23/02/2022
SERVICIO DIOCESANO DE COMUNICACIÓN
La madre y una de las hermanas de Pura también soplaron las velas de sus cien años. Ella lo hará este sábado, 26 de febrero, y se convertirá en la primera centenaria de la residencia diocesana, donde vive desde 2004. De hecho, es la mujer más veterana. Hasta la que ahora es su casa llegó junto a su hermano sacerdote, José, con el que vivió durante muchos años, y donde también está su hermana Macrina, la única que la queda de los ocho que eran.
Nació en Aldealengua en 1922, en una casa de planta baja de la calle Pedrerías. Para ella, sus padres, Bernardo y Consuelo, “eran muy guapos”, y siempre quiso mucho a los dos. De su calle recuerda que bajaba un regato procedente de Moriscos. Su padre era labrador, lo mismo a lo que se dedicó uno de sus hermanos. “Teníamos labranza, pero no era nuestra, era de renta, pero la hacíamos nosotros por nuestra cuenta, no dependíamos de nadie más”, apunta.
Nunca les faltó para comer, como señala Pura, “teníamos garbanzos, lentejas y patatas, pero lo que nos faltaba se cambiaba unas cosas por otras, como el aceite”. Sobre todo, apunta, el trueque funcionaba mejor en tiempo de la Guerra civil, “los labradores teníamos harina, y hacíamos intercambio, era muy bonito aquello”.
Cuando estalló la contienda en España, en 1936, ella tenía 14 años, aunque no tiene muchos recuerdos de aquello: “Como estábamos cerca de Salamanca se notaba mucha actividad, y como teníamos cerca Matacán se veían muchos soldados”.
Pura siempre estuvo con sus padres, a los que ayudaba en las tareas del hogar y en el cuidado de sus hermanos más pequeños. Carmen, la mayor, era jesuitina; Toribio, militar; Manuel trabaja con su padre en el campo; José y Bernardo fueron sacerdotes diocesanos, y Bienvenido, médico. Su hermana Macrina se fue de pequeña a vivir con un tío sacerdote y una tía maestra a Villoruela.
Ella estuvo con sus padres hasta que murieron, en el caso de su madre, a los 107 años. Cuando cantó misa su hermano José, como así relata Pura, “me fui con él a Barbadillo, al igual que sus progenitores. “Me dedicaba a las cosas de casa, que ya era mucho trabajo”, describe. Allí estuvieron bastantes años, hasta que le destinaron una parroquia de la ciudad, la de San Mateo, donde también fue nombrado profesor de Religión, y años más tarde, párroco en Gomecello.
En la residencia diocesana lleva 18 años, donde confirma estar “muy bien”, donde destaca la tranquilidad que tiene, “y tengo todo lo que necesito a mi disposición”. Entre sus platos favoritos, un postre, el arroz con leche, confiesa con una gran sonrisa, algo que la caracteriza, porque cada par de frases ríe a carcajadas.
Lo de llegar a los cien años, Pura asegura que no lo esperaba, “casi por una parte me disgusta, no quería haber vivido tanto, pero Dios lo ha querido así, pues así será, y si quiere que siga, pues adelante”.
Es una mujer sencilla, y así lo quiere resaltar, y entre sus aficiones, siempre le ha gustado cantar. Pura participa en el coro de la residencia diocesana, que canta en cada eucaristía diaria.