ACTUALIDAD DIOCESANA

13/03/2020

EvangelizARTE: Cristo y la samaritana

Adentrados en el tiempo cuaresmal, los tres últimos domingos del ciclo A están dedicados a los tres encuentros de Jesús que aparecen en distintos capítulos del evangelista Juan, el de la Samaritana, el Ciego y Lázaro. Desde muy antiguo, la Iglesia los escogió por su simbolismo bautismal, ya que presentan a Cristo como el agua, la luz y la vida nueva. Los que han estado preparándose para ser bautizados en la solemne Vigilia Pascual, recibían su última instrucción, y el resto de la comunidad cristiana se disponía con su escucha y meditación para renovarse en la Noche Santa. A lo mejor no nos habíamos dado cuenta, pero en las reuniones de la diócesis, la escena de Cristo y la Samaritana nos acompaña gracias al gran lienzo pintado al óleo, que se encuentra colocado al fondo, sobre el estrado, en la sala Virgen de la Vega. De esta manera, la formación que allí recibimos y los distintos encuentros fraternales, se convierten en una invitación a beber y saciar nuestra sed en Cristo, el agua viva.

Se trata de una bella obra de estilo barroco, aunque desconocemos el nombre del artista que la pintó podemos situarla de la segunda mitad del siglo XVII, pues se aprecia la influencia de Alonso Cano en su modo de componer, su tipología y sus formas. Es una obra cargada de elegancia, empleando tonalidades rosas para la túnica de Cristo y azules para el manto, destacando sobre un fondo verde oscuro intenso, y con celajes de tonos azules, ocres claros y grises. Sin embargo, también se inspira, al disponer el pozo en el centro de la composición, en la de Annibale Caracci del Kunsthistorisches Museum de Viena, manteniendo la libertad en las actitudes y gestos de los personajes. Además, el pintor ha sabido también incorporar a esta obra tan clasicista el colorido y la sensación atmosférica de la escuela veneciana. Por eso, los fondos están bien trabajados en profundidad, abundando las tonalidades brillantes y ocres-doradas, creando un espacio en el que se suavizan los contornos y se desdibujan las formas. La vegetación del primer plano sirve para insertar a los personajes principales, tratados con más minuciosidad en sus pinceladas. Aparece una clara composición diagonal escalonada en planos de profundidad, que dividen a la obra en tres partes, las dos primeras están ocupadas por las figuras de Cristo y la Samaritana, que están cobijados bajo la copa de un árbol, que extiende sus ramas y hojas a la derecha desde un tronco que sirve para apoyar la espalda del Señor, dejando el tercio derecho totalmente libre y abierto a ese paisaje luminoso en el que el espectador puede perderse y descansar su mirada.

Cristo es el agua viva

Como bien sabemos, la obra representa y evoca todo el pasaje del capítulo 4 de Juan. No obstante, percibimos los momentos más álgidos del encuentro de Cristo con la Samaritana, cuando le dice y revela que Él es el agua viva y el Mesías esperado, que ha venido para calmar y saciar la sed de la humanidad: “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice –dame de beber-, le pedirías tú, y él te daría agua viva… El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed… soy yo, el que habla contigo” (Jn 4, 10. 13-14. 26). Por eso, Jesús señala con el dedo índice de su mano derecha al pozo de Jacob, que contiene el agua de cada día, que debe ser sacado para calmar la sed una y otra vez, sin embargo, a su vez apoya con firmeza la mano izquierda sobre su pecho, porque está desvelando a la Samaritana que Él es el agua viva. El momento en el que esta agua se derramará sobre la humanidad será cuando sea entronizado el Hijo en el madero de la cruz: “uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34). De este modo, el árbol sobre el que apoya Jesús su espalda para descansar no es meramente un fondo decorativo, sino que nos sugiere al árbol de la cruz, lugar donde manó el agua inagotable de su corazón traspasado. Para mostrar el largo y profundo diálogo, en el que irá cambiando poco a poco esta pobre mujer, pública y descreída, se establece un contraste entre la imagen de Jesús, que está sentado por el cansancio del día, tal y como nos describe el texto del evangelio (cf. Jn 4, 6) y la Samaritana, que se encuentra tensa, a un lado, puesta de pie, separada por el pozo, apoyando todo el peso de su cuerpo sobre el brocal y mostrando su cántaro, colocado sobre su lado izquierdo, es decir, al lado de su corazón, porque está vacío y sediento de amor, a pesar de haber tenido hasta seis maridos en su vida. Jesús, por medio de su cercanía y su palabra, va regalando el agua de su manantial a esta mujer, que representa a toda la humanidad peregrina, “torturada por la sed” (Ex 17, 3). Según bebe va cambiando su visión de Jesús, porque al principio lo veía como un simple judío, luego el profeta, después el Señor y el Ungido, y, por último, el Salvador del mundo… También podemos apreciar en esta representación pictórica, como la Samaritana deja su cántaro sobre el pozo y está a punto de salir para anunciar a los del pueblo que se ha encontrado con el agua viva, se cumple lo que le había dicho Jesús antes: “el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna… De su seno correrán ríos de agua viva” (Jn 4, 14; 7, 37). Después de la tensión y el dinamismo entre Jesús y la Samaritana, nuestros ojos terminan descansando en la paz del horizonte del cuadro, contemplando el cielo, invitando a adorar a Dios por medio de su Hijo, el agua viva, “en espíritu y verdad” (Jn 4, 23).

¿Te gustó este artículo? Compártelo
VOLVER
Actualidad Diocesana

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies