25/08/2022
Cuando intento, como en este momento, hacer a modo de epitafio en memoria de un gran y querido amigo, recientemente fallecido, te invaden la tristeza y las penas intensas e incontenibles, y es inevitable dejarte seducir por los lógicos y humanos sentimientos de la subjetividad, inducidos por la disposión emocional de la amistad. Pero no es el caso. O… ¿quizá sí? Pero… ¡no! No existieron obstáculos ni condicionamientos. No sé si nuestra amistad fue corta o larga. Ahora me resulta corta, cuando los acontecimientos se han producido tan rápida e inesperadamente.
Hago míos los versos del poeta Jorge Manrique en “Coplas por la muerte de su padre”: “Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando, cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando…”. No estamos, quizá, humanamente preparados para estos golpes.
Sin analizar la duración de nuestra amistad, que fue duradera, muy intensa y afectiva, leal y fiel a nuestros principios y valores éticos y morales, firmes en nuestros compromisos, apoyo mutuo en situaciones físicamente delicadas, en la esperanza de la fe y de la ciencia. Vivimos una amistad de sinceridad, con nuestros defectos, imperfecciones y virtudes. Conocíamos nuestras aficiones culturales, de las que teníamos grandes charlas en nuestros paseos por Valladolid, de nuestra espiritualidad, de la que por tu condición sacerdotal recibíamos consejos.
Hemos compartido también mesa y mantel. Trascendieron la amistad, con idéntica intensidad, a mi matrimonio, hijos y nietos. Eras sencillo y humilde, buscando siempre el cariño, que tú dabas con abundancia. Has dejado huellas de amor y entrega allá por donde has estado, dejando amigos de los que mi familia somos partícipes, incluso de Puerto Rico. Ha sido un honor y honra para mi familia, tenerte y disfrutar de tu amistad y espero que, de igual manera que nos comunicábamos allá donde estuviéramos, nos sigamos comunicando, ahora más espiritual.
Decía, resumiendo, Santo Tomás de Aquino sobre la amistad, que, además de afinidad, es empatía que nos hace colocarnos en lugar del otro y llegar a sentir aquello que nuestro amigo siente.
Como organizador y promotor, con la aportación personal y voluntaria del pueblo, modificaste para el disfrute de todos, nuestra, hoy, bella iglesia de Aldeaseca de la Frontera, dejando al descubierto su estilo y esplendor románico-mudéjar y otros objetos de gran valor.
Cuando mi mujer y yo te acompañábamos a celebrar misa por esos pueblos de Dios, sobre todo por los pueblos de Ledesma, observamos con satisfacción tu abnegada labor pastoral y entrega humana en pueblos con iglesias cuya estructura más bien se asemejaba a pajares. Y cuando te hacíamos comentarios negativos sobre la construcción y lo, para nosotros, inapropiado del lugar, nos contestabas con seguridad que, para celebrar la Eucaristía, Dios no tiene preferencias arquitectónicas. Y ante este razonamiento callábamos y reflexionábamos convencidos ante el poder de la razón.
Cuando te visitamos en la Casa de la Iglesia (Calatrava), vimos con tristeza y dolor tu progresiva gravedad, a pesar de haber seguido tu enfermedad desde el inicio. Y al final de la visita, como a modo de despedida, nos confesaste con fe, entereza, firmeza y fortaleza, que ofrecías a Dios tu enfermedadn para tu perdón y salvación. Fue una enseñanza inolvidable que recordaremos e intentaremos seguir. Siempre estarás con nosotros.
¡Adiós, amigo Ángel! Ahora que estás cerca de a Quien ofrecías tu enfermedad, intercede por todos nosotros.
Francisco García Sánchez