29/10/2024
En torno al 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, más que de los santos que están en el cielo, muchos se acuerdan de los difuntos de su familia y allegados. Esta asociación de ideas se debe a que el día siguiente, 2 de noviembre, es la “conmemoración de Todos los Fieles difuntos”. Aunque este es un día litúrgico de categoría inferior a la solemnidad, al ser normalmente laborable, el recuerdo de los difuntos –sobre todo en el cementerio– se tiene en torno al 1 de noviembre, día siempre festivo, en el que muchos pueden regresar a su pueblo natal.
Pero no deja de ser un malentendido creer que el 1 de noviembre, día de “Todos los santos” hay que visitar el cementerio. El día propio es el 2 de noviembre, conmemoración de “Todos los Fieles difuntos”, si bien es cierto que, según el Manual de Indulgencias, “en cada uno de los días del 1 al 8 de noviembre se concede indulgencia plenaria, aplicable solamente a las almas del purgatorio, al fiel cristiano que visite devotamente el cementerio y haga oración por los difuntos, aunque sea solo mentalmente”.
Tampoco está de más que hablemos de algunas cuestiones relacionadas con la liturgia de los funerales. En las misas de difuntos se combinan con perfecto equilibrio elementos de carácter distinto aunque complementario: pascuales y penitenciales. Los primeros remiten a la esperanza en la resurrección de los muertos y a la certeza en la resurrección de Cristo: el encendido del cirio pascual junto al cadáver al principio de la celebración, el canto –solo omitido en Cuaresma– del Aleluya y la aspersión con agua bendita al terminar la celebración, en recuerdo del bautismo, que es el comienzo de la “vida nueva en Cristo”, hasta su culminación con la “muerte en Cristo” y la entrada definitiva en la eternidad de Dios, a la espera de la resurrección, que es lo que se celebra en las exequias.
El segundo tipo de elementos, semejantes a los penitenciales de la cuaresma, recuerdan la razón de la celebración: rogar a Dios por el difunto, para que le perdone los pecados y le dé el descanso eterno. El principal signo es el color morado en las vestiduras del sacerdote. Como excepción, en el caso de un niño bautizado que no ha llegado a la edad de uso de razón y, por tanto, no podía pecar, tenemos esperanza cierta de que estará junto a Dios. Por eso, en este caso no se alude al perdón de los pecados y las vestiduras son blancas. En los demás casos se pide a Dios que perdone los pecados del difunto y, por eso, se usan vestiduras de color morado. Otros elementos que subrayan el carácter casi penitencial son la supresión de las flores que suelen adornar el altar y la supresión de los instrumentos musicales, que solo se pueden emplear para sostener el canto, evitando la música puramente instrumental.
En la misa del 2 de noviembre, en que se recuerda a todos los fieles difuntos, es aplicable todo lo anterior, salvo el encendido del cirio pascual, obviamente. En cualquier caso, nunca olvidemos que la solemnidad de Todos los Santos es litúrgicamente más importante, y así debe ser: los santos nos llevan la delantera en el camino hacia Dios y ya gozan de la gloria a la que estamos llamados también todos nosotros. Son la Iglesia triunfante sobre la muerte y el pecado, por los méritos de Jesucristo. Desde el cielo, los santos nos ayudan con su intercesión y su recuerdo nos sirve de ejemplo. Todos los santos y santas de Dios, ¡rogad por nosotros!
Emilio Vicente de Paz, delegado diocesano de Liturgia