ACTUALIDAD DIOCESANA

09/04/2020

EvangelizARTE: “Última Cena”, de Núñez Solé

Hoy es Jueves Santo, Jesús nos deja como legado el sacramento de la Eucaristía para su memoria y presencia. En este día, Tomás Gil nos invita a contemplar la pintura mural de la “Última Cena” que trazó Núñez Solé en el refectorio de los Agustinos Recoletos de Salamanca, en 1958.

 

La celebración del Jueves Santo, momento en el que Jesús instituyó el sacramento de la Eucaristía, nos acerca a una de las representaciones artísticas de la Última Cena de la diócesis, en concreto a una muy poco conocida, que se encuentra al fondo del comedor de los Agustinos Recoletos de Salamanca, realizada por el escultor José Luis Núñez Solé en 1958.

El Colegio de Santo Tomás de Villanueva es una demostración de cómo en los años cincuenta los Agustinos Recoletos vinieron a Salamanca atraídos por la Universidad Pontificia, “deseosos de perfeccionar sus estudios eclesiásticos”, tal y como hicieron otras órdenes religiosas, rodeando de este modo la periferia urbana en el denominado “cinturón de incienso”. También los Agustinos Recoletos fueron atraídos por la huella agustiniana en Salamanca, dejada por figuras tan importantes como San Juan de Sahagún, Fray Luis de León o Santo Tomás de Villanueva.

Los agustinos adquirieron amplios terrenos en el norte de la ciudad para levantar una gran casa, entre las carreteras de Zamora y Fuentesaúco, “en una zona.. con… independencia necesaria… sin por otra parte excesivo alejamiento del núcleo urbano”, según aparece escrito en el proyecto del edificio. Contrataron como arquitecto a Fernando Población del Castillo, que, en diálogo con las necesidades y gustos de los religiosos, diseñó un grandioso y bello conjunto, y siguió sus recomendaciones de huir del lujo, ser austero y sencillo, para mostrar y vivir mejor su carisma agustiniano recoleto. Para mantener ese toque de vanguardia, tan propio de Fernando Población, rehuyendo de las réplicas que se estaban haciendo de la monumental Salamanca en otros edificios, tuvo que contar, como en otras ocasiones, con el escultor más moderno y adelantado de aquella Salamanca de los años cincuenta, José Luis Núñez Solé. Una vez más, la colaboración del escultor con el arquitecto fue un acierto por medio del cual se consiguió un conjunto actual, novedoso y de gran belleza. La presencia de Núñez Solé fue necesaria para decorar las principales dependencias del Colegio, en ellas pudo desplegar todo su talento y sus búsquedas artísticas. Cada escena, sea tallada o dibujada, fue elegida con la intención de ayudarnos a estar y situarnos en los lugares más significativos del edificio, donde sucede y gira la vida de la comunidad agustina: la fachada principal, el claustro, la capilla y el comedor.

Esgrafiado mural

En esta ocasión nos vamos a detener a contemplar la obra mural que realizó para el fondo del comedor. Es la única obra que firma y fecha el autor, en 1958, siendo así la firma de todo el conjunto escultórico y pictórico que nos dejó para este grandioso colegio. Núñez Solé trazó son rasgos esenciales y muy bellos una Última Cena, tema muy acorde para un comedor. La técnica empleada para hacer este dibujo fue el esgrafiado, la misma que usó en el techo-baldaquino, sobre el altar del ábside de la capilla, para representar a la Santísima Trinidad. Las líneas de color tierra, de distintas profundidades e intensidades, se logran por medio de unas incisiones muy precisas que rascan el yeso blanco, dejando al descubierto el color antes aplicado en el fondo. De esta forma se consigue un dibujo que pretende ser duradero al paso del tiempo.


Cristo se dispone en el centro de la mesa a la manera clásica de las últimas cenas, sentado en una mesa alargada con sus doce apóstoles a ambos lados, rememorando aquella cena de despedida antes de su Pascua. Debido a su colocación, somos atraídos y nuestra mirada se concentra, en primer lugar, en la figura serena y ensimismada Jesús, el único que tiene el nimbo dorado por ser el Hijo de Dios, y en las acciones que está realizando con el pan y el vino para que se conviertan, junto a sus palabras, en su Cuerpo y Sangre: “Mientras comían, Jesús tomó pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió, lo dio a los discípulos y le dijo: -Tomad, comed: esto es mi cuerpo. Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias y dijo: -Bebed todos, porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados” (Mt 26, 26-28; cf. Mc 14, 22-24).

Representa la escena según el relato de los evangelistas

Tomar, bendecir, partir y dar son los verbos en los que Núñez Solé se inspira para representar a Jesús en la Última Cena, es decir, sigue lo que nos dicen los evangelistas. Por eso, Jesús toma enérgicamente con su mano izquierda el cáliz, también dorado como lo está su nimbo, porque en interior contiene su misma presencia sagrada, el vino convertido en su Sangre. Eleva su mano derecha en señal de bendecir, haciendo la señal de la cruz sobre el pan y el vino, ya que son su cuerpo entregado y su sangre derramada por muchos para el perdón de los pecados. Ya ha partido el pan y lo ha dado a sus discípulos, además del fragmento de pan, que está por delante la copa y depositado sobre el mantel, se extienden sobre la mesa otros cuatro fragmentos de pan delante de los apóstoles, siendo los únicos alimentos presentes en este banquete, que evoca el regalo sacramental de Cristo en la mesa compartida y el pan partido.

Los doce apóstoles son distribuidos simétricamente a los lados, detrás de la mesa, con el torso del cuerpo de frente pero moviendo sus cabezas hacia Jesús. Ellos recibieron aquella noche el encargo de Jesús de servir esta mesa en su Iglesia y en el mundo, realizando sus mismos gestos y palabras, para recordarle y hacerle presente: “Haced esto en memoria mía” (1 Cor 11, 24. 25). Los apóstoles de su izquierda extienden sus manos para recibir y alimentarse de los dones eucarísticos, pues son el verdadero pan que da la vida y la bebida de la salvación. Y los de su derecha esconden sus manos en las mangas de su túnica, indicando que están en adoración, aceptando y reconociendo en silencio la presencia sagrada y sacramental del mismo Cristo. Identificamos con claridad solo a dos de los doce apóstoles. A Juan, el discípulo amado, que es uno de los más jóvenes, sin barba, sentado a la izquierda de Jesús, junto a su regazo como nos dice el evangelista Juan (cf. Jn 11, 23), que al día siguiente será testigo real de lo que aquí sucede simbólicamente, cuando vio la sangre y el agua manando del costado abierto de su cuerpo en la cruz (cf. Jn 19, 34-35). Y a Judas, situado al extremo izquierdo de la mesa, sin nimbo en su cabeza, el cual esconde por debajo la bolsa de las monedas de plata con las que traicionó a Jesús. El rostro de Judas se contrapone al de los demás por su expresión tensa y fruncida, además su rostro está de perfil, no nos muestra toda su cara y se oculta, debido a su gran pecado, que se ve descubierto por Jesús: “En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar: uno que está comiendo conmigo” (Mc 14, 18).

Una mesa que se prolonga hasta la vida de la Iglesia peregrina en el mundo

Esta larga mesa no solo está concebida para disponer a Jesús y a los apóstoles sin obstáculos, sino que está abierta intencionadamente por el frente hacia nosotros, es decir, se extiende y prolonga hasta la vida de la Iglesia peregrina en el mundo y la historia. La mesa del ágape y la mesa de la Eucaristía están unidas. Las comidas fraternas son una prolongación de la mesa de Jesús, la celebración de la Eucaristía en la capilla tiene su continuidad más inmediata en el refectorio de este colegio.

Tanto los agustinos de este colegio como nosotros, ante la contemplación de esta Última Cena de Núñez Solé, somos llamados a vivir la Eucaristía, más allá de una mera celebración litúrgica, en la fraternidad, compartiendo la vida, los bienes y los dones en la Iglesia con los hermanos, y en la justicia, sirviendo con la verdad y la caridad a los más pobres del mundo: “Así, pues, que cada cual se examine, y que entonces coma así del pan y beba el cáliz” (1 Cor 11, 28).

 

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