24/05/2020
Vencer al coronavirus no es fácil. En su caso, y como ella misma reconoce, no estuvo en el hospital, ni en una UCI, pero los síntomas no fueron fáciles de sobrellevar. Alicia Rodríguez, de 51 años, empezó con los primeros síntomas el 20 de marzo, a escasos días de iniciarse el estado de alerta.
Ella relata su “lucha” contra la covid-19 desde la fe que vive en casa cada día, en el Camino Neocatecumenal. Primero tuvo fiebre, después tos, y a los cinco días de evolución de la enfermedad, su marido Manolo comenzó con los primeros síntomas. El matrimonio tuvo que aislarse en habitaciones diferentes y fueron sus hijos los que comenzaron a cuidar de ellos, Daniel y Manuel, de 22 y 19 años. Otras dos hijas viven en Madrid. Alicia comenzó después con vómitos y diarrea, “que eran muy desagradables”, relata. Cuando llamó al teléfono habilitado para los casos de posible coronavirus, a ella le dijeron que no era, pero todo su cuadro clínico era compatible: “Era un virus extraño, y cuando lo tienes te das cuenta de que no es una gripe, es algo que no has tenido nunca… son unos síntomas raros, hasta los mismos vómitos”, admite.
Su marido solo tuvo fiebre, pero ella, a los 11 días del inicio de la enfermedad, seguía con fiebre y tos. “Me hicieron una placa en Los Montalvos y tenía algo de pulmón”. En ese momento, la recomendaron ir a Urgencias del Clínico, “me preparé una bolsita por si me tenía que quedar ingresada, mi marido casi lloraba, se pasa mal”. Y fue uno de sus hijos quien la dejó en la puerta de Urgencias, pero no la pudo acompañar al interior: “No sabes si vas a salir, se pasa mal, estuve desde las 9.30 y hasta las cinco de la tarde”, subraya Alicia. En la soledad de esas horas, ella se acordó de tantas personas que han muerto, “que han sido ingresadas, de su soledad…”. Pero admite que dentro de toda la tristeza, “Dios nos ha ayudado mucho”.
Finalmente, aunque tenía algo afectado el pulmón, Alicia Rodríguez recibió el alta, con un tratamiento para seguir en casa. Se emociona al recordar el cariño y devoción de sus dos hijos a la hora de cuidar de sus padres: “Han sido estupendos, nos han cuidado como verdaderos hijos, nos ha emocionado porque han hecho todo”. Y algo que valoran de forma especial, es que sus hijos también rezaban por ellos: “Ellos se ponían en el salón, cogían la guitarra y nos rezaban los salmos cantados, los oíamos desde las dos habitaciones, y respondíamos desde allí, a mí me emocionaba”.
Son detalles que a Alicia le han sostenido en medio de esta enfermedad, “rezar todos los días, y seguir la misa, a través del teléfono móvil porque no tenía televisión, pero ha sido un consuelo poder seguirlo”. Lo que peor ha llevado del confinamiento ha sido no poder comulgar ni confesarse, “ha sido un dolor tan grande, que aunque hacíamos la comunión espiritual, yo decía que no era la mismo”.
Cuando parecía que ya no tenía fiebre, “porque un día sin ella es una alegría”, Alicia comenzó a sentir un fuerte dolor en la pierna, “y el médico me diagnosticó por teléfono un trombo, porque el virus da problemas de coagulación, y empecé a pincharme heparina, 30 inyecciones en total”, detalla. Su confinamiento en soledad se fue prolongando, hasta las cinco semanas, “porque hay que contar desde el último síntoma, dos semanas más”.
Alicia recuerda con especial cariño el día que volvió a pisar su salón, “me pareció el paraíso, era maravilloso poder comer en la mesa con toda la familia, volver a sentarme en el sofá, ver una película juntos…”. Esta madre de familia relata la experiencia de este virus desde la fe: “Lo hemos vivido en paz y serenidad, con la paz evangélica, la que trae el Señor…”.
Pero también tuvo su combate interior, como ella misma admite, “tengo miedo a la muerte, porque empiezo a ver que es posible…”. Cuando ella se encontraba peor del virus eran días muy duros de la pandemia en España, “estábamos en el pico, no dejaba de morirse gente, con 800 al día… hemos pasado días muy malos”. Además, no la dejaban de llegar noticias de personas cercanas que morían, o de enfermos, “era un tiempo trágico, yo digo que era el Jueves Santo que con más sensación de tragedia he vivido. Entendía al Señor perfectamente, porque Él sabía que iba a morir, y entiendo su sufrimiento… yo lo he experimentado al menos, y soy cristiana, creo en el cielo, y en la Resurrección, pero tuve mi combate”.
Durante esos días de incertidumbre se acordó de Getsemaní, “pero en ese combate hay muchas cosas que te sostienen, como la oración, la palabra de un amigo, la fe… Y en especial, Alicia recuerda un mensaje al móvil de un sacerdote, infectado por el coronavirus, que tras visitar a su padre que se estaba muriendo en la UCI, le dijo “Si el Padre te llama, corre tras Él”. Y en ese momento, ella tuvo claro que no tenía que tener miedo a la muerte, “si me voy con el Padre, y la verdad que Dios reconfortó mi corazón, porque Dios tiene el poder de disipar las dudas de nuestro corazón”.
Y añade que el Señor, “tiene el poder de fortalecer nuestro corazón, nuestra alma, de quitarnos el miedo a la muerte, a mí me selló el cielo y la vida eterna, a donde vamos cuando nos morimos, es mucho mejor, no tiene nada que ver con lo de esta vida, es mejor…”. Y en ese momento, a Alicia se le alivió el corazón.
En cuanto se han reabierto algunos templos en la capital, Alicia se acercó a la eucaristía. En este caso, fue el lunes pasado a la parroquia de Cristo Rey, en el barrio de Vidal: “Yo ansiaba la vuelta al templo, era un deseo que tenía en el corazón porque llevábamos mucho tiempo sin poder, y la oración te sostiene, pero nos faltaba la presencia real, y qué se siente, no sé… lloré como una tonta de ver al Señor”… (se emociona). Y de forma especial recordó las palabras que provocaron sus lágrimas en la eucaristía: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa… pero una palabra tuya…”.