ACTUALIDAD DIOCESANA

23/03/2024

Del Hosanna al Crucifícalo

El médico y cofrade, Tomás González, reflexiona sobre la dualidad del Domingo de Ramos, donde la exaltación inicial pronto se convierte en abandono y crucifixión. Algo que se refleja también en la fe humana: con sus momentos de alegría y de negación. En su artículo invita a reconocer a Cristo en la vida cotidiana y a ser testigos activos de nuestra fe

 

TOMÁS GONZÁLEZ BLÁZQUEZ

«¡Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profetas y apedreas a quienes te han sido enviados, cuántas veces intenté reunir a tus hijos, como la gallina reúne a los polluelos bajo sus alas, y no habéis querido. Pues bien, vuestra casa va a quedar desierta. Os digo que a partir de ahora no me veréis hasta que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!» (Mateo 23, 37-39).

La entrada triunfal en Jerusalén supone por fin ese acontecimiento anunciado por Jesús. En el Domingo de Ramos lo contemplamos aclamado al escuchar el evangelio que nos recuerda los gritos de júbilo y elogio, los mantos tendidos a su paso, las palmas batidas en su honor, pero pocos minutos después nos sobrecogemos con la lectura de la Pasión. El antes exaltado es ahora abandonado, el Rey es coronado de espinas, el profeta es condenado, el maestro conducido al Calvario, para el Mesías piden las autoridades la muerte, al Hijo de David se le rechaza con un cruel ¡Crucíficalo! que ha hecho enmudecer el eco del ¡Hossana! tan reciente.

Cristo llora sobre Jerusalén. La ciudad santa que le recibe le expulsa fuera para matarlo entre dos malhechores. En nuestra vida, a nuestra manera, nos movemos también entre la alegría y el subidón espiritual de algún que otro Hossana y el silencio o la cobardía con que solemos expresar algún que otro Crucifícalo.

Al llegar un año más las fiestas de Pascua volvemos a escuchar dirigidas a cada uno de nosotros las palabras que Jesús dirige a Jerusalén. Nuestra vida es ciudad santa y Semana Santa en la que Él es acogido y olvidado, aceptado y rechazado, seguido e ignorado. Por cada uno de nosotros sube a Jerusalén, sube a la Cruz. Extendamos el manto de nuestro testimonio a su paso, agitemos los ramos abriendo los brazos para ser verdadera Iglesia en misión, cantemos con voz firme: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!

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