28/01/2024
TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ, MÉDICO Y COFRADE
Asombrados. Así se quedan quienes escuchan a Jesús en la sinagoga de Cafarnaún. Acostumbrados a los escribas de cada sábado, les asombra la autoridad con que este nazareno enseña. Una autoridad que incluso es capaz de someter a un espíritu inmundo, al mal que afligía a aquel hombre.
La enseñanza es nueva, se nos dice en el Evangelio de hoy, porque no se cambia la letra de la ley pero se lleva a plenitud, porque no se aparta de la Palabra revelada pero se muestra verdaderamente encarnada en Cristo.
Sin embargo, detengámonos, pues el texto lo reitera, en la autoridad con que se expresa y actúa el autor de la vida en su papel de maestro y profeta. Esto procura su fama por toda Galilea.
La autoridad de Jesús, que en su anuncio del Reino se impone a los demonios, a las enfermedades, a las fuerzas de la naturaleza e incluso a la muerte en tres ocasiones, fue una cuestión recurrente para los que buscaban su condena: “¿Con qué autoridad haces esto?, ¿quién te la ha dado?” (Mc 11, 28).
También, la autoridad de Jesús es conferida a su Iglesia: “Habiendo convocado Jesús a los Doce, les dio poder y autoridad sobre toda clase de demonios y para curar enfermedades” (Lc 9, 1).
La autoridad, concepto no pocas veces contestado en nuestro actual contexto, que lo opone a menudo a la libertad o a la igualdad, es una cualidad defendida en la enseñanza de la Iglesia, que la reconoce como procedente de Dios y la entiende como servidora del bien común. En el día de su fiesta, recordemos la doctrina de Santo Tomás de Aquino: «La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia».
Esa ley eterna es la que alcanza plenitud en la autoridad con que enseña Jesús, el autor de la vida.