21/12/2017
Fructuoso Mangas. Consiliario de Manos Unidas Salamanca | La vida es camino y desde muy antiguo se ha visto así en muchos viajes y propuestas. Y la Navidad es un cruce de caminos en el que al menos se entrecruzan estos tres: el viaje de Nazaret a Belén, un viaje de anticipo y profecía; el de Oriente a Belén, un viaje programático y propositivo, y el viaje de Belén a Egipto, un viaje de huida y de provocación. Los tres viajes requieren no pocas precisiones históricas y de interpretación, pero aquí sólo me interesan su significado profundo y su sentido simbólico, porque entre estos tres caminos va y viene la vida entera. Y bien trenzados son la Navidad cristiana.
Son órdenes y vienen de Roma, por lo tanto a callar, aguantarse y cumplir. Eso les pasó antes y después a millones de personas como ellos de caravana en caravana empujados al camino por las órdenes de cualquier gobierno, de CIS en CIS por la guerra desatada o por el hambre que empuja fuera como sea, de costa en costa esperando la bendita patera hacia la tierra prometida…
Unidos a alguna caravana con mujeres y niños hacen María y José un duro camino de nueve o diez días al menos; más corto por Samaría o por el valle del Jordán y más agradable y llevadero por la llanura de la costa. Días lentos y de pocas palabras en los que tanto María como José tendrían tiempo de repasar y orar la situación que planteaba aquel niño que llegaba, con tantos puntos concretos sin aclarar. Era de noche. Lo de menos eran las penalidades del camino y el cansancio, que andando o a lomos de una burra, iban acumulando tras los quince o veinte kilómetros que andan cada día. Pesaban más la zozobra de José sin saber a qué atenerse, la serena y trabajada esperanza de María ante lo que podía venir, las preguntas de los dos sin respuesta para ninguno…. Efectivamente era de noche. Y el camino se hace cuesta arriba hasta las alturas de Belén con quinientos metros más de altitud sobre el nivel del mar.
La oscuridad del viaje quizás pueda compararse con aquella subida que más de treinta años más tarde haría una vez más Jesús hacia Jerusalén, con el paso decidido y el grupo de discípulos a distancia y detrás. Y sin duda tanto ellos, que remoloneaban detrás, como el Maestro, a prisa por delante, iban subiendo con la noche dentro y cargados de incertidumbre. Era el mismo camino, de subida hacia lo inevitable e incierto del futuro. También era de noche.
Tanto en un viaje como en el otro los caminantes van ligeros de equipaje, con las cuentas pendientes y confusas, con la cruz a cuestas, en pura y simple noche oscura, con ansias y expectación sin duda pero a la vez con temor e incertidumbre. Y así, más bien que mal, seguimos por estos caminos de hoy que nos siguen llevando desde Nazaret a los altos de Belén. Peregrinos somos y en camino estamos cada día y donde toque levantamos la tienda y compartimos el pan y la cena. Aquí, en Salamanca, donde escribo, hemos levantado la tienda y nos repartimos el pan y el vino con los que se anda el camino. Y en eso andamos, más bien que mal.
Muchos siglos antes de que la famosa canción invitase a “go to west”, ya hubo gente en el oriente que miraba hacia el oeste buscando luz y estrella, con una impertérrita expectación de muchos años… Aquellos caminantes habían mirado hacia el Oeste pendientes de una señal, más tarde nuestras primeras iglesias miraban y miran hacia Oriente (en la zona urbana de Salamanca son siete: Catedral Vieja, San Marcos, Santo Tomás, San Cristóbal, Santiago, San Martín y la antigua de San Julián) buscando la luz del Sol que nace y del que nos viene la salvación. Las dos miradas -expectación, búsqueda y encuentro- convergen en aquel niño en una modesta vivienda de Belén donde lo reconocen los magos de oriente.
Han quedado como prototipo y sacramento, por eso detrás de ellos vamos todos. Y efectivamente hay expectación y por lo tanto vigilancia mientras la espera hasta que se inicie la marcha se hace a veces incierta y larga. Hay resistencia porque el camino es de subida y a veces se camina de noche y sólo alumbrando la sed para mantener el ansia de llegar a la fuente a la que apunta la estrella, ay, tan fugaz a veces.
Hay preguntas en el aire y en los labios en los que caminan y en los que los ven. ¿Dónde está tu Dios? ¿Dónde ha de nacer el Mesías? ¿Qué Mesías? A la vista del mundo, ¿tú te crees que ha venido un Salvador? Y hay Herodes de turno que parecen sumarse y van a otras cosas. Pero nunca falta la estrella que de alguna forma, a veces inesperada, resitúa y recompone las razones del camino. Por eso el camino no cesa, con luz o sin ella, con programas claros o medio a la intemperie, encontrados o perdidos, con mapas o al buen tuntún, como sea, siempre, siempre, siempre en camino. Se hará la luz, romperá el día y llegaremos a la fuente. Es Odiseo, a la puerta del palacio de Alcínoo, mirando impaciente al sol poniente con ansia de embarcarse por fin para Ítaca…
Y habrá encuentro y reconocimiento y adoración, lo asegura el relato cuya veracidad está confirmada y avalada por los siglos. Así, tan escueto y verdadero lo afirma Mateo para admiración y ejemplo de los hombres venideros, entre los que dichosamente estamos nosotros. Por eso, aun cubiertos de polvo y a veces de desidia, llenos de lesiones y de rebajas por los pasos pasados y los tropiezos sufridos, lo encontramos, a Él, al Señor de la Vida, al Salvador del Mundo, al Enviado del Padre, entre nuestras humildes realidades como pueden ser el prójimo, cualquier sacramento o la humilde estancia de nuestro corazón. Y lo reconocemos y lo adoramos. Por eso estamos y seguimos de Fiesta por todo lo alto. Y que no decaiga, aunque como siempre haya que volver una vez más por otro camino, según la vieja prescripción, que en eso ya estamos.
¿El más duro? Puede ser, había llovido mucho en poco tiempo y no era fácil asumir y ordenar tanto acontecimiento. Y ahora, de repente, sin comerlo ni beberlo, algo tan absurdo como marchar a Egipto. Tampoco era una cosa rara porque era un viaje que hacían muchos judíos buscando trabajo y hasta un poco de respiro, pero ellos dos, María y José cono el niño todavía muy pequeño, son galileos y para ellos esa aventura era mucho más dura y desconocida. Lo cuenta Mateo cargado de intención, aunque en eso ahora no entremos. Nos podemos imaginar el papelón de esta rara y extraña familia hablando con acento galileo bien cerrado en medio de una caravana de desenvueltos judíos buscando vida y trabajo. Ni Lope de Vega puede arreglarlo con sus palmas y sus ángeles santos…
Y lo más duro del viaje va por dentro. De nuevo de noche. Media noche por el miedo y la otra media por la ausencia de sentido; las dos noches, la del espíritu y la del sentido que diría luego san Juan de la Cruz, dobladas por la mitad en una sola. Y los dos caminando con el niño –ay, el niño, oh Dios- en un largo camino, el doble de largo que aquel que no hace mucho hicieran de Nazaret a Belén. Quién se lo iba a decir en sus plácidos días en Galilea, tan de hace poco y tan lejanos ya. Y aquí están en tierra extraña y en camino.
Con ellos vamos nosotros. Y con nosotros van todos los prófugos y emigrantes, todos los que buscan una tierra, aunque sea extraña, donde vivir y trabajar, todos los forasteros, los señalados y discriminados como distintos y de segunda fila, todos los últimos de todos los mundos, todos los que soportan cruces y fronteras y púas y papeles y concertinas y permisos y cuchillas y el pánico de no alcanzar costa…
Y también todos los que siguen y comparten pan y solidaridad, todos los que andan el mismo paso y acompasan los pasos de los más lentos y débiles, todos los voluntarios que acompañan, todos los defensores que defienden, todos los alimentadores que alimentan, todos los aguadores que dan de beber, todos los que andan a la par y con todos. Todos. Una incontable multitud de señalados que caminan hacia las bodas del Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Amén.
Y esto y más es Navidad. Por eso hay mil razones para felicitarla:
¡Feliz Navidad!