ACTUALIDAD DIOCESANA

08/04/2020

In Memoriam. Fructuoso Mangas Ramos

Artículo en memoria del sacerdote Fructuoso Mangas, escrito por su “hermano del alma”, el también presbítero José Manuel Hernández. Amigos desde la infancia, juntos estuvieron al servicio de la parroquia de La Purísima durante cuarenta años.  

“Volé tan alto, tan alto que le di a la caza alcance” (Juan de la Cruz)

“Algo se muere en el alma cuando un amigo se va”. Es más que una frase hecha. Es una verdad que todos hemos experimentado alguna vez. Pero si se trata no sólo de un amigo, sino de alguien con quien has compartido todo durante toda la vida, su muerte es  un doloroso desgarro.

Fructuoso y yo nos encontramos por primera vez en octubre del año 1950 en Calatrava. Y setenta años después aquí mismo nos hemos separado, después de haber compartido todo. Esta es la primera vez que nos ha tocado afrontar un problema importante de salud separados: juntos estuvimos en Pamplona, en Madrid, en Oviedo, en el Clínico de Salamanca… Ahora, en cambio, no he podido estar junto a su cama, ni acompañarle hasta el cementerio. Sí, lo confieso: algo se ha roto en mi alma cuando se ha marchado así.

Varias veces le oí decir que no tenía miedo a la muerte. Y en una de sus frases geniales afirmaba “tan bello como es vivir es morir”; lo vimos escrito por su mano enuna diapositiva que desde su austera habitación reproducía el ocaso del sol con la catedral de fondo. “Aunque es de noche”, el poema que tanto le gustaba comentar, subrayando la rima de “pie quebrado”, tiene ahora para él su pleno cumplimiento. La llegada del día supone el final de la noche: en Fructuoso se ha cumplido éste y el otro verso de Juan de la Cruz: ”Volé tan alto, tan alto / que le di a la caza alcance”. Por eso, en muchos de los que le tratamos de cerca ahora su muerte ha despertado también en nuestras almas algo muy vivo, radiante, lleno de luz y esperanza.

Creo que en su poliédrica personalidad, en su profundo pensamiento y en su intenso trabajo pastoral tuvieron un papel decisivo los libros. A pesar del deterioro macular de su ojo derecho, leía constantemente, robando horas al sueño, caminando por la calle, tan embebido en la lectura que un día se dio un buen coscorrón con un banco de nuestra Plaza Mayor. Leía de todo, los últimos libros de pensamiento, los Santos Padres (tengo que devolver a la biblioteca del Seminario el epistolario de san Jerónimo que quedó sobre su mesa), novelas (sentía una especial fascinación por Gabriel García Márquez y su novela “Cien años de soeldad”), leía atentamente los editoriales y columnas de opinión de distintos periódicos, leía hasta las páginas sepia sobre economía… Pero había tres libros que eran sus favoritos: la Odisea, la Biblia y los Poemas de Juan de la Cruz; en la lectura repetida de estos textos y en su interpretación entrecruzada disfrutaba un montón.

En muchas facetas de su personalidad me recordaba a Blas Pascal, al que Nietzsche llamaba “el lógico admirable del cristianismo”. Como él, que era científico, matemático, geómetra, filósofo, y teólogo, también Fructuoso era poliédrico. Ambos coincidían en afirmaciones como éstas: “Es mucho mejor saber algo de todo, que saber todo de una sola cosa; esa universalidad es mucho más bella”. “En el corazón de todo hombre existe un vacío que tiene forma de Dios. Este vacío no puede ser llenado por ninguna cosa creada, solamente puede ser llenado por Dios, al que hemos conocido mediante Cristo Jesús”. Como Pascal, sentía muy viva la necesidad de formular una robusta defensa racional de la fe. De ahí surgió su preocupación por preparar cuidadosamente cada homilía, el trabajo en la formación de los catequistas, que llegaron al centenar, la elaboración y publicación de materiales propios para la catequesis, la creación de los grupos de catequesis de adultos, la preparación cuidadosa de los materiales para cada reunión… Y también la necesidad de hacerse presente, en las tecnologías digitales, en las que tenía su blog “Al rostro de Dios”, y una colaboración semanal en la prensa digital local, con una reflexión crítica y lúcida sobre temas de actualidad, que cada fin de semana era esperada por más de mil lectores.

Foto: Óscar García.

Pero si sólo se recuerda lo anterior, esta semblanza quedaría incompleta, falta algo esencial: su compromiso con los últimos, los marginados. Antes de llegar a La Purísima, con las Mujeres de Acción Católica se implicó en el nacimiento y consolidación de Manos Unidas en Salamanca. A partir del desalojo de las familias del Barrio del Castigo, organizó la Operación Vivienda. Luego destapó la situación de pobreza extrema que había más allá del Barrio Chino, en la Vagüada de La Palma, la problemática singular de las familias gitanas y se implicó en su traslado a viviendas nuevas en el Barrio Buenos Aires. A partir de su jubilación creció su compromiso con el Sur: los abrazos desde nuestra Plaza Mayor se enviaban al mundo entero, su viaje a Benín y su relación especial con Teodoro, que siempre lo llamó “mi padre”, la preocupación de que el grupo de Manos Unidas se consolidase con una formación seria, que fuera mucho más allá de la Operación Bocata, etc. Aunque quede aquí como un apéndice, no puedo menos de recordar su amor y compromiso con el Grupo Abba del movimiento Fe y Luz. Cuando volvía de cada encuentro me decía “me estoy haciendo mayor”.

Queda  otro tema que llevaba en su corazón y le preocupaba intensamente: el momento actual de nuestra Iglesia Diocesana. La orientación del trabajo pastoral. Me limito a nombrar ese asunto, porque soy testigo de lo mucho que le preocupaba y del amor que por encima de todo profesaba a la Iglesia. Pero intuyo que él mismo me está pidiendo discreción en este tema y pongo punto y aparte. Pero sin olvidar el interés activo que siempre tuvo con la Residencia Diocesana, de la que fue el primer director.

A cada uno de estos rasgos, con los que he tratado de evocar la enorme personalidad y el fecundo trabajo de Fructuoso, hay que añadirle la pasión que ponía en todo. Le dolía la mediocridad, que las cosas importantes se improvisasen o se hiciesen a medias. Seguramente con esto tenía que ver su amor a la poesía, que no se improvisa y es el fruto de un trabajo cuidadoso y medido. Me decía Fructuoso: “en la poesía está la verdad, ¡ay el día que prescindamos de ella!”. Me consta que no se iba a la cama, aunque fueran las tres de la madrugada, sin degustar antes una ración de poesía con una infusión. Por eso, cierro esta torpe semblanza con las dos estrofas finales de un soneto de Francisco Quevedo:

“Alma a quien todo un dios prisión ha sido,

venas que humor a tanto fuego has dado,

medulas que han gozosamente ardido,

 

su cuerpo dejará, no su cuidado;

serán ceniza, mas tendrá sentido;

polvo serán, mas polvo enamorado”.

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