31/10/2019
Entre las frases más duras de Jesús está la que dice: Deja que los muertos entierren a los muertos, tú sígueme (Lc 9, 60). La frase define la misma vida de Jesús que no se deja apresar por las fuerzas de la muerte que, robando la alegría, separan a los hombres de la misión de vida que Dios les da.
La muerte, toda muerte, no solo la física, nos pone ante la banalidad de la existencia, ante su inconsistencia: Todo y todos pasan. No importa si las personas son buenas o malas, si son más o menos necesarias…, la muerte no lo tiene en cuenta. Por eso, la presencia de la muerte tiende a revestirnos, cuando las cosas se pierden y las personas fallecen, de un mismo espíritu de tristeza y desesperanza.
Es así como el ser humano pierde su vitalidad propia, la pasión que necesita para responder con empeño a la vida dada por Dios quedando a merced de la apatía. Es entonces cuando los vivos, al enterrar a los muertos, podemos convertimos también en muertos.
Jesús, sin embargo, sin dejar de amar y llorar por los que son atrapados por la muerte, los deja en manos de Dios con una confianza que no permite a la muerte robar la vitalidad y la fuerza que recibe de Él para su propia misión. Y esto es lo que pide al escriba: Tú sígueme. Pero, ¡es necesaria tanta confianza! Señor, enséñanos a llorar con esperanza, a recordar con gratitud, y a vivir las ausencias arropados por tu promesa de vida.