27/05/2020
El domingo 17 de mayo celebramos la Pascua del Enfermo. Este año solo en la oración y el silencio. En este día deberían haberse celebrado en muchas parroquias la Unción a los enfermos y mayores. Por la COVID-19, tantas de estas unciones se han tenido que celebrar en los hospitales. En la peculiar y penosa soledad en que nos ha sumido esta pandemia, ¿cómo nos ha acompañado el Señor? ¿Cómo nos sigue acompañando?
Recogiendo unas palabras del predicador pontificio R. Cantalamessa, nuestro teólogo salmantino, Ángel Cordovilla, afirma: “Dios no está en el virus”. E inmediatamente se corrige a sí mismo: Dios no está en el virus como plaga o castigo por una humanidad pecadora… (Pero sí) está como aliento y fuerza para llevar adelante este camino de conversión y de lucha contra los efectos destructivos de este virus“.
Es decir, Dios no causa el coronavirus. Dios nunca causa el mal. Pero Dios sí está ahí. Y antes que como aliento y fuerza, está como dador de sentido. El domingo 10 de mayo, leíamos en el Evangelio que Jesús es Camino, Verdad y Vida. He aquí la clave. Me explico:
El recientemente fallecido Juan Martín Velasco, en su libro Mística y Humanismo, explica los significados del vocablo “sentido”. Expresa al menos estas tres cosas: Orientación o sentido de la marcha; así decimos dirección Madrid o Salamanca o en el sentido de las agujas del reloj. También lo decimos de una frase, tiene o no tiene sentido, está bien o mal construida. Finalmente, empleamos el término para indicar que tiene valor; así decimos esto tiene o no tiene sentido.
Para una sociedad anímicamente enferma por carencia de sentido, sin capacidad para mirar de frente el sufrimiento y la muerte y corriendo vertiginosamente hacia el “progreso” entendido como crecimiento económico indefinido y disfrute a tope de los bienes para una mínima parte de la humanidad, esta nueva enfermedad nos ha dejado sin resuello, desconcertados y sin salida. Cuando Jesús dice Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida, está diciendo a sus seguidores precisamente que el es el sentido en el triple significado del término.
Yo soy el camino. Todo eso es Jesucristo para nosotros y para nuestra situación. Sí, Jesús nos indica el sentido de nuestra marcha, hacia qué meta hemos de apuntar. ¿Qué hemos de buscar? ¿Apuntaremos únicamente en medio de esta epidemia a vencer la emergencia sanitaria, a recuperarnos de la maltrecha economía y reiniciar el camino en el mismo punto y con la misma dirección que traíamos? ¿Seguiremos estropeando la Creación, negando los derechos a vivir como humanos a una gran parte de la población mundial? ¿seguiremos entendiendo el “progreso” como el bienestar para unos pocos privilegiados? O, más bien, ¿emprenderemos el Camino que es Jesús mismo y que nos muestra cómo la justicia, la solidaridad, la no exclusión de nadie son el único camino empinado que conduce a la humanidad a ser la familia de Dios por el querida y realizada (el Reino de Dios)?
Yo soy la Verdad. Hoy no solo hay muchos bulos, es que vivimos instalados en la mentira de unas relaciones económicas y políticas mal construidas porque no llevan a un mundo justo, sino cada vez más dividido. Amenazado no ya solo de epidemias sino de autodestrucción. Una gramática mal pensada y peor ejecutada. Ya no son frases sueltas sin sentido o mentirosas. Es un mundo construido desde la opacidad y carente totalmente de trasparencia. Así llegan los políticos al poder, así se hace la publicidad que entontece, así se priva de derechos y libertades a poblaciones enteras y se propagan falsos derechos y libertades que llevan a la muerte (aborto, por ejemplo) y al suicidio colectivo del pensamiento y de la libertad. Me río yo de la “religión, opio del pueblo”, cuando en estas sociedades avanzadas se expenden, como ideales y aspiraciones, tantos narcóticos como el consumo sin límite, la idolatría del turismo, del éxito, del poder, del prestigio, etc. etc. Un mundo donde también falla la sintaxis, anteponiendo los medios a los fines. Sí, Jesucristo es la Verdad y en él y en su Evangelio hemos de beber.
Finalmente, Jesús nos dice Yo soy la Vida. Sí, esa vida que es don recibido y que solo tiene sentido y se realiza en plenitud cuando es entregada. “El que pierda su vida por mí, la ganará”. Como la entregó el. Y como la entregan muchos en el silencio y en el anonimato. Felizmente, esta coyuntura tan negativa, esta pesantez (así denomina la situación el Papa Francisco) lo es menos cuando, de entre nosotros, salen a la luz y adquieren protagonismo esos “santos de la puerta de al lado” que se ofrecen cada día con riesgo de perder su vida al servicio de los demás. Y estoy hablando no de los que salen en la tele cada día, artistas, deportistas de élite, ahora sobre todo los políticos… sino el personal de limpieza de los hospitales. Sí, ellas y los celadores y los de mantenimiento y naturalmente también enfermeras y médicos, conductores de ambulancias y cajeras de supermercados y tantos y tantos que, sin esperar nada a cambio, se arriesgan para hacer posible la vida. O un grupo de señoras de Peñaranda que se ponen a confeccionar mascarillas y las distribuyen en los hospitales de Salamanca. Esto sí vale, esto sí tiene sentido.
Jesucristo está ahí. Marcando la ruta. Para superar la situación, vencer al virus. Para no para volver a las mismas. Sino para ayudarnos a caminar hacia una sociedad más solidaria, que afronta los males reales (ecocidio -destrucción de la naturaleza-, miseria de pueblos enteros, venta de armas, miedo a la vida y a la muerte…). Y que ha de encontrar orientación, significado y valor a la vida personal y colectiva de nuestras sociedades. Tras su Pascua (Muerte en Cruz y Resurrección), Jesús nos lo repite hoy: Alegraos, Yo he vencido a la muerte.
JOSÉ MARÍA YAGÜE