01/12/2024
Comienza hoy el nuevo año litúrgico con el primer domingo de Adviento. Un tiempo de preparación para el mayor misterio de nuestra fe: la encarnación. Es un tiempo de vigilancia y de alegría, porque es un tiempo de esperanza.
Cierto es que el mundo parece que se derrumba, con todas las situaciones de guerra y catástrofe que llenan nuestras noticias. Pero lejos de una llamada a evadirnos, a pasar artificialmente del dolor a la risa, en este Adviento, se nos llama a levantar la cabeza, a la esperanza, no al temor. Porque llega Jesús, que viene a cambiarlo todo. Por eso, las lecturas de hoy nos hablan de justicia, de amor, de esperanza.
Y es que el mayor enemigo de la fe no es la increencia, sino la distracción, la
superficialidad y el despiste. Estar a todo y a nada. Caer en el pesimismo y la fatalidad. El olvido. Que se nos embote el corazón y la cabeza con las inquietudes de la vida, y no sepamos mirar más allá. Que nuestro horizonte se limite a lo inmediato, tanto si es quedarnos en la queja como si es el disfrute sin cuestionarnos nada.
Por eso, el Adviento no sólo es prepararse, es vivir en presente, es hacernos
conscientes, es una llamada desde un Dios que se hace hombre, a que también nosotros estemos en el mundo, a no buscar evasiones que nos alejan de la realidad. Y abrirnos a otras realidades, no sólo a lo conocido, sino mirar lo que pasa más allá de nosotros mismos, a nuestro alrededor. Salir de nuestra burbuja para mirar las heridas y la luz que nos rodea.
En este tiempo que abrimos hasta la Navidad, parémonos a hacernos conscientes, ¿cuáles son mis esperanzas profundas? ¿Cuáles son mis sueños? ¿Qué estoy dispuesto a cambiar para que sea posible? ¿Cómo quiero prepararme para la venida de Jesús?
Feliz domingo.
Belén Santamaría, laica, CVX, trabajadora de Cáritas diocesana