31/12/2018
En el interior de uno de los cubos de luz, que conmemora los 25 años de la exposición de Edades del Hombre en Salamanca, aparecen distintas obras de arte que nos acercan al tiempo de Navidad. Nos referimos al tercer cubo, el que está en el transepto norte de la Catedral Nueva. Antes de entrar, ya admiramos y distinguimos de inmediato el grupo escultórico de la Epifanía o Adoración de los Magos de Alonso Berruguete, realizado para el retablo de una de las capillas de la iglesia de Santiago de Valladolid. El encargo fue realizado por el banquero don Diego de la Haya el 30 de junio de 1537 para presidir la capilla familiar que éste tenía en dicha iglesia. Entre las condiciones que puso el adinerado banquero estaban que todo el retablo tuviera un acabado dorado, que la escena del Nacimiento de Jesús ocupara un lugar destacado y que aparecieran retratados como donantes tanto él como su esposa doña Catalina Barquete. El resto del retablo quedaba a la libre creatividad e inspiración del escultor. Lo que pretendía Don Diego de la Haya era aumentar su prestigio, por medio de un artista de fama, el cual cinco años antes se la ganó con el impresionante retablo para el monasterio de San Benito el Real, hoy en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid. La relación de Berruguete con este banquero creció, hasta llegar a formar parte de su familia, ya que dos de sus hijas se casaron con dos nietos de don Diego.
Es novedoso y original el diseño del primer cuerpo del retablo, donde las calles y entrecalles dejan paso a una escena unificada que ocupa toda la anchura del retablo. De esta manera, es un retablo escenario, cubierto por una ancha venera, donde se representa el capítulo dos de san Mateo (cf. Mt. 2. 1-12): la Adoración de los Magos. La composición está formada por tres bloques independientes, en el que la Sagrada Familia, concebida de manera serena y clásica, es colocada en el centro en contraposición a las agitadas figuras laterales, donde están los tres magos con su séquito. Berruguete no pretendía representar literal e históricamente el relato, sino que prescinde del espacio para transmitirnos su mensaje evangélico.
La asentada figura triangular, dentro de la cual está inserta la Virgen con el Niño, atrae de inmediato nuestra mirada, visibilizando la manifestación divina (“epifanía”), aquella que contemplaron asombrados los Magos al entrar en la casa de Belén: “vieron al niño con María, su madre” (Mt. 2, 11). Hay una evidente exaltación mariana, la Virgen es ideada como una diosa matrona romana, para significar que estamos ante la Madre de Dios. En vez de sentarse sobre un sitial, lo hace sobre una gran roca con las rodillas dispuestas a distinta altura. La grandiosa imagen de la Madre contrasta con el Niño pequeño, al que acaricia y sujeta con su mano izquierda, el cual se coloca en una postura en diagonal y tensa. El Niño parece escurrirse de su regazo, una de sus piernas cae hacia abajo. A la vez, Él se agarra fuertemente a su Madre, colocando tiernamente su cabeza sobre el vientre donde fue concebido y nació. Por medio de esta imagen tan expresiva, Berruguete quería contarnos quién es este Niño y cuál es su misión. Es el Hijo de Dios, encarnado en el seno de María, que ha venido desde Dios Padre con una tarea: redimir a toda la humanidad del pecado y la muerte, entregando su vida en la cruz, sobre la roca del Gólgota. A la izquierda, por detrás, asoma la figura de San José, presentado como un hombre mayor y rudo; duerme, apoyando su cabeza sobre un cayado, anticipando el suceso posterior del Evangelio, el de la huida a Egipto (cf. Mt. 2, 13).
A los lados aparecen los Magos y su séquito, como figuras inestables, alborotadas y en movimiento continuo. A pesar de tanta agitación, el maestro Berruguete consigue, gracias a sus conocimientos compositivos, un grupo unificado a cada lado. Al presentar a los Magos con tanta pasión y dinamismo, le ha dado más importancia a su camino de búsqueda que al momento de sosiego propio de la adoración. Se trata de una obra que refleja el momento de búsqueda que vive la humanidad en el siglo XVI, ante un cambio de época, similar a nuestro tiempo. Siguiendo la iconografía tradicional, los tres Magos simbolizan todas las edades y todos los pueblos de la tierra, es decir, la humanidad entera. Jesús ha nacido para salvar a todos y se deja ver por todo aquel que le busca de verdad. Los Magos han encontrado al Mesías, aún así no hallan descanso, porque Él les ofrece el camino nuevo del Evangelio para volver a su tierra: “se retiraron a su tierra por otro camino” (Mt. 2, 12).