AGENDA ACTUALIDAD DIOCESANA

11/03/2025

El mar en calma

El sacerdote Tomás Durán analiza el “apagón informativo” tras el Sínodo de la Sinodalidad, después de años de debate intenso. En este momento de silencio, invita a rescatar el documento final, reflexionarlo y vivir la sinodalidad de manera concreta, en el día a día de la Iglesia, escuchando, dialogando y actuando sin necesidad de polémicas ni ruido

 

En varias ocasiones comentamos que, sin saber cómo, y tras varios meses de continua información y noticias sobre un tema, se produce “un apagón informativo”, sin conocer las causas, sin saber por qué, simplemente ese tema pasa al silencio más absoluto. Parece que un poco ha pasado eso con el proceso del Sínodo de la sinodalidad, la Asamblea sinodal de octubre 2024, y el documento final:“Por una Iglesia sinodal, comunión, participación, misión” [1] Casi nadie habla de ello.

Durante dos largos años ha habido como una especie de “Infosínodo”, donde desde los medios de comunicación y los portales digitales, en gran medida, han introducido temas de debate, grupos de opinión, intervenciones papales, declaraciones de hombres y mujeres situando el diálogo en cuestiones fronterizas que desatan sentimientos encontrados y posturas de confrontación, más que un diálogo sereno y tranquilo. No queremos mencionar los temas, pues todos los tenemos en la mente. Es verdad que tenemos que escuchar todas las opiniones, y eso ha sido un gran valor del proceso sinodal: dialogar todos, y abrir la escucha y la participación en diócesis, iglesias nacionales, continentales. Pero todo ello, en no pocas ocasiones, arrastraba la realidad eclesial en el itinerario sinodal a un torbellino ruidoso de la información [2] , de unos y otros medios digitales, llegando a una especie de “infoxicación”.

Si no se tenía cuidado, quedábamos atrapados en una de las “tribus digitales”, encerrados en una sola información que nos identifica en unos postulados u opiniones y que rechaza todo discurso de la “tribu digital” contraria. Fidelizan mi identidad, pero se rechaza toda razonamiento del otro y todo diálogo. Las opiniones, de unos y otros, dejan de tener el sello de ser discursivas para ser, para mí, “sagradas”. Convertimos la identidad en un escudo o fortaleza que evita toda alteridad. Podemos llegar a que no haya racionalidad comunicativa, sino una especie de autismo encerrados en mi digital, mi periódico y mi emisora. Perdemos toda escucha del otro. Solo leo a los míos. Ya no nos escuchamos. Escuchar es un acto sinodal que integra a las personas en una comunidad, donde nos escuchamos unos a otros. La comunidad digital, como comunicación sin comunidad, destruye el arte de escucharnos. En la época de la postverdad la confrontación es el argumento, no importa la verdad. Cada uno está en su “tribu” mediática o digital [3] .

Pero el ruido digital y mediático del “Infosínodo” ha pasado. Estamos en un “apagón” informativo. Y nos encontramos, por una parte, tribal, con cierta decepción del documento final, pues, pese al esfuerzo de “empujar y empujar para derribar” (Cf. Sal 117,13) los postulados del magisterio papal o hacerle decir lo que nosotros queremos que diga, no hemos logrado que “mis” temas hayan sido tratados o aprobados en el Sínodo. Y, por otra parte, tribal, si no hubiera sido “por nosotros”, hubieran llegado más lejos y todo ha quedado en una sinodalidad que es una banalidad, una pesadilla que ya acabó y una ocurrencia sin fuste teológico, de unos teólogos sin raza de la periferia eclesial, y de un papa incapaz de escribir una exhortación final [4] .

Por lo cual, todo este proceso sinodal puede que haya acabado, como decía un amigo, como el rosario de la aurora, donde el monaguillo deja la cruz parroquial en la sacristía y todos los demás nos vamos a dormir.

Preciosa parábola. A ella queríamos llegar. Ese silencio de la cruz en la sacristía, a la sombra de la cruz pascual y en el silencio de su sabiduría callada, es como podemos acoger el proceso sinodal y el documento final. Debemos salir del ruido mediático y saborear los hermosura de una Iglesia que, desde la luz pascual, como fuente y origen, lee su andadura en esta hora como un sínodo de la escucha, el diálogo, el camino compartido (sínodo) y la inclusión de todos; pero también mediante el pan compartido, la mesa común (simposio), al estilo de Jesús, teniendo como paradigma de sinodalidad el lavatorio de los pies, signo de la kénosis de la cruz; y el camino de Emaús, como signo de camino común, palabra que incendia y comensalidad que lleva a correr a escuchar a los otros y a un anuncio alegre del Evangelio, en una diaconía social [5] al mundo entero, especialmente a los pobres.

Y no, no estamos invitando a meternos en la sacristía, sino a la cotidianidad silenciosa de la Iglesia que vive en los barrios, ciudades, las humildes aldeas, las curias diocesanas y en los escenarios de la política, la ciencia, la cultura, la exclusión social y la marginalidad de la pobreza. Allí, donde la Iglesia camina en la presencialidad diaria, sin pancartas ni manifiestos. Convivir con “aquellos que no meten bulla en la historia” de cada día (Miguel Unamuno). Esa Iglesia cotidiana, ajena al ruido, que no concuerda con “la construcción eclesial digital” de los debates, polarizaciones y temas de tanta trascendencia, que requieren la acción silenciosa del Espíritu Santo sobre el Pueblo de Dios y que no se consiguen con la reivindicación y el ruido, pues estos crean heridas, divisiones y retardan más su acogida por todos.

Hemos de rescatar, y no olvidar, el documento final del Sínodo para la vida diaria de la Iglesia, de las diócesis. La pelota está en el tejado de las Iglesias locales, nos dice Francisco en su nota de acompañamiento. Hay que ponerse manos a la obra. Tal como nos señala el documento final, debemos partir de “el corazón de la sinodalidad” (I); y todos, “en la barca, juntos” (II), entrelazando vocaciones, carísimas y ministerios; pasar a “echar la red” (III), donde el discernimiento eclesial, los procesos decisionales, y una cultura de la transparencia y evaluación, sean fortalecidos; y así, mediante una “pesca abundante” (IV), crear vínculos comunitarios, arraigados en un lugar (barrios, ciudad, aldeas); y vivir así el “también yo os envío” (V), creando una sinodalidad misionera. Precioso documento, que se abre camino entre incomprensiones y decepciones.

En la próxima visita ad limina de los obispos al papa, cada Iglesia local debe llevar un informe escrito de “qué opciones ha hecho… en relación con lo indicado en el documento final, qué dificultades ha encontrado, cuáles han sido sus frutos”. ¿Qué dirá nuestra Iglesia local?

Sin ruido se ora, escucha, dialoga y evangeliza mucho mejor. Este silencio del “Infosínodo” es una gracia. Es como si el ruido nos hubiera poseído por dentro y hubiéramos necesitado que Jesús nos dijera: “Calla, y sal de él” (Lc 4,35). Solo Él calma el viento y las olas de las tormentas, “¡calla, enmudece!” (Mc 4,39), y con su sola palabra pone al mar en calma.

Tomás Durán Sánchez,
párroco “in solidum” de Doñinos de Salamanca

 

[1] XVI Asamblea General del Sínodo. Documento final. Por una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión. Roma, 26 de octubre 2024.

[2] Muy interesante artículo: Cf. Silvia Rozas Barrero, La sociedad del ruido. Sal Terrae / 98 (2011) 373-384.

[3] Para todo ello: Cf. Byung-Chul Han, La digitalización y la crisis de la democracia. Infocracia. Taurus. Barcelona 2022.

[4] Cf. Silvia Rozas Barrer, Las tensiones internas de la iglesia, una oportunidad. Sal Terrae / 110 (2022) 487-499.

[5] Comisión Teológica Internacional. La sinodalidad en la vida y misión de la Iglesia. Roma, 2 de marzo 2018, nn. 118-119.

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