ACTUALIDAD DIOCESANA

18/07/2023

Fray Pablo abraza a Cristo con una gran fiesta

La comunidad diocesana despide al carmelita cuya vida fue un testimonio de fe inquebrantable. Su último deseo se hizo realidad con una celebración festiva, llena de luz, alegría y esperanza.  Con su profunda convicción de que “La cruz es mi alegría, no mi pena”, este fraile, en su entrega total, deja un legado inspirador para toda la Iglesia

 

SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN

La iglesia del Carmen de Abajo de Salamanca se quedó pequeña este lunes, 17 de julio, para despedir a Fray Pablo María de la Cruz Alonso Hidalgo, el carmelita que ha transformado su muerte en una fiesta del abrazo en Cristo, que ilumina el camino y renueva la esperanza de todos los que le han conocido. Este joven, de 21 años, falleció en el Convento de San Andrés el pasado sábado, 15 de julio, víspera de la festividad de la Virgen del Carmen, a consecuencia de un sarcoma de Ewing que sufría desde hace seis años.

El pasado 25 de junio había profesado sus votos perpetuos en la Orden del Carmen

Pablo entró en el noviciado carmelita “in articulo mortis” el pasado 21 de junio, estando ingresado en el hospital, y cuatro días después profesó sus votos perpetuos en la Orden del Carmen, en el mismo templo donde se han celebrado su velatorio y funeral sin “luto”, como había expresado a su familia y a la comunidad carmelita, “quiero que estéis alegres”.

Fray Pablo dejó preparado cada detalle de su funeral. “Insistió que la vida es Vida si se celebra” y él deseaba que ese momento, y el encuentro con Dios Padre, “fuera una fiesta en el banquete de Bodas del Cordero”.

La Cruz se hizo vida

Fue su deseo que en su velatorio se realizara la exposición del Santísimo Sacramento, y que quien pudiera llevara “su flor favorita”, y al cementerio “macetas con flores, para convertir su sepultura en un Carmelo, el jardín de Dios”. Recordó que “Nuestro Señor Jesucristo convirtió el leño de la cruz en Árbol de vida eterna”, por eso, este fraile no se cansaba de exclamar: “La cruz es mi alegría, no mi pena”.

Y así, el domingo 16 de julio, tras la celebración de la misa solemne y procesión de la Virgen del Carmen, la iglesia del Carmen de Abajo abría sus puertas a las 23:30 horas, para acoger el velatorio de Fr. Pablo María de la Cruz, rodeado de su familia, amigos, numerosos jóvenes de diferentes movimientos, laicos, religiosos y religiosas de la comunidad diocesana de Salamanca de distintos carismas, que se acercaron para celebrar juntos, su paso a la plenitud de la Vida.

Miriam, su hermana mayor, recordó que “la cruz para los cristianos es aquello que te marca”, y que Pablo lo que había descubierto, “es que en la cruz está la salvación”. Él abrazó la cruz de su enfermedad a la cruz de Cristo. También manifestó el deseo de su hermano de dejar en su velatorio “una cruz florecida”, y propuso que todos se acercaran a dejar su flor,”y aquel sufrimiento que os está matando y que no entendéis”.

 

Su cuerpo fue velado junto al Santísimo

Así, en profundo silencio se acogió el cuerpo sin vida de Pablo que se colocó frente al altar, donde se expuso el Santísimo y junto a él una cruz que fue engalanada con flores de vivos colores que fueron depositando todos los presentes.

Durante toda la noche se adoró a Jesús Eucaristía y la iglesia se llenó de luz y color con las flores y los cantos alegres de alabanza que el joven carmelita había elegido para su funeral: Solo a ti te pertenezco, Nada nos separará, La Cruz gloriosa, Noche, Un segundo… y que fueron entonados por los frailes carmelitas, jóvenes de Hakuna, de los retiros Éffeta, de las comunidades neocatecumenales y Jóvenes por el Reino de Cristo.

 

Tras el rezo de Laudes se reservó el Santísimo para celebrar, en el mismo clima festivo, la Misa funeral, que fue presidida por el obispo de Salamanca, Mons. José Luis Retana, y concelebrada por el prior provincial de la provincia carmelita de Aragón, Castilla y Valencia, el P. Salvador Villota, y cerca de una veintena de sacerdotes.

Antes de comenzar, el director espiritual de Pablo, el P. Desiderio García, realizó un saludo en el que expresó el sentido de la fiesta que se iba a celebrar: “presentar al Altísimo a Pablo María de la Cruz y bendecir su vida”. Y recordó unas palabras que Pablo quería tener presentes en su funeral: “diles que el que quiera seguir hablando conmigo que se acerque a la Eucaristía, allí me tendrán siempre”.

Con el himno Llévame al cielo y el cirio pascual encendido, que representa a Cristo resucitado, dio comienzo la misa de su funeral, en la que se cantaron las canciones que Pablo había indicado y se leyeron las lecturas que han marcado su deseo de Dios y su entrega. Así, la primera lectura (Isaías 43,1-25), y el salmo 41 fueron proclamados por sus hermanas y el evangelio (Jn 19,25-39) por el P. Villota que pronunció también la homilía.

Explosión de esperanza

El prior provincial destacó en su intervención que con Pablo todos hemos experimentado “una explosión de esperanza en todos los corazones, tan necesitados como estamos de ella. Una esperanza que abre el firmamento y se asienta en el cielo”. Como tenía Pablo, “los pies en la tierra y el corazón en el cielo”. Hizo una lectura del camino de purificación y conversión que en estos años de enfermedad ha llevado a este joven a “tener el corazón muy lleno de Cristo” y a querer “la vida eterna”. Y recordó la llamada que le hizo Cristo “que ha ido inseparablemente unida al sufrimiento, a la enfermedad”, que Pablo ha unido a la cruz.

Tras la comunión, tomó la palabra el obispo de Salamanca, Mons. José Luis Retana, y dirigiéndose a la familia de de Pablo, recordó el comentario que le hicieron el día anterior “en ninguna de vuestras peticiones de un milagro habríais podido siquiera imaginar el bien y la belleza que habéis experimentado en todo lo que está rodeando la muerte de vuestro hijo, vuestro hermano y nuestro amigo Pablo”.

 

Celebrando el paso a la Vida

Y haciendo referencia a “la luz y la alegría” con la que se estaba celebrando su funeral señaló que “no estamos celebrando una muerte, sino una vida. La Vida con mayúscula. El abrazo de Cristo a un joven, que se ha dejado abrazar por Él y ha transformado su vida y ha llenado de luz a todos los que le hemos tratado”.

El pastor de la Diócesis de Salamanca, manifestó su cariño y cercanía a la familia y subrayó que “Jesús se compadece de nosotros y nos llena de su alegría. Y quiere respondernos desde la cruz”. Su muerte “siempre será para nosotros una lección suprema y paradójica. Porque en esa muerte se nos da la vida, en su negra oscuridad se enciende la luz, y en su aparente vacío se nos entrega la más dulce y eterna compañía. Así lo habéis celebrado esta larga noche de joven alegría”.

Enamorado de Cristo Eucaristía

Primera eucaristía de Pablo como carmelita.

Mons. José Luis Retana explicó que “Pablo nos ha conmovido por su alegría y una paz difíciles de describir en un joven de esa edad” y “acrisolado por la enfermedad”, un “enamorado de Cristo, con un afecto tan grande por la Iglesia, con una amistad tan extraordinaria con los jóvenes que le habéis tratado, que os ha evangelizado con su modo sencillo y extraordinario de afrontar la enfermedad, con su amor a la Eucaristía, con la paz e incluso la alegría ante la muerte, porque entiende que en ella se cumple el designio grande para el que estamos hechos”.

También recordó el ofrecimiento de Pablo “que entrega su vida en obsequio de Jesucristo” por “la conversión de los jóvenes, para que conozcan el amor de Dios manifestado en Jesús Eucaristía; y por la unidad de la Iglesia”.

Que interceda por las vocaciones

Don José Luis confesó el encargo que le ha encomendado a Pablo: “que presente al Señor mi petición profunda por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada; que haya jóvenes que se entreguen a Cristo a fondo perdido, como él lo ha hecho”.

El prelado confesó estar conmovido por “la grandeza de la obra que Cristo” ha hecho en la vida de Pablo. “La vida de Pablo dará frutos insospechados para los que hemos sido testigos de su entrega y para toda la Iglesia”, manifestó.

Y recordó que “aunque la fe se funda siempre en una experiencia personal, nuestra fe reposa sobre el testimonio de los testigos de Cristo”, cuyo papel es “provocar el encuentro que nos conduce hasta Dios, Padre”.

“Necesitamos mirar a personas como Pablo”, afirmó don José Luis, “como la de tantos santos de nuestro mundo, capaces de acoger a sus semejantes, deshechos por el dolor y la enfermedad; contemplar a alguien de nuestro barro y de nuestra carne y sangre capaz de amar y de adentrarse por un camino que le puede costar la existencia; de servir a los más pobres y necesitados con aquella misma solidaridad y misericordia con que Jesús se ocupó de ellos, para ser zarandeados y despertados de nuestra tibieza”.

Mirar la muerte con ojos de fe

Y explicó que “los santos nos recuerdan nuestro destino: La gloria suprema de un pueblo es haber contado con santos, con personas que vivían en profundidad el misterio de la santidad cristiana”.
  En este sentido, don José Luis indicó que “hemos sido testigos de que la vida y la muerte de Pablo”, han sido “una gracia” que “se convierte en responsabilidad”. Porque “cuando alguien ha convivido con los santos no dudará nunca de la verdad del Evangelio ni de la santidad de Dios”.

Por ello, invitó  a “contar a otros aquello de lo que hemos sido testigos: en Pablo hemos visto que somos amados de Dios y salvados en Jesucristo”.
 Y animó a mirar su muerte “con ojos de fe” y a guardar en el corazón, “como María, las cosas que no entendemos”, pidiendo a la Virgen del Carmen  “que lo reciba y lo abrace cómo sólo una madre sabe hacer”.

Después, el obispo roció con agua bendita e incensó el féretro de Fray Pablo María de la Cruz, y tras la bendición final toda la asamblea fijó los ojos en la Virgen del Carmen que preside el altar mayor, y juntos entonaron la Salve y el Flos Carmeli. Al terminar, los jóvenes rodearon el féretro de su amigo mientras cantaban el himno de Éffeta, No tengo miedo, el mismo gesto que realizaron en su profesión religiosa el pasado 25 de junio.  Con este emotivo gesto y con un gran aplauso daban su último adiós a Pablo, que fue portado a hombros por estos jóvenes hasta la salida del templo y conducido hasta el cementerio de la Virgen de la Salud, para recibir sepultura en uno de los nichos de los Padres Carmelitas.

 

 

 

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