16/02/2020
La Capilla del Seminario diocesano de Salamanca, acoge un conjunto escultórico en piedra del escultor salmantino Damián Villar. La causa por la que se encargó esta obra, se debe al trágico incendio de la noche del diez al once de febrero de 1960, que destruyó casi por completo el antiguo Colegio de la Orden de Calatrava.
Según recuerdan los que fueron seminaristas de entonces, la elección iconográfica de los retablos debe también al rector del seminario Don Clemente Sánchez. Un Cristo Crucificado, para presidir el central, el relieve de La tentación de Santo Tomás de Aquino, destinado al de la Epístola y La predicación de San Agustín, para el del Evangelio. El rector le pide al escultor que represente dos momentos concretos de las vidas de estos santos, con el fin de servir de ejemplo a los seminaristas en su predicación y en su lucha contra las tentaciones.
Santo Tomás de Aquino aparece representado como un hombre joven, aún imberbe, que siente vocación religiosa y ha ingresado en la Orden de Predicadores, de ahí que ya vista de dominico. Sin embargo, la familia noble de Santo Tomás intenta cambiar su decisión, por eso le encierra en un castillo y utiliza a una mujer prostituta para tentarle. El escultor, a petición del rector don Clemente, capta el momento más tenso de la tentación, justo cuando Santo Tomás de Aquino rechaza a la mujer con un tizón del fuego de la chimenea y es vencida gracias a la señal de la cruz, grabada en la pared y en su gesto de bendición: “Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero” (Ap. 12,11).
El espacio inferior está bien conseguido, quedando el santo en una posición un poco más atrasada respecto a la mujer. Además, el escultor lleva a cabo una gradación del relieve, para conseguir una sensación de verdadera profundidad. El fondo lo constituye la estancia en la que tuvo lugar la tentación, se aprecian las líneas de los sillares del castillo, con un arco de medio punto que se abre en la parte derecha, advirtiendo a su lado una cruz grabada en el muro por Santo Tomás, ante la cual se postró para orar y vencer esa tentación. Los gestos de los dos personajes están bien conseguidos, mostrando la angustia de la mujer y el enfado del fraile. La acción del santo adquiere un movimiento dramatismo, por la diagonal que parte del tizón y se dirige contra la mujer arrodillada.
En el espacio superior aparecen dos ángeles entre las nubes, que llegan para recompensar al santo por su templanza. El de la izquierda junta sus manos en actitud de oración, con la boca entreabierta, como si estuviera asombrado por la decisión del fraile. El otro ángel se acerca al santo volando y le coloca sobre los hombros el cíngulo, símbolo de la castidad con que decidió premiarle Dios.
Al otro lado del altar mayor, se encuentra La predicación de San Agustín. El protagonista se encuentra de pie y girado, subido en lo alto de un púlpito desde el que predica, viste de hábito y agita los brazos. El escultor Damián Villar ha transformado sus manos en una imagen por medio de la cual podemos ver y sentir la voz. Han acudido cinco hombres para escuchar la predicación de San Agustín, dispuestos a su alrededor en una forma circular. Al igual que en el relieve de Santo Tomás, Damián Villar ha empleado diferentes gradaciones de relieve para lograr una correcta representación del volumen. Hay una variedad de posturas y gestos, según es recibida y acogida la predicación. De este modo, los dos del fondo inclinan sus cabezas, rompiendo la rigidez y la frontalidad, mantienen los ojos cerrados porque están profundizando lo que dice, se nota que al primero le ha llegado la palabra al corazón porque su mano está colocada sobre el pecho. El segundo acepta su enseñanza como verdad, ratificada por la Escritura, abierta y sostenida en la mano. Por otro lado, hay otros tres hombres que están en el primer plano. El primero de ellos tiene la cabeza baja, en señal de arrepentimiento, pues las palabras del santo provocan su conversión. El siguiente mira embelesado al orador, se queda con la boda abierta y dispone sus brazos hacia atrás con las manos en forma de cruz, dispuesto a seguir a Cristo hasta el final. El último de ellos se sitúa de perfil y se gira hacia el anterior, pasando el brazo por encima de su hombro. La voz de San Agustín, servidora de la Palabra de Dios, además de convocarles, les reúne en la comunión de vida de la fraternidad.
A través de este relieve San Agustín se convierte para los seminaristas en un ejemplo para prepararse en su servicio de predicar la Palabra de Dios, que tienen que llegar al corazón, servir a la verdad, provocar la conversión, suscitar la llamada y el seguimiento, y vivirla con los hermanos en la Iglesia y el mundo.