11/03/2020
Todos los años, nada más comenzar la Cuaresma, ya sabemos que el Primer Domingo corresponde a las “Tentaciones de Jesús en el Desierto”. En el prefacio perteneciente a este Domingo se nos explica cuál es la razón por la que se ha elegido este momento de la vida de Cristo para ser proclamado en el Evangelio: “El cual, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica de nuestra penitencia cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado; de este modo, celebrando con sinceridad el misterio de esta Pascua, podremos pasar un día a la Pascua que no acaba”. Las tentaciones de Jesús en el desierto fueron representadas en una tabla del segundo cuerpo del retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, después de “El Bautismo de Jesús” y antes de “Jesús servido por los ángeles”, formando parte del inicio del ministerio público de Jesús. Os ofrezco la oportunidad de acercarnos y contemplar para este Domingo la belleza de esta obra inspirada en el Evangelio, para ayudarnos a emprender mejor nuestro itinerario cuaresmal de preparación hacia la Pascua.
Esta tabla fue pintada por uno de los maestros del taller de los hermanos Delli, al que los expertos llaman el maestro 2 del retablo, dudando que pueda ser Sansón Delli. Se le pueden atribuir casi todas las escenas de la vida pública de Cristo. A este maestro pintor se le distingue de los demás maestros del retablo por realizar cuerpos un poco encorvados; las cabezas grandes, pues aunque son alargadas y estrechas las caras, se ensanchan mediante masas compactas de pelo y barba; las figuras son desproporcionadas respecto a la arquitectura y los paisajes; y los gestos de los personajes son inexpresivos se limitan a formas estereotipadas, como la mano que señala con el índice apuntando. Debido a todo esto, comprobamos que este maestro aparece todavía más ligado a tendencias del gótico tardío del siglo XIV que al estilo “Internacional” del siglo XV, traído por el maestro Daniel Delli a Salamanca.
La iconografía sigue con fidelidad el relato del evangelio según San Mateo (cf. Mt. 4, 1-13), aparecen enumeradas en su orden las tres tentaciones conforme a este texto, dependiendo de los tres planos superpuestos que consiguen profundidad. El evangelista Lucas, por el contrario, cambia el orden de la segunda y la tercera tentación, no correspondiendo a lo descrito en esta tabla, descartando, por lo tanto, su influencia e inspiración. De esta manera, siguiendo a Mateo, la tentación del pan es la más grande porque está en el primer plano, por detrás, más pequeña, está la tentación de tirarse del alero del templo, y, al fondo, casi en miniatura, está la tentación de Jesús de adorar al diablo en lo alto del monte. Con el recurso de poner cada tentación en un plano de profundidad diferente se consigue que la tensión narrativa del relato vaya “in crescendo”. Jesús rechaza la primera tentación del primer plano amablemente; la tensión aumenta un poco más en el alero del Templo de Jerusalén, se le nota ya un cierto enfado a Cristo respecto al diablo, porque señala enérgicamente con el dedo; y finaliza de forma violenta en la secuencia del fondo, arrojando a Satanás desde lo alto de una montaña.
Aunque, sin duda, Cristo sea el protagonista de la escena, nos llama fuertemente la atención el Diablo por sus vestimentas y su aspecto. Se nota que nos vamos alejando de la manera de representar al Diablo de la época medieval, en el que aparecía cubierto de pelos, con grandes cuernos, alas de murciélago, pies como garras o pezuñas. En el siglo XV los artistas se dan cuenta que con ese aspecto tan monstruoso era difícil engañar a cualquiera, y menos a Cristo, por eso lo visten o disfrazan de persona normal, para tapar su verdadera identidad. También aprovechan lo de la indumentaria para criticar al estamento clerical y religioso, pues lo visten con el hábito de monje, llevando el cayado de peregrino con una campanilla y un rosario en la mano, tal y como ocurre en esta tabla del retablo salmantino. A pesar de esa apariencia de hombre bueno y religioso, se ve atada al cinturón una faltriquera, que es una bolsa pequeña atada a la cintura para guardar el dinero, criticando de esta manera el pecado de la avaricia en la jerarquía eclesial.
La ambición del tener, convirtiendo las piedras del desierto en panes, el salto del triunfo religioso en el alero del Templo y la toma del poder, subido en lo alto de la montaña, para admirar y conquistar los reinos o ciudades del mundo, divisadas en las colinas del horizonte, son las tres tentaciones por las que pasa Jesús y la humanidad. El dedo índice de la mano derecha de Jesús es la clave para vencer la tentación y no caer en el pecado. Simboliza la manera cómo venció a Satanás, por medio de su entrega gratuita a la voluntad de Dios Padre, recogida en la Palabra de Dios (“está escrito”), sin ser instrumentalizada bajo sus intereses, según el engaño del Diablo en la segunda tentación del Templo.