16/04/2019
El 8 de diciembre de 1944 se creó la Hermandad de Nuestro Padre Jesús del Perdón, del abrigo de la Seráfica Hermandad del Cristo de la Agonía, del gremio de comerciantes. Con identidad propia cada una, pero con ese cordón umbilical que les unió para siempre. Nadie mejor para relatar los momentos más destacados de la historia de esta hermandad que uno de sus integrantes más veteranos, Bernardo García, que entró en ella hace 60 años, en 1959.
La primera Semana Santa del Cristo del Perdón fue la de 1945, y su salida la hizo desde el convento de las RR. MM. Bernardas, en su primitiva ubicación en la ciudad, en el paseo de Canalejas (hoy colegio de Calasanz). Las religiosas cedieron la imagen del crucificado que se encontraba en un arcosolio de su capilla, tallada según todos los indicios por Bernardo Pérez Robles.
La finalidad de esta hermandad estaba clara desde el principio: “Sacar al Cristo por su barrio (Prosperidad) y ayudar a los presos”, apunta. Porque la colaboración con el centro penitenciario fue más allá de tener ese carácter en la procesión, y también hacían una labor social organizando una comida para los presos en Navidad o llevando juguetes para sus hijos. Bernardo García recuerda como en una ocasión también financiaron un cambio de cristales de las ventanas que estaban deteriorados. Asimismo, en el archivo de la hermandad también constan facturas de camisas y suéteres destinados a los presos.
La del Perdón fue la sexta hermandad que se creó en Salamanca, en una década de auge en Semana Santa, con el nacimiento un año antes de la Hermandad Dominicana, o en 1945, de Jesús Amigo de los Niños, también el Domingo de Ramos.
En 1959, las madres Bernardas se trasladaron al Camino de las Aguas, y su procesión del Domingo de Ramos empezó a salir de la iglesia de San Esteban. Fue en 1960 cuando se encargó un crucificado a Damián Villar, una réplica del Cristo del Perdón de las Bernardas, “y salíamos desde allí hasta la cárcel, por el trayecto más corto”.
A modo de anécdota, cuenta que la familia de Mirat siempre les recibían a la altura de su fábrica con unas cruces grandes con bombillas, “y parábamos para hacer una estación”. Después, entraban a prisión, “daban la vuelta en su patio interior y rezaban el vía crucis, mientras los presos de fondo cantaban”. Bernardo García asegura que no solían ser muchos, en torno a 50 o 60 internos.
*(Puedes leer el reportaje completo en la edición impresa de ‘Comunidad’ (706), la revista de la Diócesis de Salamanca)