29/03/2020
El Domingo V de Cuaresma ya nos prepara para celebrar los días centrales de nuestra fe, que nace en la Pascua de la muerte y resurrección de Jesús. Por eso, escucharemos en el Evangelio de la Eucaristía del ciclo A el relato de la resurrección de Lázaro, que se encuentra en el capítulo once del evangelista San Juan. Es un anticipo de lo que le va a pasar a Jesús, muriendo y resucitando, y de la vida nueva que nos ha regalado en el Bautismo, el cual renovaremos en la noche de la Vigilia Pascual.
Precisamente dentro de la lectura iconográfica del retablo de la Catedral Vieja de Salamanca, que hay que hacerla de izquierda a derecha y de abajo a arriba, nos encontramos en la última tabla o escena del tercer cuerpo, dedicado a la vida pública de Cristo, con la escena de la Resurrección de Lázaro. A continuación le siguen, en las dos primeras tablas del cuarto cuerpo, la Unción de Betania y la Entrada Mesiánica de Jesús en Jerusalén, estos dos relatos, representados en el retablo, están recogidos en el capítulo siguiente del evangelista Juan, el doce, como pórtico a la pasión, muerte y resurrección de Jesús (cf. Jn 12, 1-11. 12-19). En esta tabla sucede una novedad, en vez de utilizar la gruta, tal y como aparece en las obras de Duccio, Giotto y Fray Angelico, se utiliza el sarcófago de mármol, posiblemente influenciado por los autos sacramentales de la alta Edad Media. Se prefiere el modo de enterramiento occidental, en el que ya no se enterraba a los muertos embalsamados de pie en una gruta, sino envueltos en una mortaja y acostados en un féretro. Nos encontramos aquí en vez de con un paisaje rocoso con un auténtico cementerio, donde los sarcófagos se disponen en filas. Los féretros le sirven al artista para crear un efecto espacial, logrando profundidad, pues se disponen unos y otros de forma oblicua. En el plano del fondo se divisan dos ciudades amuralladas, la más próxima es Betania, donde sucederá la resurrección de Lázaro, y la que está al fondo y a su lado es Jerusalén, lugar de la muerte y resurrección de Jesús. El pintor de esta tabla del retablo quiere representar simultáneamente cuatro momentos contados en el capítulo 11 de San Juan, que corresponden a distintos momentos en el transcurso del relato:
1. El acompañamiento de los discípulos de Galilea a Judea para realizar el milagro con el que aumentará su fe en Jesús: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a él” (Jn 11, 14). Advertimos como están representados, detrás de la figura de Jesús, los apóstoles, que le han seguido en este camino no solo hasta el milagro de Lázaro en Betania sino hasta su Pascua en Jerusalén. Sin embargo, hay uno de ellos que no está detrás de Jesús, sino que aparece al otro lado tras la lápida del sepulcro. Se trata del apóstol Tomás, su nombre está inscrito en el nimbo dorado, nos mira y nos desafía e invita a seguir a Jesús por su camino de la entrega de la vida, tal y como está descrito en el texto del cuarto evangelio: “Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: -Vamos también nosotros y muramos con él” (Jn 11, 16).
2. El encuentro previo al milagro, en el que Jesús tiene, nada más llegar a Betania, un diálogo personal con las hermanas de Lázaro, Marta y María (cf. Jn. 11, 20-33). Primero con Marta, pues le sale al encuentro, y después con María, que se había quedado en casa. Las dos aparecen postradas a sus pies en primer plano, en un gesto creyente de reconocer a Jesús como la resurrección y la vida: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25-26). Distinguimos a cada una de las hermanas por lo que nos dice el texto del evangelista. Marta levanta sus manos adorando con fe a Jesús, el cual extiende su mano izquierda con el gesto de la bendición. Y María se pone a sus pies (cf. Jn 11, 32), pero los besa, anticipando el gesto de unción que vendrá a continuación en la casa, después de la resurrección de Lázaro, como símbolo de su muerte salvadora: “María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera” (Jn 12, 3).
3. La orden de Jesús, nada más llegar al cementerio donde está enterrado Lázaro, de levantar la tapa del sepulcro, a pesar de las advertencias de Marta, porque el cuerpo de su hermano olía mal tras cuatro días enterrado (Jn 11, 38-41a). Para expresar esto con imágenes aparecen dos personas por detrás levantando con gran esfuerzo la lápida y una mujer se tapa la cara en señal del mal olor que desprende el cuerpo sepultado de Lázaro.
4. Y, finalmente, vemos la voz potente y poderosa de Jesús, después de haber orado al Padre, con la que manda a Lázaro que resucité y salga del sepulcro. En la mano derecha extendida y el dedo índice con el que señala Jesús a Lázaro, podemos ver la fuerza de la palabra de Jesús con la que consigue resucitarle: “Y dicho esto, gritó con voz potente: -Lázaro, sal afuera-” (Jn 11, 43). Lázaro emerge del sepulcro envuelto en una mortaja, todo conforme al texto evangélico, y su primera mirada se dirige al que es la vida y la resurrección (cf. Jn 11, 44). Por medio de la última tabla del tercer cuerpo del retablo somos invitados a escuchar y contemplar el Evangelio del Domingo V de Cuaresma. Somos invitados a creer en Jesús y seguirle, dando la vida como los apóstoles que le seguían; salimos al encuentro de Jesús con la confianza de Marta y María, que a pesar del dolor por la muerte de su hermano creen que Jesús es la vida; hacemos lo que Él nos diga, aunque haya muchas cosas que lo impidan, quitando la losa del sepulcro; y dejamos que su Palabra poderosa nos ilumine y nos dé la esperanza de la vida. Creer en Él y seguirle, hacer frente con Él a lo imposible, escuchar y proclamar su Palabra de vida, más allá de la muerte física, son las claves que necesitamos para superar este momento tan difícil y doloroso que nos está tocando atravesar y vivir a todos. No hay que temer, el Señor va por delante y nos acompaña en este cambio de época, en el que tenemos que estar al lado de los más débiles y pobres: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo” (Jn 11, 27).