ACTUALIDAD DIOCESANA

10/02/2021

La enfermedad siempre tiene un rostro

Continuamos con la serie de reflexiones ante la Jornada Mundial del Enfermo. Hoy de la mano de Santos González, capellán del complejo asistencial de Salamanca, quien sitúa como punto de partida varios puntos de la última carta encíclica del Papa Francisco Fratelli Tutti:

 

Recordar que Dios «ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos» (5) Anhelo que en esta época que nos toca vivir, reconociendo la dignidad de cada persona humana, podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad. (8) Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad.

La maldita pandemia nos ha puesto a todos ante el espejo y nos ha quitado la máscara o el maquillaje con el que siempre hemos vivido. En efecto, nuestras múltiples máscaras, nuestras etiquetas y nuestros disfraces se caen: es la hora de la verdad.

A nivel institucional y societario se ha deteriorado la ética, la moral y el sentido de la responsabilidad > “lavatorio de manos”. Priman los intereses partidistas más que la comunidad. Habiendo lucha de egos en las instituciones. No cuentan las personas, cuentan los votos. No cuentan los hombres y mujeres sino el dinero. No cuenta el ser humano sino el poder. Todo esto muchas veces sin escrúpulos y otras escurriendo el bulto.

Cuidarnos a nosotros mismos no interesa a los poderes económicos (17).

A nivel individual, ha quedado desenmascarada la vulnerabilidad y ha descubierto nuestras falsas seguridades. A más tecnología más individualismo, más encerrados en nosotros mismos y hemos perdido la relacionalidad. Desde niños vivíamos esa relacionalidad: hacíamos los deberes y a la calle a jugar unos con otros, ahora después de hacer los deberes, la tablet, el móvil, la playstation, etc. Hemos ido creando una cultura vacía de fraternidad, por no decir de humanidad, donde lo primero es el individuo. Y ahora nos damos cuenta que nos necesitamos unos a otros y nos debemos los unos a los otros. No hemos mirado juntos. Dice el Papa en su mensaje de este año: “Una sociedad es tanto más humana cuanto más sabe cuidar a sus miembros más frágiles y que más sufre y sabe hacerlo con eficacia animada por el amor fraterno”. (Cuidémonos mutuamente)

A lo largo de estos diez u once meses, hemos visto, sin embargo, cómo se ha faltado a la responsabilidad rompiendo las normas de convivencia social, impuesta para que hubiera menos contagios. Los valores o han desaparecido o están de vacaciones. “Tolerancia, solidaridad, respeto, honestidad”. Se ha vivido en muchos casos una total indiferencia, cinismo e hipocresía. Se ha jugado mucho a veces con la libertad, jugando con la propia, se ha pisoteado la de los demás.

Desde la pandemia, mirando (reiterativamente) un poco la carta del Papa “Fratelli Tutti”, nos hace tener un sueño de fraternidad y de amistad social.

“Todos los seres humanos hemos sido creados por Dios iguales, iguales en los derechos, iguales en los deberes e iguales en la dignidad. Él nos ha llamado a ser hermanos”. (5) “Nadie puede pelear por la vida aisladamente, los sueños se construyen juntos. O nos salvamos juntos o nadie se salva. Nadie se salva solo.”(8)

 

Para un cristiano no es que todos “debemos” ser iguales, es que ya, ahora, todos somos iguales, porque todos somos hijos e hijas de un mismo Padre. Esta igualdad es la fuente de la irrenunciable dignidad de todo ser humano. Esa común dignidad sostiene la esperanza de que un mundo mejor es posible. Cuando veamos a los otros como hermanos.

La enfermedad siempre tiene un rostro, incluso más de uno: tiene el rostro de cada enfermo y enferma, también de quienes se sienten ignorados, excluídos, víctimas de injusticias sociales que niegan sus derechos fundamentales (22).
Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de una selección que favorece a un sector humano digno de vivir sin límites. En el fondo «no se considera ya a las personas como un valor primario que hay que respetar y amparar, especialmente si son pobres o si “ya no sirven” — como los ancianos, los discapacitados—(18).

Palabras del Papa en su mensaje: “La pandemia ha sacado a la luz numerosas insuficiencias sanitarias y carencias en la atención a las personas mayores. Los ancianos, los más débiles y vulnerables no han tenido garantizado el acceso a los tratamientos y no siempre de manera equitativa. La dignidad humana es igual la de todos los seres humanos. Esto depende de las decisiones políticas, del modo de administrar los recursos y del compromiso de quienes ocupan cargos de responsabilidad. Invertir recursos en el cuidado y la atención a las personas enfermas es una prioridad vinculada a un principio: la salud es un bien común primario”. Nos preguntamos: ¿si los muertos hubieran sido mayoritariamente jóvenes, nos habríamos tomado esto más en serio? Es triste, sin decirlo, todos hemos aceptado: sacrifiquemos a los viejos. Practicamos la barbarie de supervivencia. (es marketing?…).

“Al mismo tiempo, la pandemia ha puesto también de relieve la entrega y la generosidad de agentes sanitarios, voluntarios, trabajadores y trabajadoras, sacerdotes, religiosos y religiosas que, con profesionalidad, abnegación, sentido de responsabilidad y amor al prójimo han ayudado, cuidado, consolado y servido a tantos enfermos y a sus familiares. Una multitud silenciosa de hombres y mujeres que han decidido mirar esos rostros, haciéndose cargo de las heridas de los pacientes, que sentían prójimos por el hecho de pertenecer a la misma familia humana”. (samaritanos).

Dios sigue derramando en la humanidad semillas de bien. La reciente pandemia nos permitió rescatar y valorizar a tantos compañeros y compañeras de viaje que, en el miedo, reaccionaron donando la propia vida (54)
 Nos damos cuenta de que nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes que, sin lugar a dudas, escribieron los acontecimientos decisivos de nuestra historia compartida (54)

Han hecho tiempo para los demás. Como el samaritano con el herido. Dejando un poco su familia, sus amigos, alargando las guardias, contagiándose ellos. Esta relacionalidad del tiempo, de las relaciones humanas, de la solidaridad entre nosotros, de la caridad entre nosotros, recorre toda la encíclica “Fratelli tutti”. Para ello debemos volvernos prójimos de los demás.

Es tiempo de esperanza

Que pueda surgir de nuevo, en esta época que nos toca vivir, el sentimiento de una fraternidad profunda. Que podamos hacer renacer entre todos un deseo mundial de hermandad, reconociendo la dignidad de cada persona humana. He ahí un hermoso secreto para soñar y hacer de nuestra vida una hermosa aventura: “Soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” ( 8).

“La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales que hacen la vida más bella y digna”. (55)

Seamos portadores de esperanza y caminemos en esperanza. Hagamos en la madre tierra un mundo de hermanos.

Encomendemos a la Santísima Virgen María, Madre de Misericordia y Salud de los enfermos, todas las personas enfermas, familiares, agentes sanitarios y a todos aquellos que están junto a los que sufren.

 

Santos González,capellán del complejo asistencial de Salamanca.

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