30/10/2019
La Catedral Nueva acogió este pasado domingo la eucaristía de clausura del Mes Misionero Extraordinario, presidida por el obispo de la Diócesis de Salamanca, Carlos López. Durante la celebración se recordaron varios gestos unidos al lema elegido por el Papa Francisco para esta iniciativa: “Bautizados y enviados”. Como por ejemplo, el agua del bautismo, el crisma y la luz.
En su homilía, el prelado recordó que al final del Mes Misionero Extraordinario da las gracias a Dios, “porque nos ha concedido la gracia de reavivar la gozosa experiencia de nuestra inserción misionera en la tradición viva del anuncio del Evangelio”. Además, considera que las celebraciones y actividades de este mes, “han resituado en la memoria viva del camino de renovación misionera que recorrimos durante el tiempo de celebración de nuestra Asamblea Diocesana“. Al respecto, Carlos López cree que es bueno “evocar el proceso de renovación que hemos vivido en el sentido espiritual, enamorándonos de nuevo del Señor”, en concreto, “soñando despiertos con una Iglesia diocesana más centrada en el Señor y en su misión”, así como, “construyendo con audacia creativa las nuevas formas de presencia y organización que brotan de la permanente conversión misionera”.
El obispo aclaró que se ha asumido el compromiso de ser discípulos misioneros, “aunque haya que sembrar entre lágrimas, suplicando la fe para un pueblo acosado por la increencia, y acompañando su caminar con buenos pastores y samaritanos compasivos que curan a los heridos de la vida”. Y a la comunidad diocesana les recordó que la tarea más cercana e inmediata en el tiempo, “es la implicación en la puesta en práctica de las orientaciones de la Asamblea, tal como lo van concretando las prioridades pastorales de los años sucesivos”.
En este sentido, argumentó que se vienen dando pasos en el cuidado de las celebraciones en el Día del Señor, “en la renovación de los procesos de catequesis de la iniciación cristiana, en la pastoral con los jóvenes, en el acompañamiento pastoral y espiritual, y en el apostolado de los laicos”. En cuanto a este tema, tiene claro que si las celebraciones eucarísticas y las catequesis de la iniciación cristiana, “no llegan a suscitar la experiencia gozosa de la vocación al seguimiento del Señor como discípulos misioneros, la Iglesia diocesana y sus comunidades estarán cada vez más envejecidos, con creciente escasez de jóvenes cristianos y de vocaciones a los ministerios laicales, al ministerio sacerdotal y al matrimonio y familia cristianos; y con mayor ausencia de laicos en la misión de la Iglesia en la vida social “.
Y alentó a que en consonancia con la Palabra de Dios que se proclamó ese día, “hemos de orar con verdadera humildad, reconociendo nuestra debilidad ante los graves desafíos de la cultura actual, pero con la esperanza firme en el Señor que escucha la oración del pobre y del oprimido, y acoge las súplicas del fuérfano y los lamentos de la viuda”.
Después de la homilía y la comunión, se produjo el envío final, porque como se recordó, “el día de nuestro bautismo, fuimos constituidos sacerdotes, profetas y reyes”. El último gesto de acción de gracias fue ante el ánfora del Santo Crisma, que lo colocaron a los pies del altar para que todo aquel que quisiera hiciese algún gesto de veneración ante él, como santiguarse, inclinarse o dar un beso.
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