08/03/2018
Si tuviera que incluir aquí el nombre tantas mujeres que día a día cargan sobre sus espaldas múltiples servicios en favor de los demás, sería imposible señalarlos en este breve escrito. Son numerosas las que se entregan generosamente a los variados campos de la sociedad salmantina tanto en nuestros pueblos como también en la ciudad: en la enseñanza, en la promoción cultural, en la caridad y en otras muchas atenciones que reclaman las necesidades del ser humano. Si nos asomamos a la Iglesia, son incontables las tareas que llevan a cabo silenciosa y gratuitamente un admirable plantel de mujeres con una fidelidad ejemplar: liturgia, catequesis, oración, caridad, acompañamiento a niños, enfermos y ancianos en hospitales, residencias y en otras muchas instituciones. Vaya para todas ellas un sincero agradecimiento y una merecida felicitación.
Pero quiero sencillamente referirme a 6 de ellas que se han entregado por entero al servicio de la Iglesia acompañando muy de cerca a muchos sacerdotes y también a laicos de una manera ejemplar. Son ellas las llamadas ‘Hermanas Angélicas’: Andrea y Agustina ya fallecidas; María y Carmen en la Residencia de San Rafael, Rosa en la Casa Hogar de la calle Los Licenciados y Angelines en su pueblo natal. Dieron los primeros pasos de mano de un padre Jesuita: El P. Luis María Nieto sj quien había misionado en China y expulsado de aquel país, fue destinado a Salamanca allá por la década de los 40-50 y no se cruzó de brazos lamentando su situación, sino que dedicó su ministerio a otra misión: atender en el confesionario y en la dirección espiritual a las personas que acudían a celebrar la Eucaristía a primeras horas de la mañana en la iglesia de la Clerecía, antes de incorporarse a su trabajo. En su mayoría eran las chicas del servicio doméstico, y en menor número, algunos jóvenes universitarios, que por cierto, alguno de ellos emprendería más tarde el camino del sacerdocio.
La labor del P. Nieto no se quedaba reducida al confesionario y a la dirección espiritual a cuyo ministerio ejemplarmente dedicaba largas horas, sino que además las ayudaba en la promoción social y cultural para que su servicio fuera de calidad humana y espiritual. Con algunas de ellas más comprometidas, se atrevió a poner los cimientos de un “instituto religioso” o “pía unión”, que inspirándose en el anuncio de los ángeles a los pastores la noche de Navidad, fueran sembrando este mensaje de alegría evangélica en los ambientes donde trabajaban: “Os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías , el Señor. Gloria Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor” (Lc 2,10-14). Un grupo de ellas se decidió a asistir a los encuentros de formación y lentamente fueron asimilando estas consignas que día a día les eran impartidas y, como María, las guardaban en su corazón. Así, compaginando formación bíblica, oración y trabajo, comenzaron a dar los primeros pasos. Unas en los hogares como empleadas de servicio con familias que las reclamaban, incluso en la Residencia del Obispo Mauro; otras en instituciones religiosas: Maristas en Salamanca, Religiosos del Verbo Divino en Coreses (Zamora); otras llevando durante un tiempo, una residencia de sacerdotes y otra de chicas rurales acompañándolas en un proceso de formación cristiana-vocacional,etc. Admirable su entrega y sus compromisos cada vez más de calidad evangélica.
Al morir el P. Nieto, el 14 de Mayo de 1962, quedaron huérfanas de la impagable ayuda de este misionero jesuita, pero confiadas en la Providencia de Dios, siguieron fieles a las sabias enseñanzas recibidas y dóciles al reglamento que tenían en vigor. Siguieron viviendo juntas en una casa que habían adquirido en la calle Los Licenciados viviendo en comunidad y con oración común y fieles a los retiros que les dirigían algunos sacerdotes conocidos por ellas y asistiendo a los Ejercicios espirituales cada año. Con estas y otras ayudas, permanecieron dóciles al espíritu y a las constituciones que habían recibido de su fundador. Así fueron pasando los años sembradas silenciosamente en los surcos de la sociedad y en Iglesia salmantina. Siendo solamente conocidas y valoradas por los que directamente recibían sus abnegados servicios.
Al llegar el tiempo de su jubilación, no se recluyeron en la casa de la calle Licenciados donde podían, con todo derecho, descansar de sus trabajos sino que, guiadas por el Espíritu, sintieron la llamada a ponerse en camino hacia las periferias diocesanas- ¿habían oído al Papa Francisco? Y una de ellas, Andrea, se marchó al Cubo de Don Sancho para compartir el trabajo doméstico y la tarea pastoral con el Párroco D. Marcelino Legido, y otras: Rosa permaneció en Salamanca concluyendo el compromiso con una familia de ancianos, padres de dos sacerdotes salesianos y más tarde haciéndose cargo de las hermanas enfermas. Agustina se quedó cuidando la Casa-hogar de la calle Licenciados y las otras restantes: Carmen, María y Angelines a Villanueva del Conde y pueblos cercanos: Sequeros, San Miguel del Robledo, San Martín del Castañar, Las Casas del Conde, Cilleros y la Bastida, como cooperadoras de la pastoral que se llevaban a cabo en estas parroquias especialmente y colaborando también en labores evangelizadoras del Arciprestazgo de la Sierra.
Haciendo honor a su nombre de Hermanas Angélicas llevaron el mensaje navideño de los ángeles, a los niños, a los ancianos, a los jóvenes trabajando codo a codo, con los laicos, con las religiosas (Hijas de la Caridad) y con los sacerdotes de entonces y con los que nos sucedieron, a quienes además del trabajo apostólico, nos ofrecían gratuitamente la acogida en su hogar para compartir fraternalmente mesa, mantel y ricos y sabrosos alimentos los días festivos especialmente.
Para coronar sus tareas ofrecieron generosamente su cooperación económica a fondo perdido para la restauración de la casa parroquial de Villanueva del Conde. ¡Cuánta generosidad y gratuidad en favor de la viña de la Iglesia de Salamanca! ¿Cómo agradecerles esta dedicación más allá de bellas palabras? Sólo Dios será su verdadero pagador, pero que conste por nuestra parte en este Día de la Mujer Trabajadora, la pública gratitud a estas mujeres por su entrega y generosidad y dejar constancia de la deuda, que quizás, esté reclamando un gesto diocesano de agradecimiento. Muchas gracias de todo corazón.