que nos ayuden a reposicionar nuestros modos de pensar y nuestras actitudes. Hermanos y hermanas: No estamos más en la cristiandad. Hoy no somos los únicos que producen cultura, ni los primeros, ni los más escuchados. Por tanto, necesitamos un cambio de mentalidad pastoral,… No estamos ya en un régimen de cristianismo porque la fe —especialmente en Europa, pero incluso en gran parte de Occidente— ya no constituye un presupuesto obvio de la vida común; de hecho, frecuentemente es incluso negada, burlada, marginada y ridiculizada” (Discurso a la Curia, 21 de diciembre 2019)[1].
Y en Evangelii Gaudium nos lo explicita un poco más. “Nuevas culturas continúan gestándose en estas enormes geografías humanas…”. Esto puede verse, añade, en las ciudades, donde “grupos de personas comparten las mismas formas de soñar la vida y similares imaginarios se constituyen en nuevos sectores humanos, en territorios culturales, en ciudades invisibles”. Y pongamos atención a lo que señala: “Es necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de las ciudades” (Cf. EvGa 71-75). Podemos añadir: y en el alma de la cultura actual.
Casi todas las diócesis estamos embarcadas en una reorganización territorial pastoral con las Unidades de Pastoral. ¿Basta con ello? A la reorganización de un mapa territorial corresponde una pastoral; a un mapa espiritual, otra pastoral. ¿Cuál es más conveniente: la pastoral del mapa territorial o la de un mapa espiritual con nuevos caminos pastorales? ¿No responderíamos mejor al diagnóstico de Francisco con la oferta de un mapa espiritual? ¿Cómo llegar allí “donde se gestan los nuevos relatos y los nuevos paradigmas” de las ciudades? Y también de las comarcas rurales, en sus cabeceras de población y sus aldeas despobladas. Las disyuntivas no son buenas; seguro que, por un tiempo, tendrán que convivir ambos mapas, el territorial y el espiritual. Ambos, de momento.
Tomás Durán Sánchez, párroco “in solidum” de Doñinos de Salamanca.
[1] Animamos a leerlo completo