17/08/2021
Desde el lunes 2 de agosto, festividad de Nuestra Señora de los Ángeles, se puede contemplar en la Capilla de Santa Catalina de la Catedral de Salamanca: “El vuelo del ángel”, última exposición del gran artista de Piedrahita: Luciano Díaz-Castilla.
En esta ocasión, nos ofrece su particular visión de los ángeles, seres espirituales benéficos que ejecutan la voluntad divina como mensajeros o enviados de Dios. En la tradición cristiana han sido siempre objeto de veneración atribuyéndoles la tarea de proteger y cuidar a las personas. Son muchos los relatos de la Biblia donde aparecen con gran protagonismo como símbolos de lo invisible, del orden espiritual que se extiende entre Dios y el mundo creado por Él.
Amamos a los ángeles como parte de nuestro legado espiritual y sin embargo su misterio sigue siendo indescifrable. ¿Cómo representar a estos seres invisibles cuya esencia es la transparencia? La Biblia no los describe, así pues las tradiciones iconográficas se han ido construyendo a partir de fuentes escritas, de la tradición judía que representaba a los espíritus con el revestimiento de un cuerpo vestido de blanco o de luz y sobre todo de la visión de los artistas.
Desde los marfiles tallados de Megiddo a las acuarelas y óleos de Marc Chagall son los artistas quienes mejor han descrito las huestes celestiales. Andrea del Verrocchio, por ejemplo, contribuyó más que nadie a la difusión de los ángeles vestidos con los nuevos ropajes renacentistas. Botticcelli y Rafael los cubren de brillantes vestiduras y maravillosas alas simbólicas. Leonardo los reviste con ropajes elaborados con muchas telas y colores muy vivos que contribuyen a intensificar sus gestos, mientras que Miguel Ángel los dota de excelsos movimientos y clásicos mantos anaranjados y verdosos, alejándose de la representación canónica del ángel de grandes alas, cabellos rubios y hermosos ojos azules.
Dante Gabriel Rossetti, en el siglo XIX, los despoja de sus alas y los representa con los pies desnudos envueltos en llamas. En otras ocasiones las formas femeninas definen a estos seres, como los ángeles músicos del oratorio de San Bernardino, en Perusa, obra de Agostino da Duccio o los ángeles de El Greco que a menudo recogen el modelo femenino toledano de la época, con mujeres de abultado cuello.
Son, pues, los artistas los que irán configurando la tradición iconográfica de los ángeles fruto de la interacción con los textos escritos, la devoción popular y su propia imaginación. Son ellos los que sitúan a los ángeles acompañando a los personajes principales como en Piero della Francesca, sosteniendo cortinajes o actuando como guardaespaldas sobrenaturales.
Todo este imaginario colectivo languidece en la interpretación innovadora y majestuosa de Luciano Díaz-Castilla donde sus ángeles son símbolos de la pureza que deja pasar la luz divina que se derrama sobre el mundo. Apenas unos pocos trazos personifican a estos seres invisibles que parecen ascender del interior del corazón de los hombres hasta Dios, haciéndose visibles solo en nuestro interior, llamándonos a cada uno de nosotros a ejercer de ángeles también.
El blanco de plomo que usaba Fran Angélico para dar luminosidad a sus ángeles se transforma aquí en colores acrílicos vibrantes, planos, puros, potentes, típicos de la pintura japonesa, que delimitan el espacio acrecentando la sensibilidad y el movimiento. El atardecer del Valle del Corneja, donde se sitúa el taller del artista, lleno de luz y color, de esa luz del norte cambiante y sublime, da vida a los cielos azules de los que surge esta colección de ángeles llena de elucubraciones de color. El sol, la luna, las estrellas, todos los astros se confabulan para acoger este vuelo del espíritu de suaves líneas y colores sin forma.
Apenas unas manchas de color para expresar una nueva modernidad en el arte religioso. Los amarillos, ocres y rosados tonos de los atardeceres del Valle del Corneja se transforman en las manos de Luciano en seres alados, de luz quebrada, que sacan al espectador de su apatía cotidiana llenándolo de sublime color.
La sutileza en la curvatura de sus alas acrecienta la sensación ascendente de estos espíritus celestiales nacidos del interior del artista y que como los ángeles trompeteros Maltiel, Urjan Racías y Uriel se elevan sobre los cuatro puntos cardinales en una suerte de ritmo musical fruto de la armonía del color y de la forma. Ángeles músicos que siguiendo la estela de Platón logran una armonía cósmica, como si de un carrillón de esferas celestiales se tratara para tocar una música sublime.
Música que se acrecienta aún más en los muros de la capilla que acoge esta exposición: la capilla de Santa Catalina o de la música, decorada con los ángeles pintados por Francisco Gallego en el siglo XV. Ángeles que cantan la gloria de Dios en las figuras de su hijo amado, de la Virgen María y de Santa Catalina asentados en las maravillosas claves de sus bóvedas. Ángeles de dulces alas, símbolos de vida eterna y resurrección. Magnífico contrapunto para las creaciones de Luciano que se engrandecen aún más ante la presencia de lo trascendente.
Si Gerardo Diego dijo de los ángeles de Compostela que el ritmo de sus túnicas modelaba pliegues de piedra musical y estrías, el ritmo de los ángeles de Díaz-Castilla nos abre las puertas a la contemplación: manchas y líneas que nuestra mente reorganiza y lee. Por eso los ángeles carecen de rostro. Esta figuración de la trascendencia y lo invisible se hace visible solo en nuestro interior.
Resulta muy significativo que los ángeles, que aparecen en los momentos más destacados de la vida de Jesús, aparezcan en la madurez y plenitud de la vida de Luciano Díaz-Castilla, con total naturalidad como si fueran seres reales que en su vuelo velan por el destino de todos nosotros para hacernos partícipes de la gloria de Dios mientras se alegran llenando de sensibilidad su paso de aire, como un velo entre corpúsculos. Desde la magna exposición de 2015 dedicada a la figura de Santa Teresa en el “Lienzo Norte” de Ávila, Luciano Díaz-Castilla parece haber abandonado el óleo y las fuertes texturas sobre el lienzo en pos de colores puros y planos que solo la viveza del acrílico puede ofrecer.
Los ángeles de Luciano se han instalado en la Capilla de Santa Catalina formando maravillosos retablos, representando en imágenes lo que no tiene figura, dando cuerpo a lo incorpóreo para elevarnos y favorecer la contemplación espiritual. En sus trazos, los ángeles se convierten en seres de oro y plata, luminosos, radiantes de hermosura, suntuosamente vestidos, inofensivamente llameantes para hablarnos de belleza, de luz que ilumina y purifica nuestra existencia. Es pues la creación que nos lleva a la contemplación.
Agosto 2021
Montserrat González García
Historiadora del Arte