17/05/2020
En este Domingo VI de Pascua ya se nos empieza a decir que el gran regalo del Resucitado es el Espíritu Santo, todas la lecturas que escucharemos en la Liturgia de la Palabra lo sugieren. En el Evangelio Jesús, en el discurso de despedida de Juan, le pide al Padre que nos dé el Espíritu que le resucitó de entre los muertos, para que sea nuestro único defensor y nos conduzca a la verdad plena. Por este motivo, hoy nos acercaremos hasta el tornavoz de las Carmelitas Descalzas de Peñaranda, aquí se representa este Espíritu de la verdad.
Aunque desde antiguo los púlpitos eran usados en las iglesias es, sobre todo después del Concilio de Trento, el lugar necesario donde los sacerdotes y predicadores enseñan a los fieles la fe verdadera que predica y enseña la Iglesia. Desde entonces se convierten en un elemento imprescindible en cualquier iglesia, por eso la mayor parte de los púlpitos de nuestras iglesias son de los siglos XVII y XVIII. Durante tres siglos han cumplido su tarea de ser tribunas desde donde se enseñaba, por medio de sermones y rezos, la Palabra de Dios, la doctrina de la Iglesia y la vida de los santos o testigos de la fe, hasta después del Concilio Vaticano II.
El púlpito de las Carmelitas Descalzas de Peñaranda pudo ser realizado por los mismos artistas de los retablos, aquellos que también los hicieron para la iglesia de las Carmelitas de Alba de Tormes, tras ser ampliada a finales del siglo XVII, para acoger a los numerosos peregrinos atraídos por el sepulcro de Santa Teresa.
Como pasa con los retablos, sorprende la semejanza en el diseño de los tornavoces de los púlpitos de Peñaranda y Alba. Mientras en los retablos se dedican a un barroco más clasicista y moderado, propio de la espiritualidad y sobriedad carmelitana, en los púlpitos los artistas tienen la libertad de desarrollar el barroco del momento, donde las formas se sobrecargan en un estilo que en nuestra tierra se denomina churrigueresco.
Dos partes componen el púlpito de las Carmelitas de Peñaranda: la tribuna, lugar elevado donde sube el predicador, y el tornavoz, cubierta no solo ornamental sino que sirve para concentrar la voz, sin perderse en la reverberación producida en el espacio amplio de una iglesia.
La tribuna de Peñaranda, al contrario que en Alba, es sencilla, al modo de un balcón con una barandilla de hierro, contrastando con la riqueza decorativa del tornavoz. La forma geométrica de este tornavoz es de una pirámide octogonal, distribuida horizontalmente en cuatro partes: base octogonal, sobre la cual hay ocho aletones profusamente decorados con hojas y roleos vegetales, los cuales sostienen una linterna, coronada por la imagen de la fe. Bajo la base se encuentra la representación del Espíritu Santo en forma de paloma, rodeada por una gloria de cuatro querubines, nubes y rayos de luz. En la terminación superior de los aletones hay ocho ángeles en contraposto, portando símbolos relativos a la Virgen María y la Orden del Carmen, de izquierda a derecha aparecen: la luna, la pluma, las azucenas, la palma, el sol, el corazón traspasado por un dardo, uno perdido y el escapulario del Carmen. El vacío del espacio dejado entre los aletones es rellenado por veneras y rocallas vegetales que giran en torno a las cabezas de querubines.
La linterna es un prisma octogonal con arcos ciegos de medio punto, rodeado por una balaustrada. La imagen de la fe, subida triunfante en este lujoso podium, es reconocible por sus atributos: mujer joven, vestida de blanco, con los ojos vendados, elevando y mostrando el cáliz con su mano derecha, la cruz es un báculo que sostiene su izquierda, tres rayos de luz parten de su cabeza y su pierna avanza entre la túnica en un gesto de caminar hacia delante.
El tornavoz del púlpito de las Carmelitas de Peñaranda es, por lo tanto, un pedestal al que sube triunfadora la fe cristiana, desde aquí los sacerdotes instruyen a los fieles sobre las verdades que hay que creer y cómo vivirlas, ya que “la fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo” (Rom 10, 17). “FIDES EX AUDITU”.
Bajo la base octogonal del tornavoz está descendiendo en una gloria, que es una nube abierta y rodeada de rayos de luz, el Espíritu Santo en forma de paloma. Se trata del Espíritu de la verdad que garantiza lo que dice el predicador, que está debajo, siempre que sus palabras se sostengan en la verdad de la Palabra de Dios y en la tradición de la Iglesia.
Por encima los ángeles sostienen símbolos de la fe relacionados con la persona de María: el sol y la luna, porque ella es “resplandeciente como el sol y bella como la luna” (Cant 6, 9); la vara de azucenas por su pureza y virginidad; la palma de la victoria por su asunción a la vida inmortal junto a Dios; y el escapulario que la Virgen entregó a Simón Stock. Entremedias dos ángeles portan símbolos sobre un testigo de la fe importante para la Orden Carmelita Descalza, se trata de la reformadora Teresa de Jesús, de este modo se muestra la pluma con la que escribió sus obras y el corazón traspasado en la transverberación. Coronando todo el conjunto se eleva vencedora la fe. Muestra el cáliz, que tras la consagración contiene la Sangre de Cristo, y la cruz donde el Salvador redimió a toda la humanidad, puesto que son las verdades de fe por excelencia que hay que aceptar. De la cabeza de la fe emanan tres rayos de luz o potencias, se trata de un símbolo que contiene la verdad de fe fundamental, puesto que el Dios en el que creemos los cristianos es Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. La fe por último aparece bajo la imagen de la confianza, por eso es una mujer vestida de blanco que avanza hacia adelante con los ojos vendados, guiada solo por la voz y la verdad del Señor.