05/04/2020
Llegamos a la Semana Santa después de tres semanas de confinamiento en casa, y es mucho lo que hemos vivido, sufrido y aprendido. Al principio se trataba de aceptar la realidad, organizar nuestro día a día, adaptarnos a las normas preventivas e inventar otra forma de comunicarnos… Después conocimos con espanto lo que es el crecimiento exponencial del virus. Fue el tiempo de sujetar el miedo y aprender a caminar con paciencia en este túnel en el que estamos todos… Y la última semana ha sido la más dura. Ahora sabemos que esto es complicado y va para largo, que la crisis sanitaria va unida a la económica, y que las dos juntas le van a quitar mucha vida a este país. Nos pesa cómo aumentan cada día los contagiados, hospitalizados y fallecidos, y nos duele en el alma porque ya se trata de familiares, amigos o conocidos cercanos…
Pero no hemos estado solos. Jesús nos ha acompañado en esta larga Cuaresma-cuarentena en nuestras casas, y cada domingo nos ha dicho una palabra de ánimo: Como a la samaritana, nos ha susurrado que él nos conoce y que valemos mucho. Como al ciego de nacimiento, nos ha abierto los ojos a lo esencial de la vida. Como a Lázaro, nos ha dicho que saldremos de esta y que saldremos mejores… Y así hemos llegado a este Domingo de Ramos especial, en el que nadie batirá las palmas por él en las calles vacías. Pero hoy, nunca mejor dicho, “la procesión va por dentro”. No solo por estar confinados y con el pesar de nuestros enfermos y difuntos, sino porque los cristianos estamos más preparados que nunca para recibir a Jesús con hondura: Aclamemos al Rey humilde que quiere entrar en nuestro corazón… Aclamemos al Siervo compasivo que nos ayudará a cargar con nuestras cruces y dolencias… Aclamemos al Señor de la vida, que nos abrirá a otro futuro posible de salud y bien para todos… Con él y como él, queremos vivir a fondo esta Semana Santa 2020.
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