06/07/2023
JESÚS / EL CUBO DE DON SANCHO
Don Marcelino llegó a nuestro pueblo, El Cubo de Don Sancho, el año 1972. Nosotros éramos unos niños. Un nuevo sacerdote había llegado al pueblo. Yo por entonces estaba estudiando en Salamanca y sólo volvía en vacaciones. Mi vida pasaba ajena a la del nuevo sacerdote. Después de algunos años, con 17, y por motivos de salud, a mediados de COU tuve que volver al pueblo. El día que volvía, subí al autobús en Salamanca y por ¨casualidad¨ Don Marcelino se sentó a mi lado.
Pasado el tiempo pude ver que él siempre vivía pendiente y atento por estar al lado del más débil y necesitado (tenía como un escáner detectando al más necesitado) y estoy seguro de que aquel día, el sentarse a mi lado no fue por ¨casualidad¨, probablemente detectó que en aquel autobús, el más débil y necesitado era yo. Vinimos charlando, atento a mi situación, inquietudes…
Yo proseguí con mi vida de postadolescencia y juventud. Alguna vez iba a alguna de sus innumerables reuniones y encuentros, pero poca cosa. Volví a Salamanca por un tiempo, hasta que por diversas circunstancias tuve que volver al pueblo con 19 años y me quedé ya definitivamente. Y ahora ya sí, poco a poco comencé a ir más asiduamente a las reuniones y encuentros que hacía Don Marcelino, y luego ya siempre.
Encuentros de formación, evangelio del domingo, catequesis, San Pablo, Filosofía, encuentros de compartir, su anuncio del Evangelio, Eucaristías, homilías, servicio a los pobres, lucha por la justicia, salidas a otros pueblos… Todo muy intenso. Todo este trabajo de anuncio del Evangelio y toda su vida entregada, perseguía vivir y seguir las mismas huellas de Jesús y que todos intentáramos hacer lo mismo. Además de sacerdote era Apóstol, testigo del Evangelio.
Sintetizando, nos enseñaba a vivir estos tres pasos: Acoger el Amor de Jesús, compartir ese Amor y ofrecerlo a los demás, para intentar hacer del mundo una mesa y de la humanidad una familia de hermanos. Trabajar por el Reino de Dios que Jesús nos ha venido a traer con su Amor. Nos decía que sin un encuentro con Jesús es imposible. Surgieron vocaciones al sacerdocio, al laicado… Daría para decir mucho, pero ahora sólo vamos a compartir unas pequeñas confidencias de nuestra relación con él.
Cuando teníamos un encuentro con él, notábamos cómo tenía una mirada penetrante y amorosa que parecía saber más de nosotros que nosotros mismos. Cuando contemplamos, miramos la realidad o a otras personas, lo podemos hacer con la simple y sola mirada de los ojos y vemos algo. Otra mirada un poco más profunda es la mirada del saber, de la ciencia, mirada de rayos X podríamos decir, que descubre aún algo más de la realidad y de las personas. Marcelino tenía estas dos miradas muy agudizadas. Era un sabio. Pero creemos que tenía otra mirada aún mucho más penetrante y profunda para desentrañar el trasfondo de la realidad y de las personas, y, haciendo una pequeña broma, podíamos decir que, sobretodo, tenía una mirada de rayos + -rayos Cruz-. Toda su mirada era desde la sabiduría y desde el amor de la Cruz del Señor. La mirada más penetrante y profunda que puede haber.
Era un santo. Así, nos sentíamos desnudos ante él, con todas nuestras debilidades, oscuridades, tropiezos, faltas, pecados… pero lejos de sentirnos acusados, juzgados, condenados…, no, nos sentíamos disculpados, queridos, amados, perdonados. Aunque fuéramos los mayores pecadores del mundo, nos quería igual e incluso más. Siempre con su sonrisa omniabarcante y amorosa que sobrepasaba, disculpaba, y perdonaba todas nuestras faltas, pecados, debilidades. Así, por él, por este amor, fue como llegamos a descubrir el Amor misericordioso de Jesús el Señor y del Padre, que todo lo disculpa, todo lo perdona.
Esto nos enseñó, con su saber, con su amor y con su vida: No por el reproche, no por el juicio, no por la reprimenda, no por la norma, no por la ley, no por el mandamiento impuesto sobre nosotros y que nosotros por nuestras propias fuerzas no podemos llegar a cumplir, sino por el Amor misericordioso de Jesús el Señor, del Padre –Misericordia entrañable–, que nos perdona todo y nos ama incondicionalmente. Esto es lo que cambia, transforma, convierte y nos lleva a hacer con otros lo que con nosotros han hecho, ayudar, perdonar, amar.
Vemos que este pequeño relato comienza hablando de mí, de yo, de lo mío, de mí vida, para poco a poco, después del encuentro con el Señor, gracias a Marcelino, pasamos a hablar de nosotros, nuestro… Puede que esto sea la conversión, como decía Marcelino, darse la vuelta, de estarse mirando a uno mismo egoísta y solitario, tras el encuentro con Jesús, se pasa a mirar al Señor y a los hermanos, se pasa a la comunidad, a la fraternidad, a la familia. Esto sólo es posible por, con y desde el Amor del Señor, decía Marcelino.
Así, aquel Don Marcelino, el cura del pueblo, se convirtió para nosotros en un hermano entrañable, más íntimo a nosotros que nosotros mismos. ¿Cómo seguir llamando de Don de trato lejano y preferencial a alguien que no es que sea cercano, es que está dentro de ti? ¿Cómo seguir tratando de Don a alguien que cuando en momentos de dificultades, nos enviaba una nota o una carta y se despedía como ¨vuestro hermano menor Marcelino¨?
Querido hermano y sacerdote, siempre que te recordamos, nuestro pecho se inflama de amor agradecido. Marcelino, te estaremos siempre eternamente agradecidos por habernos llevado a Jesús el Señor.
P.D. Seguro que te estarás riendo a carcajadas al ver que se te va a abrir una Web, con lo lejos que estabas tú de la notoriedad y la relevancia, pero parece ser la mejor manera de que muchas personas puedan conocerte a ti, todo tu legado de sabiduría y amor y tu testimonio de vida por el Evangelio. Seguro que así seguirás ayudando a muchos a descubrir el Amor del Señor por nosotros.
Jesús, trabajador del campo, padre de familia de El Cubo de Don Sancho (Salamanca)