ACTUALIDAD DIOCESANA

03/02/2021

El obispo anima a los consagrados, “a dar un testimonio de lo esencial”

Carlos López Hernández presidió la celebración diocesana de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, que tuvo lugar en la iglesia de La Purísima el 2 de febrero

 

La celebración diocesana de la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada tuvo lugar el pasado 2 de febrero en la iglesia de La Purísima, con la presencia de un aforo reducido de 25 personas por las restricciones de la actual pandemia. La eucaristía estuvo presidida por el obispo de la Diócesis de Salamanca, Carlos López Hernández, quien recordó a los consagrados que era una celebración del Señor, “para nosotros, y nuestra, para Él, para renovar nuestra consagración”.

En este sentido apuntó que Jesús, “no necesita ser consagrado, es obra del Espíritu Santo que está en Él, porque Él es hijo del altísimo”. López Hernández indicó que, a los consagrados, “el Señor nos ha dado la gracia de comprender que nuestra vocación se realiza en plenitud, no solo porque hemos conocido el tesoro del reino de los cielos, al cual hemos sido llamados a gozar, sino que la mayor parte de este tesoro es la identificación con el amado, con el Señor, que nos ha amado tanto, que su amor nos ha movido a identificarnos con él”.

El obispo habló de la respuesta de los consagrados, “con el máximo amor y entrega, con el máximo sacrificio de nuestra vida al amor con que hemos sido amados”. Para él, “esa es nuestra gloria, y un elemento esencial e imprescindible de nuestra consagración”.

El testimonio del amor de Dios

Además, recordó el lema de elegido para esta jornada mundial: “La vida consagrada, parábola de fraternidad en un mundo herido”, que bajo su punto de vista ha sido una expresión “muy certera”, al ser presentados como expresión de una nueva fraternidad de un mundo herido. “Y la mayor parte de nuestras acciones como consagrados que realizamos van en esa línea del testimonio del amor de Dios a los hermanos a través de muchas obras de servicio”, determinó.

Carlos López se sinceró al recordar que estaba en su final episcopal, y que podía ser la última vez que celebrase la fiesta de la vida consagrada “con vosotros”: “Les voy a expresar mi profunda preocupación por el futuro de la vida consagrada“, subrayó. Y aseguró que eran pocos en el templo por las circunstancias actuales, “¿pero no será tal vez esta pequeñez de presencia una profecía de lo que va a ser esta jornada de la vida consagrada celebrada dentro de 10 años?”.

El prelado considera que si no cambia mucho el testimonio de la alegría del sentimiento de Jesús, “y si no encontramos una forma de significar la contradicción por una participación más intensa en la Cruz del Señor, no vamos a ser capaces de ser suscitadores de vocaciones para chicos y chicas, que se sientan atraídos como nosotros un día nos sentimos,  a asumir la consagración a Dios, en la pobreza, en la castidad y en la obediencia”.

Un proceso de reflexión

El obispo diocesano lanzó a los consagrados una sugerencia para que hagan ahora y de cara al futuro: “Iniciemos un proceso muy serio de reflexión, en la vida consagrada, y en la acción del ministerio de la Iglesia, los obispos, los sacerdotes, los seminarios,… porque tenemos el riesgo de caer en la equivocación, de hacer un testimonio en la línea de lo políticamente correcto, en lo bien visto, y entonces, que bien y bonito es que los religiosos seamos alabados por nuestras buenas obras sociales, pero cuidado, que esas obras sociales también las hacen otras personas con distintos motivos”, precisó.

Y recomendó que tenían que ser muy conscientes, “de que el testimonio que tenemos que dar, es un testimonio de lo esencial, sin ocultarlo, sin dulcificarlo… Sin querer parecer que renunciamos a todo, que somos obedientes…”. A lo que añadió que él no defiende la obediencia autoritaria, “porque como obispo no practico esa obediencia”. Pero en su mensaje de esa jornada, como así apuntó, “pretendo indicar acentos, que tienen que ser constitutivos de nuestra vida para que realmente sea significativa, y solo puede ser desde la contradicción, desde la Cruz, y el que no lo entienda allá él. pero siempre habrá personas creyentes en la Iglesia que lo entiendan”.

Y determinó que es en esas personas que lo entienden, “de donde van a salir las futuras vocaciones que continúen nuestra misión, y que ahora no tenemos”. Y lanzó una pregunta: “¿Por qué no las tenemos?”, a pesar de la buena voluntad, “y que muchas veces hacemos hasta un trabajo heroico”, reiteró. Al respecto, lanzó una sugerencia: “Volvamos al testimonio auténtico de lo que nos constituye, por muy escandaloso que sea, por muy anticultural que sea, porque evidentemente, obedecer, vivir en castidad y en pobreza es absolutamente contra cultural, pero ahí está nuestra capacidad de testimonio”.

Un cambio de actitud

Don Carlos considera que si se dulcifica de una manera o de otra, “queriendo justificarnos para no parecer más o menos como gente extraña, posiblemente corremos el riesgo de que la gente nos manifieste un cierto respeto, y hasta reconocimiento social, pero no es seguro, y de hecho, la historia lo ha demostrado, no se van a sentir motivados a seguir la vida que nosotros seguimos”. E indicó que tienen que ser más cautos, “más astutos” en las actividades que realizamos, “y no dejarnos engañar y seducir”.

Después de la homilía del obispo, como cada año en esta eucaristía de la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, se llevó a cabo la renovación de la consagración a Dios de los hermanos.

La nueva delegada diocesana para la Vida Consagrada, Inés Cruz, fue la encargada de realizar la monición de entrada de la celebración, quien recordó la invitación a la fraternidad universal que hace el Papa Francisco a su encíclica “Fratelli Tutti”, “y que nos hace presente la urgente necesidad que tiene nuestro mundo de que como consagrados, mostremos nuestra condición de hermanos siendo constructores de fraternidad”.

Hijos de un mismo padre

Y apeló a que la fraternidad, “es la exigencia que surge de ser y sentirnos hijos de un mismo padre”. Y añadió que es comprender que hay algo que nos une a todos por encima de diferencias y de muros, “y que nuestra fraternidad es la medicina más eficaz para la soledad, la tristeza y para cualquier sufrimiento de nuestros hermanos“. Esta responsable diocesana animó a los consagrados a ser como un bálsamo en medio de tantas divisiones y de tanto dolor “producido por las enfermedades, rupturas y las discordias de nuestro mundo”

Cruz insistió también en que estamos inmersos en una pandemia que ha mostrado con toda su crudeza la vulnerabilidad del ser humano, “el dolor y la incertidumbre se han adueñado de muchos corazones y hay muchas heridas que sanar y ahí debemos estar, en primera línea, como consagrados, creando fraternidad”.

¿Te gustó este artículo? Compártelo
VOLVER
Actualidad Diocesana

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies