ACTUALIDAD DIOCESANA

21/12/2018

Mensaje de Navidad del Obispo de Salamanca

Hoy os ha nacido un Salvador, acostado en un pesebre (Lc 2,11-12)

En la liturgia de las fiestas de Navidad se reiteran las referencias a la celebración del Nacimiento de Cristo en nuestro “hoy”: “Hoy nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor”; “has iluminado esta noche santa con el nacimiento de Cristo, la luz verdadera”; “hoy una gran luz ha bajado a la tierra”; “hoy resplandece ante el mundo el maravilloso intercambio que nos salva”; “hoy la estrella condujo a los magos”. Son diversas expresiones del “hoy” de la plenitud del tiempo, en el que Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, para que recibiéramos la gracia de ser hijos por adopción.

La gracia de la Navidad es Jesucristo, el Verbo eterno de Dios, que era Dios y se ha hecho carne en la plenitud de la perfección humana; y lo es también el “poder ser hijos de Dios”, nuestro “nacer de Dios” como hijos suyos por la unión con Jesús. Dicho de otra manera, la gracia de la Navidad es compartir la divinidad con Jesús, que ha querido compartir nuestra humanidad. La Navidad es hacer actual el misterio de la humanización de Dios y de la divinización del hombre. Navidad significa ¡Dios con nosotros! de forma plena, definitiva e irrevocable. Y todo ello por amor; porque el Dios que es Amor no pudo por más tiempo ocultar su secreto y se hizo Hombre-Amor. Así nos manifestó cuál es la verdadera definición que debemos dar sobre el “ser” y el “actuar” de cada hombre, en cuanto es imagen de Cristo, el primogénito de toda criatura.

¡Qué hermoso misterio es la Navidad! A partir de Belén, la condición humana no es ya una aventura sin sentido ni el riesgo de una libertad a ciegas, porque en cada hombre puede hacerse realidad su más radical y antiguo deseo: ¡Seréis como dioses! Sí, la Navidad nos ofrece el camino adecuado para ser verdaderamente hijos de Dios y libres para pasar por la vida haciendo el bien. Y este camino verdadero tiene nombre propio: Jesús, nacido de María y del Espíritu Santo.

En la contemplación de este misterio pasamos los creyentes los días de Navidad. Y lo vivimos con amor y gratitud, con ternura y humildad, con alegría y paz; lo acogemos incluso con lágrimas de alegría en nuestros ojos: “Pues si hacemos alegría cuando nace uno de nos, ¿qué haremos si nace Dios?”

Podemos acercarnos al misterio de la Navidad a través de la contemplación de las escenas y figuras de cualquiera de nuestros nacimientos populares. En ellos se muestra de una forma imaginativa y plástica, a los sencillos y a los más instruidos, cómo nuestra vida cotidiana y nuestra historia queda asumida e iluminada por el Verbo de Dios hecho carne humana, que ha venido a habitar entre nosotros. Sin la presencia de las figuras centrales del Misterio -María, José y Jesús-, el retazo de historia humana representado en el Belén quedaría secularizado como un mero paisaje de invierno, y ya no tendría referencia alguna a la comunión definitiva e irrevocable de Dios con el hombre. Hacer presente y visible esta comunión en la sociedad es nuestra misión.

Igualmente nos pueden introducir en el misterio de la Navidad los villancicos de nuestros más grandes poetas, también los de nuestro tiempo. De forma bella y entrañable pueden hacernos sentir las razones para vivir, que trae el nacimiento de Jesús. Así lo cantan Antonio y Carlos Murciano:

Porque un niño pobre / nació entre unas pajas, / dicen que es la de hoy / la noche más santa, / la de más estrellas, / la de más campanas, / la noche más llena / de música de alas.
Para nadie sea / nunca noche amarga, / nunca noche negra, / nunca noche mala. / Para todos, siempre, / noche de esperanza, / noche de alegría / dulce y buena y blanca.
Esta noche nadie / sin hijo y sin casa, / sin vino y sin lumbre, / sin zurrón ni manta. / Esta noche, todos, / su amor y su hogaza, / su copla en los labios, / su paz en el alma.
Porque es Dios quien, Niño, / nació entre esas pajas, / yo os juro que es hoy / la noche más santa, / la noche más niña, / la noche más casta, / la noche más bella, / la noche más alba.

Para ayudarnos a insertar en nuestra propia vida personal y en nuestra historia familiar y social la luz y el amor de la Navidad, los Papas vienen desde hace años ofreciéndonos luminosos Mensajes para la Jornada Mundial de la Paz, con la que se comienza cada año nuevo, el día 1 de enero. Son una catequesis anual sobre la fuerza transformadora del mensaje social de la fe en el Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. El Mensaje para el 1 de enero de 2019 no ha sido hecho público todavía. En su momento haremos referencia a su contenido.

Todos los caminos indicados para la contemplación del misterio de la Navidad pueden considerarse incluidos en el canto de alabanza de los ángeles sobre la cuna de Belén: “Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2, 14). Es el canto a la llegada del Reino de Dios, que se ha hecho presente en la pobreza del niño acostado en un pesebre. Sí, el Niño Jesús es la gloria de Dios en la forma definitiva de su presencia en nuestra historia. Por eso, el Niño Jesús es también la perfecta forma humana de la paz: “Él es nuestra paz” (Ef 2,14).

El portal de Belén es, pues, el lugar del primer anuncio y de la primera escuela de las bienaventuranzas del Reino de los cielos. La pobreza y la persecución tuvieron en el recién nacido en Belén una realización explícita y concreta. Las demás están presentes todavía sin palabras; son anunciadas con los hechos, con la forma desconcertante y provocadora de la actuación de Dios.

En la cuna de Belén empieza a hacerse real la absoluta y revolucionaria alternativa del amor de Dios, que se nos propone a todos el género humano como el camino de la felicidad que alcanza su plenitud en el Reino de los cielos. El Niño divino acostado en un pesebre es el primer reflejo de los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia. En la comunión con él heredarán la tierra, serán consolados, alcanzarán misericordia, serán saciados, llegarán al reino de Dios, serán llamados sus hijos y verán su rostro por siempre. Por tanto, la contemplación y celebración del misterio de la Navidad tiene que comenzar a concretarse en el ejercicio de las bienaventuranzas. Estas son el camino para convertir en experiencia real la gozosa confesión del Salvador que nos ha nacido.

Feliz y Santa Navidad.

+ Carlos, Obispo de Salamanca.

 

Salamanca, 17 de diciembre de 2018.

 

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