19/04/2019
Tras siglos oculta y olvidada, por la distancia y el deterioro, en febrero de 2010 descubrimos y dimos a conocer esta magnífica tabla de la ‘Resurrección de Cristo’ del retablo mayor de El Campo de Peñaranda. En aquella ocasión ya atribuimos esta obra a uno de los pintores más destacados de finales del siglo XV, Fernando Gallego. Se trata de un artista hispano-flamenco, que vivió y trabajó en la ciudad de Salamanca, donde estableció su taller y fundó una escuela, de la que salieron importantes pintores y colaboradores suyos: Francisco Gallego, el Maestro Bartolomé o Pedro Bello.
Lo que nos puso en la pista para pensar que esta obra es de Gallego, es que se conservaran otras dos tablas suyas de la Parroquia de El Campo, el ‘Nacimiento de Cristo’ y la ‘Flagelación’. Seguro que las tres formaron parte de un retablo anterior al actual, relatando con más escenas y tablas la vida de Cristo. Sin embargo, debido a los cambios de gusto, fue desmontado el retablo del siglo XV a principios del siglo XVII, para contratar otro más acorde con las enseñanzas del Concilio de Trento. Mientras las demás tablas estuvieron desperdigadas por la iglesia, con el riesgo de su pérdida, esta se incorporó afortunadamente al nuevo retablo y se mantuvo en su remodelación del XVIII.
Nos llama la atención el fondo donde sucede la resurrección. Un paisaje natural y arquitectónico del valle alemán de Rin, formado por colinas elevadas, ciudades con edificios de varios pisos y torres cilíndricas, de tejados muy inclinados. La tabla es una interpretación libre de la ciudad alemana de Oberwesel, lo cual demuestra la influencia de los grabados y pinturas de Martin Schongauer. Así mismo los soldados que vigilan el sepulcro están vestidos con armaduras de finales del siglo XV, de las que se aprecian todos sus detalles: cotas de malla; cascos abiertos o borgoñotas, en dorado y acerado; petos hasta la cintura; escudos; coderas; guanteles; correas y hebillas… También portan armas de la época: una alabarda y una lanza.
La imagen del Resucitado, comparado con los otros pintados por Gallego, acaba sorprendiéndonos por el enorme parecido en aspectos y detalles. Así adquiere la misma postura que el de la tabla de la ‘Resurrección’, que estuvo en Arcenillas, o el de la ‘Aparición a la Magdalena’ del Museo Diocesano de Zamora, o el ‘Resucitado’ de Trujillo. Usa la técnica del “contrapposto”, es decir, las piernas y los brazos intencionadamente se contraponen en un diseño que pretende lograr movimiento, equilibrio y armonía. La figura de Cristo está bien proporcionada, confirmando que estamos delante de una obra de Gallego de su etapa de madurez, en la que ya ha superado el alargamiento las imágenes que practicó al principio, influenciado por artistas flamencos como Dirk Bouts.
En el primer plano emerge Jesús, de pie y despierto, traspasando el sepulcro cerrado, en contraste con cinco de los seis soldados, que están tumbados y dormidos. El Resucitado es el centro de la composición que une los tres planos de profundidad en los que se divide la escena. Su cabeza traspasa el cielo; sus ojos siguen la línea del horizonte, recurso propio de Gallego para mostrar la superioridad jerárquica del personaje. Realiza dos gestos: el saludo y la lucha. Alza su brazo derecho y abre la mano dirigiéndose a las mujeres, situadas en el segundo plano, que caminan en dirección al sepulcro por un camino que serpentea hasta llegar al primer plano, donde está el Señor. La otra mano, la izquierda, empuña el bordón de la cruz. El Resucitado responde al ataque de la lanza del soldado despierto con la cruz, es como si se entablara una batalla. En esta lucha se nota que Cristo vence, aunque no se cubra con ninguna protección, al contrario, deja intencionadamente al descubierto su carne glorificada, mostrando las cinco llagas de la cruz, de las que todavía brota abundante sangre. Al final, el soldado acaba rindiéndose, su mano izquierda aparece sin el guante de la armadura pidiendo paz. En el tercer y último plano está la ciudad de Jerusalén, como ya hemos dicho concebida como una ciudad del norte de Europa, y también una gran roca resquebrajada, quizás en referencia al Gólgota, monte donde fue crucificado y murió Jesús.
Fernando Gallego representa, como hacían los demás artistas de su época, la resurrección de Cristo siguiendo los textos de los evangelios, uniendo en una sola escena lo que nos relatan tres evangelistas distintos. Según describe el Evangelio según San Marcos, al fondo, están las tres mujeres que se encaminaron al sepulcro: “Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarle. Y muy de madrugada, el primer día de la semana, a la salida del sol, van al sepulcro” (Mc 16, 1-2). También se recoge otro detalle, que solo nos detalla el evangelista Mateo, sobre los guardias del sepulcro: “atemorizados ante él, se pusieron a temblar y se quedaron como muertos” (Mt 28, 4). Y Jesús resucitado se presenta como en su primera aparición a los discípulos, según nos cuenta el evangelista Juan, saludando y mostrando las heridas de la cruz: “Se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz con vosotros. Dicho esto, les mostró las manos y el costado” (Jn 20, 19-20).
Sin embargo, Fernando Gallego pretende comunicarnos algo más que el conocimiento del suceso, nos lleva a contemplar lo que significa creer “que Cristo murió, fue sepultado y resucitó al tercer día, según las Escrituras” (1 Cor 15, 4). Por detrás del Resucitado de Gallego, se sigue a San Pablo, que describe la resurrección como una batalla, la más decisiva de la humanidad, en la que vence Jesús: “La muerte ha sido devorada por la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde esta, oh muerte, tu aguijón?… gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 15, 54-55. 57). También está un himno antiguo que canta la Iglesia antes del Evangelio del Domingo de Resurrección, el llamado “Victimae Paschali”. En la tercera estrofa se compara la resurrección con una batalla de la que sale victorioso Jesús: “Lucharon vida y muerte en singular batalla y muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. Por eso, el Resucitado es puesto intencionadamente de pie sobre la losa del sepulcro cerrado, para que veamos que la muerte no ha podido con Él. Los soldados amenazan a ambos lados con sus armas para derrotar de nuevo a Jesús. La serenidad, la belleza y el dinamismo del Resucitado contrasta con el nerviosismo, la fealdad y el adormecimiento de los soldados, que personifican las fuerzas del mal y el pecado, que son la injusticia, la opresión y la mentira, que han llevado a la humanidad a la muerte. La respuesta de Jesús en esta lucha frente al pecado y la muerte, no es la de tomar las armas del mundo, sino que emprende un camino nuevo. El Resucitado parece indefenso, abriendo la mano, portando la cruz y enseñando las cinco heridas, todavía abiertas y sangrando. La mano levantada de Jesús, además de saludar a las mujeres, señala el lugar donde dio su vida en la cruz, fuera de Jerusalén en el monte Gólgota, que aparece como una gran roca agrietada cuando murió Jesús: “tembló la tierra y las rocas se hendieron” (Mt 27, 51). El amor hasta el final (cf. Jn 13, 1), gracias a la vida dada por el Padre a su Hijo en la mañana de Pascua, ha vencido el pecado y la muerte. Jesús, el siervo crucificado, ahora se convierte en Señor de toda la humanidad, y encabeza la marcha hacia el Reino de Dios (cf. Flp 2, 11).